Rosa
Montero nació en Madrid y estudió Periodismo y
Psicología mientras colaboraba con grupos de teatro independiente como Tábano y
Canon. Ha publicado en diversos medios de comunicación y desde 1976 trabaja en
exclusiva para “El País”.
En “La loca de la casa”, uno de sus últimos libros, la propia Rosa narra en primera persona a través de su mente y de sus recuerdos, ya sean verdaderos o no, multitud de historias, casos, citas y ejemplos sobre obras, escritores e incluso vivencias personales.
En “La loca de la casa”, uno de sus últimos libros, la propia Rosa narra en primera persona a través de su mente y de sus recuerdos, ya sean verdaderos o no, multitud de historias, casos, citas y ejemplos sobre obras, escritores e incluso vivencias personales.
La autora abarca diversos géneros, es una
combinación entre autobiografía, ensayo y novela en una misma obra. “La
imaginación es la loca de la casa”, es la cita de Santa Teresa de Jesús, de
dónde ha tomado Montero el título de su libro, por ello tratará como tema
central en toda su obra: la imaginación.
Montero plantea una reflexión y a partir
de ahí expone su punto de vista apoyándose en la vida o las opiniones de
diferentes autores, como Capote, Goethe, Kipling, Tolstoi.
·
Cuando vuestro daimon (demonio) lleve el timón, no tratéis de
pensar conscientemente. Id a la deriva, esperad y obedeced” (Kipling) (Pág. 50)
·
Lo que te da miedo es ponerte a escribir y no poder encontrarte con
tu daimon que está dormido.
·
Los fantasmas de un
escritor son aquellos personajes o detalles o situaciones que persiguen al
autor, como perros de presa, a lo largo de todos sus libros. Son imágenes que
para el novelista tienen un profundo contenido simbólico, un significado que
normalmente no entiende, porque los fantasmas son arteros, además de obcecados
y se ocultan con tan buena maña entre los pliegues del subconsciente que el
escritor a menudo ni siquiera es capaz de saber que los tiene; y así, puede
suceder, por ejemplo, que un autor suela meter en sus libros personajes cojos,
pero que no se haya dado cuenta de que lo hace.
·
“La intranquilidad y la incertidumbre, así como la intuición de un
destino singular, quizá me han impulsado a tomar la pluma par intentar
reflejarme a mí mismo” (Roberto Walter). Todas las persona, literatos o no,
percibimos esa ansia de la singularidad de nuestro destino, el grito del yo que
se siente único y el intento de reflejarse a sí mismo, porque uno escribe para
expresarse, pero también para mirarse en un espejo y poder reconocerse y
entenderse. (Pág. 82)
·
El éxito angustia, porque no es un objeto que uno pueda poseer ni encerrar
en una caja de caudales. El éxito es un atributo de la mirada de los demás,
quienes, de pronto, y de manera en realidad bastante arbitraria, deciden
contemplarte con placidez y agrado, otorgándote el incierto regalo de creerte
exitoso. Una vez situados bajo ese haz de luz procedente de la mirada de los
otros, los humanos solemos desear que el foco no se apague, y eso nos coloca en
una situación de debilidad y dependencia, porque no sabemos muy bien qué es lo
que tenemos que hacer para que el reflector siga luciendo.
Cuando empezamos a
escribir para intentar complacer a esa mirada de los
demás, en vez de seguir
los dictados del daimon, como decía Kipling,
entonces
todo nuestro posible talento, pequeño o mediano, se hace fosfatina, y
lo que
escribimos se convierte en basura.
·
El éxito de hoy está relacionado con la fama y no con la gloria. La
fama, esa suma de malentendidos que se concentran alrededor de un hombre es
vertiginosos juego de espejos deformantes que te devuelven millones de imágenes
de ti, imágenes todas ellas falsas y alienantes y esa multiplicación del yo
mentiroso puede resultar especialmente dañina para alguien que es un ser que
tiene las costuras de su identidad un poco rotas y que tiende a sentirse
disociado. (Pág. 87/ 88)
·
“Escribir es como practicar la prestidigitación. Si te limitas a
mencionar una silla, evocas un concepto vago. Si dices que está manchada de
azafrán se vuelve visible.
·
“La calidad literaria es uno de los valores más subjetivos y más
difícilmente mensurables que conozco, ¿Quién te asegura que esa resma de
páginas impresas, ese montón de mentirillas infantiles y ridículas son de verdad una novela y tienen de verdad algún sentido? La historia
demuestra que ni el éxito en vida, ni los premios, ni el fracaso y el
aborrecimiento de los críticos, han sido nunca una prueba fiable de la calidad
de una obra. (Pág. 97)
No hay comentarios:
Publicar un comentario