A pesar del cansancio, siguió hundiendo la pala con el mismo
ritmo. Lento. Mecánicamente. Como lo había hecho por primera vez,
dos días atrás, cuando se produjo la denigrante y jamás pensada
rendición de las filas patriotas y entonces los otros, los enemigos que
habían soñado y jurado destruir con mayor rapidez y facilidad que
aplastar una mosca, se revelaron imponentes y soberbios, dispuestos a
emplear un despótico rigor sobre los prisioneros como él. Sí. El peor
trabajo. El que nunca imaginé ni hubiera elegido. Sin alternativa para
sublevarse. Como tampoco pudo hacerlo aquella tarde cuando llegó a la
casa la nota escueta, rotunda, extremadamente fría, que lo urgía a
presentarse en el Regimiento del Ejército. Aunque la perspectiva de
participar en un conflicto bélico lo sacudió con violencia, procuró
mantener la calma para
desvanecer el temor que se había apoderado de sus
padres y, sobre todo, de Julieta, incapaces de aceptar la idea de tan
súbita separación. Será por unos días. Todo se arreglará muy pronto.
No logró esgrimir otro argumento, tanto por la necesidad de aferrarse a
esa esperanza, bastante débil y nebulosa, como por impulso de la
fuerza y seguridad que pretendía transmitir a través de cada palabra el
teniente Bertoldi. La patria está en peligro. Debemos defenderla. Sin
miedo ni vacilación. Hasta destruir completamente al enemigo. Probarle
nuestra capacidad de lucha. No llegó a sentirse contagiado por semejante
fervor, como tampoco la mayoría de los muchacho que ascendieron con él
al avión para marchar al frente de batalla en la remota zona austral;
más bien el miedo, cierta desorientación y hasta un aire de velada
impotencia los embargó cuando padres, hermanos, novias, agitaron los
brazos en señal de un saludo que no hacía presentir una separación breve
ni pasajera. Parece la despedida final. Como si ya nunca volveremos a
vernos. Después, sobrellevando con extrema dificultad el azote del
frío, sin llegar a saciar el hambre con la comida escasa y desabrida,
debieron superar cualquier gesto de flaqueza y, por imperio de frías
disposiciones, armarse de vigor y resolución para cumplir el deber
ineludible de echar de las islas a los aviesos invasores. No. No será
tan fácil ni terminará tan rápido. La certidumbre creció con la
voracidad un cáncer en el curso de los días, atenuando el optimismo que
mandos superiores pretendían insuflar sobre un pronta victoria. La caída
de incontables compañeros acentuó el progresivo pánico ante el poder
destructivo de las fuerzas enemigas. Para no caer en el desánimo o tener
tal vez bruscos ataques de locura, procuraba evocar sitios familiares,
rostros queridos, en una febril tentativa por recuperar todo aquello que
había integrado su mundo y ya consideraba remoto, casi perdido.
Julieta. La soledad parecía tornarse más aguda cada vez que la
recordaba, golpeado por el hecho desgarrador de no poder tenerla entre
los brazos, acariciarla, besarla. Hundió la pala en la tierra. Una y
otra vez. Ahora impetuoso. Frenético. No por el deseo de acabar
cuanto antes el pozo, sino como una forma de apartar el asedio de
recuerdos perturbadores o, más bien, para descargar la dosis de rabia,
terror, desesperanza. Vanamente. Lo supo con desoladora claridad.
Porque ya resultaba demasiado tarde para evadirse de esa especie de
trampa. Sin alternativa de elección y obligado a cumplir una disciplina
estricta, se había visto precipitado a intervenir, sin preparación y
escaso armamento y arrebatado de miedo, en una pugna que de antemano
parecía destinada al fracaso. Como si se tratara de una broma macabra y
nosotros fuéramos simples muñecos de trapo convertidos en el blanco del
ataque de ellos. Desesperado por ser parte de un rebaño que, obediente y
sin capacidad para armar una sólida defensa, se afanaba por sobrevivir
en desigual puja. Por eso no le sorprendió la rendición. Cayendo
prisionero, se vio sometido a reglas que los otros, enseñoreados por el
triunfo, se encargaron de hacer cumplir con recia determinación. Sin
piedad. Soberbios. Y así le había tocado apuntalar edificios
deteriorados por los bombardeos, limpiar los escombros que cubrían los
caminos, excavar la tierra para sepultar a los muertos. El peor trabajo.
El que jamás hubiera querido hacer. Sobre todo por tratarse de los
amigos con quienes había compartido la lucha, el temor, la desolación.
Al fin, exhausto, advirtió que el pozo tenía el tamaño de tantos
otros. Corno lo exigían sus captores. Entonces el grito le hizo volver
la cabeza. Notó la firme actitud del soldado que lo vigilaba. Sí. Este
es para mí. Lo comprendió súbitamente. Mientras el fusil vomitaba
fuego.
• Este cuento integra el libro “Hombres y hazañas”, el
cual obtuvo en 1995 el Primer Premio del Fondo Editorial de la
Municipalidad de Rafaela.
POESÍA. NARRATIVA. INFORMACIÓN LITERARIA. CONCURSOS. AUTORES CLÁSICOS Y NÓVELES
Puedes pedir los libros de la autora al mail: beamarchisone@gmail.com (envíos a todo el país)
LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA (poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)
En Rafaela (Santa Fe): en Librerías "EL SABER", "PAIDEIA" y "FABER".
En San Francisco (Córdoba): en Librería "COLLINO"
y en otras librerías del país.
Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)
Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)
Los encontrarás:En Rafaela (Santa Fe): en Librerías "EL SABER", "PAIDEIA" y "FABER".
En San Francisco (Córdoba): en Librería "COLLINO"
y en otras librerías del país.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario