¿Qué hacemos Tito? le preguntó el paciente al doctor. Esto no tendría nada de extraño si no fuera porque el paciente, que era mi padre, también era doctor, y Tito, su competencia de toda la vida. El panorama era desalentador para todos pero algo extraordinario sucedió a pesar de la gravedad de la situación y del desenlace inminente.
Ya hace varios años que mi padre
falleció. Él, como mi abuelo, y como Tito y su padre, era médico en Clucellas,
y ambas casas de familia tenían anexado el sanatorio, con consultorio, sala de
operaciones y de parto y varias habitaciones para internación, quizás demasiado
para un pueblo cuyas únicas calles pavimentadas se limitaban al contorno de la
plaza y unas pocas calles aledañas.
Los médicos de pueblo solían ser muy
diferentes a los de ciudad, sobre todo en una época cuando no era habitual
derivar a los pacientes a especialistas, salvo en situaciones de necesidad. En
ocasiones, recibían su pago en especies, que podían ser salames o lechones, o tortas
y dulces caseros, y habitualmente debían asistir, con su propia familia, a
eventos como carneadas en el campo, cumpleaños o fiestas de los pueblos de la
zona- Estación Clucellas, Santa Clara,
Colonia Cello, Saguier, Villa San José, por nombrar algunos- de donde provenían
sus pacientes y donde se organizaban grandes comilonas familiares cuando lo que
menos se respetaba era la dieta recomendada por el doctor. Entonces, la familia
completa estaba integrada a la vida del médico y viceversa.
Nosotros también estábamos incorporados al
ritmo del sanatorio, porque la cocina familiar era donde se preparaba la comida
de los pacientes internados, y las enfermeras iban y venían por las
habitaciones de la casa casi como miembros de la familia. Además, luego de las
cirugías, los médicos especialistas llegados de San Francisco o Rafaela se
quedaban a cenar con nosotros, y se llevaba a cabo una amena y distendida
reunión donde los salames de campo, regalados por los pacientes, eran los
protagonistas principales de la mesa.
En la casa y en el sanatorio de Tito
ocurría lo mismo. Y la competencia y rivalidad no sólo se manifestaban entre
ellos sino también entre los pacientes de ambos, las enfermeras y las
respectivas secretarias, como si fuera un enfrentamiento entre los fanáticos de
River y Boca, o Ford y Chevrolet.
Cada paciente defendía a su médico y la
realidad era, a veces, muy difícil en un pueblo que no llegaba a los mil
habitantes que nos cruzábamos diariamente en las calles y comercios, en las escuelas
y clubes. Y cuando se coincidía en alguna reunión con una familia del “bando”
opuesto, no se tocaba el tema, porque era como hablar de política, religión o
fútbol, es decir que hubiera sido muy complicado llegar a un acuerdo. Esta
situación estaba bien arraigada ya que, cuando Tito y Petete comenzaron a
ejercer su profesión, era ya la segunda generación que, indefectiblemente,
heredaba lo que los padres de ambos habían vivido. Ahora llegaban sus hijos que
debían continuar la historia, en un principio en paralelo con sus progenitores,
aprendiendo todos los avatares de la profesión, para luego seguir ellos solos
por el arduo camino de la medicina.
Así, transcurrieron varios años, cada uno
por su lado, atendiendo no sólo en Clucellas sino también en los pueblos
vecinos, en el campo o en ocasionales accidentes en la ruta 19, por la
proximidad de nuestra localidad a dicha carretera.
Pero la vida, que siempre deja una lección
sin que se la pidamos, los condujo a un objetivo en común, a un trabajo en
conjunto por un camino demasiado duro. Petete, ya jubilado, enfermó y Tito, que
todavía ejercía, debió atenderlo. Y se encontraron entonces, ya no como
rivales, sino como médico y paciente, frente a un escenario inesperado.
A pesar de su condición, mi padre se
encontraba con todos los conocimientos intactos, sabiendo paso a paso lo que
estaba ocurriendo y prediciendo lo que vendría. Siempre estuvo totalmente
conciente, dando las acostumbradas órdenes sobre qué debía tomar, cómo debían
colocarle el suero o discutiendo sobre el porqué de tal o cual remedio,
contradiciendo, en ocasiones, lo
indicado por el doctor.
Con el paso de los días, las visitas de
Tito se fueron haciendo cada vez más habituales, y la relación entre ellos fue
tomando, poco a poco, otra dimensión y fue ganando espacio.
El intercambio de opiniones daba a
veces, la extraña sensación como si
ellos estuvieran tratando a una tercera persona. Pero no era así, el paciente
sabía, conocía a fondo la realidad, y las decisiones que se tomaban eran sobre
su salud, y por lo tanto, no se podía ser demasiado objetivo. Y nadie, ni
siquiera Tito podría engañarlo para que el trayecto final no resultara tan
difícil de sobrellevar. ¿Cómo dejar de pensar cuando uno sabe lo que tiene y
sabe lo que vendrá? ¿Cómo entender que una persona que salvó tantas vidas no
pueda salvar la suya? La impotencia también iba ganando terreno.
