30 de diciembre de 2022
Ayer se nos fue Sambo. Un perro que llegó desde Rafaela, junto a su hermanita, en una caja, hace algo más de 9 años. Hacía poco que se había muerto Teo y, para calmar esa tristeza, incorporamos dos cachorros a la familia.: Sambo y Mora; él negro, ella blanca. Lloraron todo el camino cuando los trajimos en el auto, y parecían animalitos de peluche esponjosos y suaves. Los dejamos durmiendo adentro de la casa porque ya se aproximaba el invierno. Cada mañana desayunábamos con ellos, dándoles tostadas al lado nuestro; siempre esperaban la última, a la orden de “fin de desayuno”, lo que implicaba el final de ese manjar crujiente. Las vueltas a la plaza eran habituales, aunque Mora se volvía sin completarla, quizás porque alguna vez tuvo una mala experiencia con otro animal; pero Sambo seguía con nosotros, y si había agua acumulada por lluvias abundantes, corría a toda velocidad por esas piletas naturales que lo refrescaban y donde descargaba toda su energía.Se comunicaba de distintas formas; una de ellas era buscar alguna zapatilla o bota y traerla, cuando alguien, que no pertenecía a la familia, llegaba a la casa; por eso, muchas veces sabíamos que había entrado alguna persona ajena porque encontrábamos un calzado fuera de lugar, en la cocina o en el comedor. Cuando llegó Julia, también la tomó como alguien extraño, lo que la hacía acreedora a una zapatilla.
Le tenía miedo a las tormentas y, cuando se escuchaban los primeros truenos, venía con su hermana a nuestro dormitorio y se ubicaban cada uno al lado de la cama, Sambo del lado de Pepe y Mora, a mi lado. Aunque a veces también dormía arriba con Virgi, Emi o Fer, cuando encontraba una puerta abierta y aunque no hubiera tormenta. Los últimos días, cuando ya estaba convaleciente, venía a nuestra pieza o a la de Ceci, se quedaba parado y nos respiraba cerca de la cara; allí notamos que la tormenta que se avecinaba era otra.
Su cuerpito resistió todo lo que pudo con la ayuda de todo lo conocido para enfrentar su desmejoramiento diario que nos desconcertó hasta último momento. Pero los análisis, sueros y medicamentos no fueron suficientes, porque no se puede ir contra la naturaleza, por más remedios que la ciencia haya inventado. Y la impotencia nos iba invadiendo.
Su cuerpo de perrito rescatista resistió todo lo que pudo. Porque él era un perro rescatista; se arrojaba a la pileta cuando alguno de nosotros lo hacía, y nos tomaba de la muñeca hasta arrastrarnos a la orilla, cuando veía que ya nos encontrábamos “a salvo”.
Ayer fue su última zambullida. Y esta vez fue Ceci la que tuvo que rescatarlo a él, porque su cuerpito no resistió para salir. Quizás él lo quiso así. Seguramente Mora te buscará por mucho tiempo; probablemente nosotros te veamos en cada perro negro que se nos cruce. Te recordaremos siempre Sambo.
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