El
domingo 29 de marzo se realizó la entrega de premios del SEGUNDO CONCURSO LITERARIO: “ACERCANDO DISTANCIAS”
Género: Poesía – Cuentos Cortos
Convocado por: COMUNIDAD MARCHIGIANA DE SAN
FRANCISCO – Provincia de Córdoba. con asesoramiento del Taller Literario
“Alfonsina Storni” de la Asoc. Mutual
Docentes Jubilados de la Pcia.
de Córdoba.
Participantes: Escritores residentes en San
Francisco y Zona, mayores de edad.
Tema: LA INMIGRACIÓN Y
LA COMUNIDAD DE
SAN FRANCISCO Y SU ZONA DE INFLUENCIA.
Conforme a cada género, los escritores galardonados son:
Poesía:
-1º premio: “Llegaron” de Beatriz Chiabrera de Maschisone.
-2º premio: “Reflexiones de una inmigrante” de Myriam Lucía
Taverna.
-3º premio: “Mi abuelo” de Celina Alcira Ples.
-4º premio: “Mi ciudad” de María Rosa Terraf.
-5º premio: “A mi abuela inmigrante” de Inés María Quilez de
Monge.
Cuento corto:
-1º premio: “Un pañuelo atado a la nuca” de Laura Estela
Peretti.
-2º premio: “Miradas” de Beatriz Chiabrera de Marchisone.
-3º premio: “El destierro” de Celina Alcira Plez.
-4º premio: “El olvido” de María Rosa Curtino.
-5º premio: “El humo azul” de Myriam Taverna.
POESÍA PREMIADA DE LA AUTORA (1er Premio)
LLEGARON
Llegaron un día
cargando en sus espaldas dolores infinitos,
de aquellos que no se acaban nunca,
que quedan prendidos al aire cotidiano,
como una llaga invisible,
como un lamento
o un grito repetido.
Pero llegaron muchos,
llegaron en racimos,
como arrancados de sus íntimas raíces,
llegaron empapados en su historia,
con el color de su bandera
salpicando los caminos,
y fueron extraños todos los rincones
de ese remoto y nuevo “paraíso”.
Llegaron desnudos,
con el atardecer a cuestas,
y la melancolía usual de los Domingos,
con el sabor de la comida materna entre los labios,
y el aroma del patio de la casa
y la luna de su infancia en los bolsillos.
Y se encontraron huérfanos de navidades familiares,
conocieron ausencias,
y soledades de pájaros heridos.
Y en esos confines del planeta,
otros fonemas tildaron su destierro:
inmigrante, extranjero, forastero, gringo.
Pero llegaron empuñando la faena,
con simientes en las manos,
fundiendo su linaje con el color del trigo,
y fueron dueños del cielo y del paisaje,
pioneros de un pueblo que irrumpía
en los albores del siglo.
CUENTO PREMIADO DE LA AUTORA (2º Premio)
MIRADAS
Nunca voy a olvidar estas miradas. Nunca.
Los ojos de mi madre, como sacando una radiografía de mi alma que se va
alejando, quizás definitivamente; los de mis hermanos clavados en los míos como
buscando una respuesta a tantas preguntas; la mirada de impotencia de mi padre
por no poder detenerme de una vez por todas. No sé si alguna vez volveré a
verlos, y sé que ellos piensan lo mismo. Por eso nuestros ojos no se quieren despegar
unos de otros, mantienen un lazo invisible a los ojos de los demás, para tratar
de grabar en nuestras retinas todas las imágenes posibles, como lo haría una
cámara fotográfica que toma sus fotos por última vez. Pero tengo que irme, por
el bien de todos. No puedo quedarme en este país devastado esperando que la
situación se resuelva por sí sola. La guerra terminó y hay que salir adelante
de una u otra forma.
Por eso estoy acá, en el puerto, en la
cubierta principal de este barco atestado de personas, apoyado en esta fría baranda
que intenta contenerme y ya me separa de los míos, comenzando una travesía
larga y desconocida, con destino a América. Todos los pasajeros nos encontramos
en la misma situación, despidiéndonos de nuestros seres queridos y dejando atrás
un pedazo de nuestras vidas. ¿Se darán cuenta que quizás no volveremos? ¿Cómo
será esa región de la que todos hablan? “El granero del mundo” le llaman. Los
rumores son muchos, dicen que te dan una porción de tierra para cultivar y
trabajar. Nadie sabe con certeza qué va a hacer allá, pero la incertidumbre es
parte de esta historia. Sólo contamos con algún oficio que nuestro terruño nos
legó y que nos hará falta para sobrevivir. Entre nosotros hay albañiles,
carpinteros, herreros, sastres, zingueros, panaderos, agricultores, zapateros y
otros tantos. Algunos, muy pocos, viajan con sus familias y los niños lo toman
como un juego o una aventura que seguramente no olvidarán.
Nuestras maletas no sólo contienen nuestras
pertenencias y documentación necesaria sino también aquellos recuerdos y
memorias más preciadas: trozos de melancolía por el abandono de esta tierra que
nos vio nacer, algún que otro retrato para no olvidar los amados rostros, o
palabras dibujadas en un papel a modo de carta, de algún amor que queda atrás.
Llevamos todo aquello que nos ayude a sobrellevar este exilio obligado, y
pasaremos a ser hijos adoptados por una nueva patria, intentando conservar
nuestras costumbres y tradiciones que nos mantendrán ligados a nuestro pueblo
de origen. Sabemos que será difícil.
Sin embargo, sé que lo más importante
quedará prendido en aquellas cosas que no se ven y que no pueden guardarse en
ningún equipaje, porque quedan en la piel como un tatuaje permanente, en el
olfato, en los oídos o en la boca: los aromas de la comida de mi madre, las
voces de las cantatas en las reuniones familiares, el sonido de los golpes
descuidados de las ollas en la cocina, el olor después de la lluvia en el patio
de mi casa y sobre todo las últimas miradas, éstas, las del puerto, las que me
llevaré antes de partir como un tesoro y quedarán grabadas a fuego. ¿Olvidaré
alguna vez el rostro de mi madre? ¿Se esfumará lentamente de mis oídos la voz
de mi padre? Deseo que nada de eso se borre de mi mente porque forma parte de
mi identidad más profunda.
Llegó la hora de partir. Un largo viaje
nos espera. Las aguas italianas golpean sin permiso el casco del vapor como
empujándolo a aguas extranjeras y hacia otra estación del año. Las calderas ya
están en marcha y la cruel sirena marca el final, o el comienzo de otra
historia, según del lado que se lo vea. Igual siempre será un desprendimiento,
un desgarro, una mutilación invisible, que dejará una marca perpetua en cada
uno de los que estamos aquí. Por última vez, las miradas se entrecruzan en
sendas impalpables y las lenguas se confunden, se mezclan en saludos
angustiados e impotentes. Todos debemos soportar esta despedida, los que nos
vamos y los que se quedan con las ansias por no saber qué sucederá en aquellas
nuevas tierras. Las noticias llegarán lentas. Allá está Giovanni con su esposa
y su pequeña hija, a la que no veré crecer, y María con su novio, con quien
seguramente se casará. Mamá está emocionada, sé que lo está, aunque su fuerza
interior de luchadora incansable le permita contener sus sentimientos, y papá
Pietro, aunque no quiera demostrarlo, oculta su tristeza debajo de la oportuna vicera
de su gorra. Lágrimas gruesas ruedan por las mejillas de todos. Queman. Marcan.
Laceran. Respiramos hondo. En el final, no podemos pronunciar palabra alguna porque
la garganta se nos cierra al punto de ahogarnos. Sin embargo, es un silencio
que lo dice todo. Sólo los gestos y las miradas. Esas que intentamos llevarnos
para siempre. América nos espera. A pesar de nuestros miedos, y de nuestros
dolores. Adiós.
1 comentario:
Felicitaciones Beatriz, excelentes trabajos.
Publicar un comentario