Turbio se vuelve el cristal de la ventana,
la espera duele, lacera la carne,
la ventana lo sabe, su amado se ha ido.
La mujer se asoma, cual secuaz espía,
la cortina encubre sus ojos vacíos,
la mirada busca, en aquel paisaje
la imagen perdida de aquel que se ha ido.
Pero son iguales todas las jornadas,
iguales las aves, iguales los trinos,
el sol no se oculta, más tarda la luna
y hasta los silencios parecen los mismos.
La mujer detiene todos sus minutos
frente a la ventana del cristal sombrío,
la ausencia le muestra todos sus fragmentos,
dispersos, lejanos, lerdos y partidos.
Más tristes parecen los lánguidos sauces,
columpian sus hojas en constante ritmo,
desde la ventana aguarda el regreso
de aquel que ha dejado su jardín vacío.
Las musas le tejen mágicas historias,
afuera es de noche, ya duermen los lirios
las horas perennes esquivan relojes,
mudos compañeros, eternos testigos.
El día culmina, la mujer se aleja,
la cortina encubre su rostro abatido,
mañana, otra vez, volverá la espera
desde la ventana del cristal sombrío.
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