no noté que estabas a mi lado,
que cargabas con tu cruz y me seguías,
que rozaste mi cuerpo con tu manto.
No debía temer la noche oscura,
porque allí estabas tú, con tu paciencia,
con tu eterno perdón, con tu ternura,
con la palabra sabia y tu indulgencia.
Me distraje, no supe lo que hacía,
no advertí los clavos en tus manos,
tu dolor por mí, tu presencia permanente,
y el preciso clamor de tu llamado.
El efecto cruel de los azotes,
el poder indiferente de Pilatos,
la firme entereza de tu Madre,
el sentido final de tu calvario.
Pero sé que estás en cada cosa,
en el niño que nace, en la semilla,
en la espina que lastima y en la rosa,
en la cima del monte y en la orilla.
En la búsqueda inmortal del peregrino,
en el trueno que retumba y es tormenta,
en la brisa que se queja en un susurro,
en las redes abundantes de la pesca.
Tus huellas y tu luz son la tutela
que guía e irradia los caminos,
revelando sin dudas ni recelos
el impulso real de tu martirio. 3er premio- Concurso religioso Arquidiósesis de Rosario- 2013
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