El amor es una
enfermedad de las más jodidas y contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos
reconoce. Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras
noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres
devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces.
(Uruguay, 1940)
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El amor se
puede provocar, dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido,
en el café o en la sopa o el trago. Se puede provocar, pero no se puede impedir.
No lo impide el agua bendita, ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el
diente de ajo sirve para nada. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de
las brujas. No hay decreto de gobierno que pueda con él, ni pócima capaz de
evitarlo, aunque las vivanderas pregonen, en los mercados, infalibles brebajes
con garantía y todo.
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