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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

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martes, 4 de agosto de 2020

"Un temible Tiranosaurio Rex" (por Georges René Weinstein Velásquez) TALLER VIRTUAL 6


(para Samuel, que construye sus propios caminos)

Se despertó sobresaltado. ¿Qué pasa Sami preguntó su madre– tuviste una pesadilla? ¡No mami, no te preocupes, estoy de prisa, ¡creo que me voy de viaje! –dijo y comenzó a sacar cosas de su closet. 

Luego de tomar milo de fresa, arrastró la gran caja de herramientas, luego otras, y regó todos los “legos” sobre el piso. En una de ellas se destacaban las instrucciones para armar un bote. Comenzó a construir uno grandísimo –su hermanita le ayudó –y lo nombró: ¡capitán Samu!–. Él armaba la quilla y ella la popa. Luego de terminada la embarcación le pidió al abuelo un pedazo “muy grande” de plástico (del rollo que custodiaba para cubrir los muebles y forrar los colchones, cuando era necesario). Fue acucioso al extenderlo y al poner el bote encima ideó la manera de fijarlo a las paredes, con los pines de unas fichas rojas –para volverlo impermeable. Diseñó una torre de vigilancia, con tres entradas secretas para poder esconderse o huir de los piratas, si se proponían seguirlos.

    Al contarle a su papá, que tenía una misión: la de encontrar una isla perdida y buscar un antiguo tesoro, su padre le preguntó: ¿y, si das con el islote y encuentras animales salvajes qué harás? Samu, sin inmutarse contestó, encogiendo los hombros: no hay problema ¡pa!, si hubiera leones o tigres ya se los habría comido un dinosaurio, y como ellos están extintos… ¡Es cierto, respondió el padre, están extintos! Luego, Samu se alejó y corrió hasta el balcón, en donde la abuelita entretenía, sentada en una silla de mimbre, las tardes repetidas; con prontitud le preguntó: ¡abue qué son extintos! 

     Cavilaba sobre el viaje, pero a su edad, ir solo era peligroso y daba miedo, por tal motivo decidió llamar a tres amigos. Acordaron encontrarse por la tarde, luego del almuerzo (esta vez no opuso resistencia para tomar sopa y comerse la ensalada). Se reunieron y juntaron dos palas de plástico, una linterna recargable, cuatro bolsas vacías, cuatro botellas con jugo, cuatro sándwiches y mecato

  Entrada la oscuridad partieron, sigilosos, para evitar el encuentro con alguna goleta atiborrada de piratas. Se turnaban –de a dos– para remar. Entre el velo de niebla buscaron, acuciosamente, la isla, ayudados por el rayo tímido de la linterna; aguzaban los cansados ojos deseando hallar el delta de un río, que señalaría la primera escala del viaje. La travesía fue larga y plena de tropiezos; una ola les ocasionó la pérdida de un remo. Ninguno se atrevió a lanzarse al agua para buscarlo por miedo a los tiburones, que debían estar hambrientos por probar carne tierna de niño, pero afortunadamente lograron recuperarlo, con bastante esfuerzo. La siguiente tarea fue recomponerlo, debido a que los pedazos de lego se habían separado. Al alcanzar la costa estaban extenuados, y con el sueño embolatado. Ya en la playa, y luego de reponerse, se dispusieron a organizar la búsqueda, pero ninguno sabía cómo comenzar.

Habían caminado un poco, entrando a un bosque de árboles gigantes, cuando oyeron un gruñido descomunal. Se acurrucaron en un matorral, uno encima del otro, atemorizados, y se quedaron en silencio –como cuando el profesor ponía orden en el aula de clase–.

Se oyó una voz aguda que preguntó: ¿quién anda por ahí? Lo repitió varias veces, hasta que ellos dejaron el temor. ¡Somos nosotros, respondieron: cuatro niños que vinimos en un buque de legos! La voz, armoniosa, sonrió y les dijo: ¡no teman, soy un tiranosaurio Rex joven…pero! Y en efecto, era una tiranosauria Rex.

Samu recordó, y les narró, la leyenda que había visto en la TV, en el canal Discovery Kids, la única, se dice– que escapó del antiguo cataclismo, porque en ese instante estaba agazapada en una cueva, jugando escondidijos. Su madre y hermanos murieron mientras la buscaban; su padre se había ido, porque era la moda en esos tiempos. Luego –como estudioso de esa clase de bichos– los calmó diciéndoles: no le crean, se está mermando la edad, los dinos vivieron hace millones de años, ésta está muy vieja y no debe ser capaz de correr. Y, en efecto así era, apenas los miraba y movía la cabeza y gruñía.

El asombro fue enorme al escucharle decir: “Como ven, no puedo moverme; cazando a un tricerátopo resulté coja, al clavarse en mi pata derecha uno de sus cuernos, y luego quedé atrapada entre estos troncos. Cuando se terminó la reserva de carne, para no morir de hambre decidí nutrirme con hierba. Así que no teman, ya no soy carnívora.

Se quedaron haciéndole cosquillas con un palo, durante un rato, y se turnaban. Tiranosau… se revolcaba de risa. Luego, con calma y mucho esfuerzo fueron separando los palos y ramas que la tenían atrapada. 

Samu había soñado con el mapa, y la vaguedad del recuerdo le indicaba una equis cerca a lo que parecía una roca, pero no sabía cómo dar con tal montículo. ¡Estaba angustiado!, pero su nueva mejor amiga, les dijo: ¡eso, el tesoro, para mí no tiene interés! Y agradecida les indicó el camino, por el que sin contratiempos pudieron llegar hasta el sitio.

Al abrir el cofre no encontraron monedas ni joyas, solo paquetacos de galletas y dulces –frescos– elaborados en secreto por el panadero de la cocina de Thor. Una vez saciados regresaron con los bolsillos y las bolsas derramando golosinas; recompensaron a la dina que, satisfecha, movía la cola y musitaba coqueta: mmm. ¡Primera vez que me halagan con chocolatinas!  

Remaron toda la noche, ansiosos por regresar y contar su singular historia, y motivar con dulces a los que hicieran corrillo. (En este punto del periplo, el narrador les ayudó, al no atreverse a demorar el tiempo, deteniéndose en los detalles de las peripecias del regreso, que estuvo agitado con nuevos peligros).

La madre de Samu escuchó ruidos (como de agua arañando las rocas) y voces ligeras de niños. Continuó pensativa… y, casi a la hora del tinto, entredormida y trastabillando abrió la puerta del cuarto. Al encontrarlo debajo de la cama, protegiendo el bote y moviendo los brazos –como si remara– exclamó: ¡Sami! ¿Otra vez… huyendo de las pesadillas?

AUTOR: Georges René Weinstein Velásquez

Medellín  (Colombia)

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