1er Premio compartido.
II Concurso “Anécdotas e historias sobre nuestro
pueblo, ciudad, comarca”.
Convocado por la Revista “Ay, Patria mía!” del Centro de Revisionismo Histórico de Salac
Convocado por la Revista “Ay, Patria mía!” del Centro de Revisionismo Histórico de Salac
(Sociedad Argentina de Letras, Artes y
Ciencias)
Los zapatos están lustrados. Y el traje de Juan está listo, aún colgado,
para que no se arrugue. Es el día de las Patronales de Clucellas y el pueblo se
detiene para festejar. Habrá que levantarse temprano porque la misa de acción
de gracias es a las nueve y media, con el Obispo. Igual, antes está la Procesión.
Irá abrigado. Siempre va abrigado el día de la fiesta. Porque todavía hace frío
a principios de septiembre. Y caminar alrededor de la plaza a paso lento hace
que se sienta más. La Virgen, impecable, irá cargada en andas llevada por algunos
voluntarios, y los niños caminarán arrojándole pétalos de rosas que caerán como
lluvia sobre su manto mientras los fieles la acompañamos rezando. Antes era
llevada por muchachas solteras, muchas veces escoltada por Granaderos; hubo un
período en que era transportada por conscriptos, pero ahora no hay un criterio
determinado. Algunas cosas han cambiado demasiado, piensa Juan, y una gran
melancolía lo invade como queriendo retornar a aquellas épocas. Siguiendo con
sus evocaciones determina que tampoco habrá bombas. La primera se arrojaba en la
víspera, cuando caía el sol, y luego, el día de la Fiesta se anunciaba, al
amanecer, muy temprano, el comienzo de las jornadas patronales. Un primer
estruendo despertaba a la población en su conjunto; era como un despertador
masivo para que todos abriéramos los ojos al mismo tiempo y nos comenzáramos a
preparar para los festejos. Luego, se arrojaban otras para acompañar la
Procesión, provocando el estremecimiento de algunos distraídos, el llanto de
unos pocos niños y el inminente revuelo de los pájaros de los alrededores. Por
eso se suspendieron, para no asustar a los animales; muchos perros desaparecían
por unos días a causa de los explosivos, igual que en Navidad y Año Nuevo. Igualmente
sigue siendo una fiesta, decide Juan mientras se pone el traje con mucho
cuidado. Los zapatos se los colocará antes de salir, luego de desayunar, para
que no se ensucien. Su traje, está quizás un poco pasado de moda. Pero es un
traje, y la ocasión lo amerita. Recuerda que la ropa que se compraba para las
patronales tenía que usarse igualmente, sin importar si el clima no era el
adecuado. Su hermana y su madre modificaban los vestidos para que parecieran
nuevos, agregándole o quitándole algún detalle, porque la mayoría de las
mujeres de la familia sabía coser. Corte y confección habían estudiado. Ya es
la hora. Las campanas de la iglesia anuncian el comienzo de la Procesión en
pocos minutos. Se coloca los zapatos, se apresura frente al espejo con los
últimos retoques y sale a la calle camino a la plaza. El sol está radiante y
eso ayuda a que mucha gente mayor, como él, pueda cumplir con el ritual anual. La
Procesión sale de la Iglesia así que tendrá que caminar varias cuadras; a él
nunca le gustó eso de “engancharse” en la vuelta. Ni bien cruza la puerta de su
casa ya puede escuchar la propaladora con las canciones religiosas, de donde
saldrá la voz que conducirá el rezo hasta el Templo. Cuando él era joven solía
haber una banda que acompañaba la doble fila de peregrinos, también hubo
ocasiones en las que alguien encabezaba el recorrido con un megáfono para que
todos pudieran escuchar. Su trayecto hasta el templo le permite seguir
recordando. Al llegar a la puerta de la iglesia, se coloca detrás de aquellos
que arribaron antes que él. La cola es larga y lo será aún más a medida que
vayan acercándose los vecinos más remolones.
