Cuentan que, en el Indostán,
determinaron seis ciegos
estudiar al elefante,
animal que nunca vieron.
(Ver no podían, es claro;
pero sí juzgar, dijeron)
determinaron seis ciegos
estudiar al elefante,
animal que nunca vieron.
(Ver no podían, es claro;
pero sí juzgar, dijeron)
El primero se acercó
al elefante, que en pie
se hallaba. Tocó su flanco
alto y duro; palpó bien
y declaró: El elefante
es ¡igual que una pared!
El segundo, de un colmillo
tocó la punta aguzada,
y sin más dijo: ¡Es clarísimo!,
mi opinión ya está tomada:
Bien veo que el elefante
es ¡lo mismo que una espada!.
Tocas la trompa el tercero,
y, en seguida, de esta suerte
habla a los otros: Es largo,
redondo, algo repelente...
¡El elefante - declara -
es ¡una inmensa serpiente!.
El cuarto, por una pata
trepa, osado y animoso;
¡oh, qué enorme tronco! -exclama.
Y luego dice a los otros:
Amigos, el elefante
es ¡como un árbol añoso!.
El quinto toca una oreja
y exclama: ¡Vamos, amigos,
todos os equivocáis
en vuestros rotundos juicios!,
yo os digo que el elefante
es ¡como un gran abanico!.
El sexto, al fin, coge el rabo,
se agarra bien, por él trepa...:
¡Vamos, vamos, compañeros;
ninguno en su juicio acierta!.
El elefante es..., ¡tocadlo!,
una soga... Sí, ¡una cuerda!.
Los ciegos del Indostán
disputan y se querellan;
cada uno está seguro
de haber hecho bien su prueba...
¡Cada uno tiene un poco
de razón... y todos yerran!
Sucede así cada día
en bastantes discusiones;
quienes disputan, cada uno
piensa justas sus razones.
Y discuten, juzgan, definen sin más,
¡a un elefante que no vieron jamás!
al elefante, que en pie
se hallaba. Tocó su flanco
alto y duro; palpó bien
y declaró: El elefante
es ¡igual que una pared!
El segundo, de un colmillo
tocó la punta aguzada,
y sin más dijo: ¡Es clarísimo!,
mi opinión ya está tomada:
Bien veo que el elefante
es ¡lo mismo que una espada!.
Tocas la trompa el tercero,
y, en seguida, de esta suerte
habla a los otros: Es largo,
redondo, algo repelente...
¡El elefante - declara -
es ¡una inmensa serpiente!.
El cuarto, por una pata
trepa, osado y animoso;
¡oh, qué enorme tronco! -exclama.
Y luego dice a los otros:
Amigos, el elefante
es ¡como un árbol añoso!.
El quinto toca una oreja
y exclama: ¡Vamos, amigos,
todos os equivocáis
en vuestros rotundos juicios!,
yo os digo que el elefante
es ¡como un gran abanico!.
El sexto, al fin, coge el rabo,
se agarra bien, por él trepa...:
¡Vamos, vamos, compañeros;
ninguno en su juicio acierta!.
El elefante es..., ¡tocadlo!,
una soga... Sí, ¡una cuerda!.
Los ciegos del Indostán
disputan y se querellan;
cada uno está seguro
de haber hecho bien su prueba...
¡Cada uno tiene un poco
de razón... y todos yerran!
Sucede así cada día
en bastantes discusiones;
quienes disputan, cada uno
piensa justas sus razones.
Y discuten, juzgan, definen sin más,
¡a un elefante que no vieron jamás!
Los ciegos y el elefante es una parábola con origen en la India, desde donde
alcanzó una difusión notable. Ha sido utilizada para ilustrar la incapacidad
del hombre para conocer la totalidad de la realidad. En distintos momentos se
ha usado para expresar la relatividad, la opacidad o la naturaleza inexpresable
de la verdad, el comportamiento de los expertos en campos donde hay un déficit
o falta de acceso a la información, la necesidad de comunicación, y el respeto
por perspectivas diferentes.
Es una parábola que ha penetrado diversas tradiciones religiosas y es parte
del acervo jainista,
budista, sufi e hindú. El
relato es muy conocido en Europa y América. En el siglo XIX el poeta John Godfrey Saxe creó su
propia versión con forma de poema. Desde entonces, el relato ha sido publicado
en numerosos libros para adultos y niños, recibiendo numerosas
interpretaciones.
John Godfrey Saxe I (Vermont, 2 junio 1816 a Albany, 31 marzo
1887) fue un poeta estadounidense conocido por su re-narración de la fábula
india 'The Blindmen and the Elephant' (Los ciegos y el elefante),
introduciendo así la historia para un público occidental. Fue un reputado
orador.
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