
Desde allí,
miraba hacia abajo, al patio, y nos observaba con indecisión; quizás no se
sentía preparado todavía, pero su instinto le decía que ese no era su lugar. Quedó un buen rato allí, y luego se fue, casi
sin avisar, porque no lo vimos alejarse. Nos quedamos con la congoja de su
partida y con la duda de su destino. Salimos al patio, miramos al cielo, sobre
los árboles y los techos vecinos, pero no estaba. Piki se había ido; debíamos
acostumbrarnos a la idea. Pero al día siguiente apareció sobre el techo otra
vez. Había regresado. Virgi se subió para darle de comer y él se aproximó con
la confianza y la seguridad que da el cariño recibido. Quizás no había
encontrado comida; tal vez se sentía solo. La cuestión es que decidió volver.
Estuvo un tiempo dando vueltas del techo a un árbol; lo observábamos, nos
observaba. Y volvió a partir.
Pero al otro día, casi a la misma hora, apareció
nuevamente. Y esta vez entró al patio luz a comer, se quedó casi toda la tarde
allí, donde había pasado sus primeros días, y a la tardecita se fue. Quizás
vuelva, quizás no, pero será su decisión. Porque nunca fue prisionero de
nuestros deseos. Seguramente aún vacila sobre su rol de mascota. Y si decide volver, allí estaremos.
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