Las palabras dan emociones, pero,
en cualquier vuelo literario, las emociones nacen desde la voz del narrador.
Pueden ser voces irónicas, cínicas, desafiantes, persuasivas, desconfiadas,
enamoradizas, vengativas, melancólicas...
La voz del escritor sobrevuela el texto desde el
momento en que elegimos narrar un relato desde ahí, desde nuestro particular
punto de vista, pero lo que cuenta el narrador, "cómo lo dice" (tono
del discurso), es tan importante -o más- que "lo que dice"
(argumento). "En literatura, no oímos al narrador y, por tanto, debemos estar atentos a otros índices de su actitud", explica Enrique Anderson Imbert en su libro Teoría y técnica del cuento.
Una frase literaria, dicha en tono satírico, no significa lo mismo que expresada en tono frío o distante. Es como un chiste: será más o menos gracioso no sólo por la anécdota en sí, sino más bien por cómo la transmite la persona que la cuenta.
Por tanto, el tono de un relato es la actitud emocional que el narrador mantiene hacia el argumento y hacia los protagonistas.
La entonación crea un efecto de empatía en el lector, porque, según el tono con que se cuente la trama argumental, ésta puede expresar diferentes sentimientos.
No es el mismo discurso afirmar que lloverá, dudar si lloverá o no lloverá o amenazar a alguien con que le lloverá encima.
El tono del relato, en definitiva, puede modificar la historia y forma parte del punto de vista desde dónde quiere narrar el escritor. Cuando éste comienza un cuento, opta por una narración concreta, elige desde qué narrador va a contarla (primera, segunda o tercera persona), pero también desde qué sentimiento (tono) lo enuncia.
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