El hábitat de muchos escritores
es la soledad. Incluso el de aquellos que tradicionalmente
desarrollan su trabajo en lugares públicos y hasta concurridos, pero su yo
creador ha de estar solo, ha de alcanzar un grado suficiente de soledad para
salir a escena. Uno puede ir a un café y escribir, pero a buen seguro no estará
construyendo grandes mundos ni, mucho menos, buceando por ellos o espiando
la vida de sus habitantes para inspirarse; tan solo parecerá que
lo hace. Tomará notas, hará dibujos, trazará toscos mapas mentales,
pero no escribirá, y aunque puede que llegue a chupar la patilla de sus gafas
(de pasta) para que lo parezca, no estará escribiendo en el sentido estricto
del término. El yo escritor necesita de esa condición para ser, pues es su
esencia.
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