pero cincuenta y tantos años antes
yo me mecía entre tus brazos
y sólo Dios sabe cuántas veces
tus manos me ciñeron,
tus ojos me abrazaron,
pero de pronto y sin aviso,
el eco de una voz ausente,
un tenue llamado,
provocó un vacío,
y echaron a volar las golondrinas
en medio del calor de aquel verano,
llevándose del aire los aromas,
rompiendo los hechizos,
dispersando caricias por los campos,
y así, el arrullo narcótico y el beso
poco a poco se fueron esfumando.
Sólo Dios sabe cuántas veces
en ese corto tiempo
tus ojos me abrazaron…
Pero tu última mirada,
la última,
la que quedó impregnada de jazmines,
esa que se perpetuó en el espacio,
fue prendiéndose a mi rostro
como un tatuaje urgente,
como un sello grabado.
Hoy, no te recuerdo sin embargo.
Pero al final de cada día
descubro tus ojos
en los ojos de mis niños, reflejados,
y de pronto retorna lentamente
como hace cincuenta y tantos años,
el calor maternal de tu mirada,
las caricias dispersas
y el júbilo perdido del verano.
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