Mientras va recorriendo el sendero perimetral ya puede ver los stands de
los vendedores que, como todos los años, llegan al pueblo con la mercadería o
los juegos que tienen para ofrecer. Se forma como una feria, que mientras fue
pasando el tiempo, fue mutando también, adaptándose a las necesidades de la
sociedad. La ruleta, el peludo, el alquiler de carros y los saltarines fueron
suplantando a la carrera de embolsados, la sortija, las piñatas llenas de
harina y caramelos, las carreras de obstáculos y el palo enjabonado con un
lechón de premio. Y cuando llega la noche, es el momento del tradicional baile.
El salón del Club Florida aún mantiene
la estructura por donde pasaron tantas reuniones sociales, y entre ellas, las
de las fiestas patronales. Aunque antes de realizarse allí, se hacían donde
ahora es el Salón Cultural de la Biblioteca Bonini, lo que luego funcionó como
cine. Igualmente la antesala de los primeros bailes fueron los Pabellones. Juan
recuerda cuando llevaban a todos los niños al campo a la casa de un tío para
que no molestaran cuando los ensamblaban. Esas estructuras tenían piso de
madera y estaban cubiertas por una carpa donde se bailaba al compás de alguna
orquesta Típica como la Gomez-Vazquez, que tocaba especialmente tangos,
milongas, pasodobles y valses; o Característica, que interpretaba además jazz,
foxtrot o tarantelas, entre otros ritmos más modernos. Pero él no tuvo la oportunidad de bailar en esos pabellones que tuvieron su apogeo en los años treinta y cuarenta, allí transitaron sus padres y sus abuelos, y ese recuerdo lo remonta a imaginar las historias de amor que se habrán gestado sobre esas tablas, cuando no había computadoras ni celulares para concertar citas, y los horarios máximos de los eventos no pasaban la medianoche. También recuerda que tenía una única camisa que debía cuidar para los demás bailes de la zona, porque las fiestas patronales de los pueblos vecinos se festejan casi todas en la misma época. Su mente va y viene en el tiempo constantemente, trasladándolo a situaciones imaginarias que lo conmueven y lo transportan. Ya casi está por la mitad de la Procesión cuando le viene a la mente las llamadas “vuelta del perro” en la plaza, donde los varones giraban en torno al predio yendo para un lado y las mujeres para el otro, para poder verse a los ojos en el punto de coincidencia. Era como un juego de seducción sin palabras, donde la mirada tomaba fuerza y transmitía mensajes. Y luego, estaban las reuniones familiares. La casa paterna era el escenario de los festejos, donde largas mesas con abundante comida, preparada durante días, despedían aromas mezclados, de los salames de las carneadas, las tentadoras mayonesas, el lechón adobado y otras exquisiteces para compartir con los parientes del dueño de casa. Aún tiene grabado en sus oídos las conversaciones en piamontés entre sus familiares mayores, dialecto que fue aprendiendo de a poco, a través de las canciones o charlas que escuchaba diariamente, porque los abuelos de Juan habían llegado de Italia a principios del Siglo XX, acarreando su idioma, sus costumbres y tradiciones.
Esas fueron y seguirán siendo nuestras fiestas patronales. Una jornada
de contemplación y respeto respaldada por la fe religiosa, pero también de
descanso de las tareas laborales y de festejo, que revela las más hondas
rutinas y las raíces del pueblo. Por eso, hoy, como todos los ocho de
septiembre hace más de sesenta años, una vez más, Juan asiste a la misa, se dará una vuelta por la
plaza y compartirá alguna reunión con algún amigo, tomando un vermouth, quizás
en el Bar Bessone. Y así lo seguirán haciendo sus hijos y sus nietos, a través
de generaciones, aunque cambien algunas costumbres y aunque los ritos no sean
los mismos, ya que el orgullo pueblerino será lo que los mueva y los
identifique.
NOTA: Las imágenes son de la Revista del CINCUENTENARIO de Clucellas (1932).
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el año 1999 tiene la Receptoría Oficial
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