La profunda sordera de Petete le impedía
escuchar las explicaciones claramente, por lo que Tito, habiendo agotado los
recursos de alzar la voz para que entendiera,
le escribía mensajes para que el paciente-doctor estuviera siempre al
tanto de los diagnósticos, de los análisis y de la evolución. Así, frases como
“Te pongo un Klosidol en el goteo” o “Mañana Hugo hace las pruebas para la transfusión del martes” o “Tenés fiebre. Te voy a cambiar el
antibiótico. Acantex de 1gr. I intramuscular diaria”, quedaron como
testimonio de esas extrañas conversaciones entre los dos colegas. Papeles que
con el tiempo toman fuerza y atesoran recuerdos, a pesar de todo. ![]() |
Notas de puño y letra de Tito |
Surgían, a veces, en esas charlas íntimas
entre papeles y palabras en voz alta, algunos chistes o hasta insultos que
provocaban sonrisas, y que en el fondo, llevaban una carga de un extraño cariño
contenido, que percibíamos los que andábamos alrededor. En momentos normales de
angustia mi padre trataba de detener a Tito, demostrando que sabía de lo inútil de seguir adelante en
esas condiciones, pero el doctor haría lo imposible hasta último momento, como
retribución a la vida por haberle permitido reforzar esa amistad tan profunda
que se formó a través del desarrollo de la enfermedad de Petete. Lucharon
juntos, codo a codo, ya no como médico y paciente-médico, sino como amigos,
buscando una solución que estaban seguros que no encontrarían. Ambos sabían
hacia dónde iban, y lejos, muy lejos había quedado esa distancia que siempre
hubo entre los dos.
¿Qué hacemos Tito? Le preguntó el paciente
a su amigo, ya casi en el final. Habían hecho mucho, todo lo posible por
recuperar el tiempo perdido. Ese tiempo, que aunque corto, fue enriquecedor
para ellos. Y para todos.BEATRIZ CHIABRERA DE MARCHISONE
Si lo quieres escuchar, el audio aparece aquí, con algunas imágenes:
Tito y Petete (con voz de la autora)
-Publicado en "Rincones y Acuarelas II"- La Imprenta Digital- Buenos Aires- 2019
Si lo quieres escuchar, el audio aparece aquí, con algunas imágenes:
Tito y Petete (con voz de la autora)
13 comentarios:
Buenísimo!!!
Maria Cristina Fervier
Excelente Bea !
Me honra decir que fui parte de esa historia y haber trabajado en lo que me gusta ,por doce años , con extraordinarios profesionales y acorde personal .
Mas me da mucho cariño el haber sido tratada como una mas de la familia...hasta el dia de hoy !
Los amo ! Y les deseo lo mejor para todos y a vos mi chiquita...mi corazon !
Sonia Salti Lanzetti
Excelente Bea! Impresionante historia
Excelente tributo a la amistad, como supremo sentimiento de fraternidad. Felicidades también para vos, Bea!!!
Beatriz: que lindo haber recordado, en un relato, algo tan personal para todos los actores.
Buenísimo !!!. Mi abrazo,
Hermosa y conmovedora historia de amistad.
María Cristina Sorrentino
Beatriz, escritora, poeta, mujer, Este relato, tan lleno de matices,por lo hermoso, me emocionó. Y más porque me siento profundamente comprometida pues me llega muy de cerca aunque la historia, que revelas, que no es historia sino realidad, nos sucedió en forma similar en disrinto escenario y lugar.Este "cuento" no hace más que reivindicarme la figura excelsa de los médicos abocados, junto a la familia en eltrayecto de su profesión y su vida. Gracias, Beatriz.
Me encanta tu blog.
Un abrazo
Beatriz. No sé como hacer para dejarte mi comentario sobre tus recuerdos de Tito y Petete, pero lo hago desde aquí y desde mi corazón. Esos recuerdos de dos vidas que a pesar de todas las diferencias que pudieron tener, son a mi entender, buena parte de la razón por la cual sos la persona íntegra que sos. Felicitaciones y un gran abrazo en el día del amigo y en todos los días que nos toca recorrer.
Muy bonito. Me encantan esas historias de profundo contenido humano.
Precioso, emotivo, enormente demostrativo de los VALORES que la AMISTAD, conlleva.-
Excelente historia de vida y de realidad.
Aunque lejos, siempre en mis recuerdos, la familia Chiabrera, muy de cerca por varios años de amistad y casi hermandad!!
Más está decir que Petete y su dedicación por la profesión fue la causa de dedicarme a la misma.
Un abrazo a toda la familia.
Willy Mermet.
Cuánta emoción y detalle, cuánta humanidad, cuánto sentimiento a flor de piel ❤️ ojalá te podamos seguir leyendo siempre Bea
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