Dijiste
que andarías de la mano conmigo
y
en la tarde hecha brisa tu sonrisa lejana
habría
de entibiarle, al sol de mi ventana,
la
lobreguez del canto que implora por tu abrigo.
Dijiste
que vendrías en viaje imaginado
junto
a mi paso fuerte con tu pisada leve
y
andarías mi rumbo toda vez que lo eleve
con
la pura nostalgia de marchar a tu lado.
Entonces
tu dijiste... y al decir de tu boca
se
me fueron las sombras que me cubren de luto,
mientras
un acentuado vagar irresoluto
me
llevó a tu camino con insistencia loca.
Y
se fueron las horas de esperar tu visita
sin
saber que pasaban llevándose con ellas
la
música habitante de lejanas estrellas
con
un sol de armonía y una gracia infinita.
Por
eso en cada noche que contemplo los cielos
en
busca de mensajes ocultos y silentes
siento
vivo el encanto de sueños diferentes
que
rescatan del alma los terrenales velos.
Yo
te miro y te miro con los ojos cerrados
esperando
que vuelvan los anhelos de antaño,
mientras
sumo los días que caben en un año
llenándome
de humores por los cuatro costados.
La
noche es prisionera de innúmeros latidos
cuando
espero tu aliento junto al mío, expectante,
pero
entiende que debo morir en cada instante
que
acuno mis ensueños hasta verlos dormidos.
Qué
distante te siento cada vez que te olvidas
o
que al menos no dices que vendrás a mi lado,
a
gastar los designios que nos ha regalado
el
vivir postergando nuestras ansias dormidas.
Yo
te espero y escribo las cartas muchas veces
como
aquél que confía en vencer sus recuerdos,
con
silencio de pasos obstinados y lerdos
apurando
las copas de hiel hasta las eses.
Te
espero, y aunque dudes que lo que digo es cierto
o
que lo haya grabado con insegura mano,
confieso
que es hermoso sentir amor humano,
y
el que no ama no vive, o al menos vive muerto.
Del libro “MINOTAURO”,
Ediciones ICCED – San Luis 1994
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