Agudo miriñaque entre los pastos
hiende las quietas soledades frías,
sobre designios de la geometría
monótono le cruje el duro trasto.
Como enhebrando pueblos en el vasto
y añoso mapa de las lejanías,
con negritud bufante engulle vías
Lleva una estrella temblorosa y sola,
una pequeña mota de rezago,
que parpadeando en su furgón de cola
señala la quietud del horizonte
cuando suspenso en un humito vago,
se funde entre las sombras y los montes.
2)
Resoplando entre los sigilos del alba,
venían por los campos, humedecidos por la extendida ingenuidad del
trébol.
En el andén gregario comadreaban sus horas las sencillas esperas,
y era un contento ver las estaciones claras,
llenas de ásperas manos de trato delicado,
mujeres aferradas a cestos minuciosos,
niños que a puro niño corrían mariposas con redes de sonrisas,
algún viejo bichando desde un
chala, anónimo de años,
perros vagabundos detrás de cualquier gesto
con una fidelidad muy parecida al hambre;
los descifrables, apacibles modos
de un regocijo que el pueblo hacía suyo
por obra y gracia de la soledad y de los mapas.
Después, en una diáspora de augurios y vapores,
la voz de la campana urgía los pañuelos.
Sobre el temblor overo de algún carro,
un par de adioses largos se sacaba despacio los abrojos.
3)
Hay que verlos allí, en medio de un páramo de olvido,
indefensos de solemnidad y herrumbres, los aceros reumáticos y solos.
Junto a galpones que esparcen silencios y oquedades, los han llevado a
morir...
¿Qué de aquel bronce tañidor de andenes,
de vidrios empañados que juntaban ahíncos de mejillas?,
¿qué del pitido largo que agitaba los brazos con recomendaciones
mudas?,
¿qué del asombro de los girasoles, del espanto sesgado de las liebres
ante sus correrías de humo y panaderos,
y aquel raudo miriñaque
desflorando las ofrecidas donosuras de los campos?
Hay que verlos allí, verificarles esa postración inútil,
la luna interpelándoles los lomos, o el sol a pique sobre los vestigios
rancios.
Una campana ausente desala gorriones invisibles
y el tiempo los enyuya de
tristeza y hastío.
Pesados de oscuridad sin culpas, los han llevado a morir...
yacientes desinencias del óxido
y del siglo.
Sobre los pueblos que albriciaban con su paso
se abate un desánimo de estrellas
y una orfandad sin párpados se ahonda en las miradas.
Abel Edgardo Schaller nació y vive en Paraná. Es profesor nacional de educación física, egresado del INEF
Santa Fe en el año 1962, habiendo también realizado sus estudios de profesor nacional de música en la especialidad dirección coral en el Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral.
Ha participado en forma directa en la creación de 11 organismos corales en el país, al frente de uno de los cuales permanece como Director: el Coro de la Universidad Nacional de Entre Ríos.Actualmente integra el Grupo Vocal "Melipal", y ha publicado un poemario "De fulgores y sepias" (Ediciones del Cle)
1 comentario:
Bello.
Saludos
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