A Irene, que ya no está....
No era una caja más. Me la regaló Irene, mi vecina-casi abuela-amiga-tía, nada de eso en concreto y todo eso junto. Al principio me impactó. Me pareció demasiado grande, demasiado cuadrada, “demasiado roja”, muy llamativa a mi gusto. Cualquiera que la viera diría que era la caja de cosméticos de alguna actriz o vedette en decadencia.
Tenía una manija rígida por fuera, también cuadrada, y al abrirla, se veía un enorme espejo que cubría completa la parte interior de la tapa, y adentro colgaban tiras de cuero roja adosadas de sus extremos a las paredes de la caja, las que ajustándolas, servían para sostener frascos con líquidos o cremas.
Comencé a usarla en mis vacaciones, cuando era soltera, porque era práctica para llevar todo lo que necesitaba: pinturas, perfumes, cremas, peines. Y me fui dando cuenta que cualquier cosa cabía en ella. Luego, con el paso del tiempo, me acompañó en mi viaje de bodas y los sucesivos viajes con mi marido, con lo que la ya famosa caja roja se fue completando en todos sus rincones, anexando brochas de afeitar, desodorante para hombres, etc. Nos fuimos encariñando.
Año tras año llegaron los hijos. Cuatro en total, que hicieron que nada fuera suficiente en tamaño para guardar todo lo necesario en nuestros viajes. Así, de caja de cosméticos pasó también a cumplir la función de botiquín. Fuimos llenándola con remedios para chicos, termómetro, curitas, más cepillos de dientes, cremas para los mosquitos y protectores solares de todo tipo y factor. Además, había lugar para otras cosas como rollos para cámaras fotográficas o hilo y aguja para posibles costuras provisorias.
Ya era insustituible. Ya no me parecía demasiado grande. Ya era parte de la familia y no salíamos a ningún lado sin ella. Todo pasaba por la caja roja, cuando alguien buscaba algo seguro que estaba allí. Y ni hablar de olvidársela.
De pronto, el espacio no alcanzó y la caja no resistió. Luego de varios viajes, de llenarla y vaciarla, comenzó a aflojarse en sus paredes laterales. Un año más, decíamos, en un excesivo abuso de confianza. No queríamos deshacernos de ella. Nos había acompañado mucho tiempo y habíamos compartido demasiado. La seguimos llevando, aunque ya debíamos tomarla con las dos manos y de abajo, no podíamos sostenerla de la manija porque se abriría y sería el caos. Cada vez que llegábamos a un lugar y había que bajarla del baúl, todos teníamos conciencia de ello, “cuidado con la caja roja”. Bajarla era una función que debía cumplir solo algún miembro de la familia, quienes conocíamos en qué condiciones estaba.
Este año fue el último. Estábamos en nuestras vacaciones de verano y nos dimos cuenta que ya no resistiría otras. ¿Cómo desprendernos de ella? ¿Cómo dejar atrás todo lo que nuestra caja guardaba?, nuestros sueños, nuestras aventuras, parte de nuestras alegrías y tristezas, recuerdos imborrables atesorados en cada uno de sus rincones. Iba a ser difícil pero algo había que hacer.
La respuesta llegó sola. Íbamos caminando por una calle céntrica cuando en una vidriera la vimos, fue en un negocio de marroquinería lleno de bolsos, valijas y carteras, pero ésta se destacaba. Era una caja del mismo color que la nuestra, aunque un poco más moderna, con sus bordes más redondeados y además de la manija rígida, una tira larga de cuero para sostenerla de un hombro. La decisión fue inmediata y unánime. Al día siguiente la compramos, aunque dejamos que nuestra querida caja terminara su último viaje, regresando a casa llena, como lo había hecho durante casi veinte años.
Ahora está allí, en un rincón de la casa, esperando nuestra decisión de qué hacer con ella. Tirarla sería demasiado duro. Ya veremos.
Publicado en el libro "SENTATE QUE TE CUENTO". Editorial de los Cuatro Viento- Bs. As. 2009
1ª Mención en Narrativa Antología "La magia en tus palabras"- Ed. Andrónico. Bs. As. (2007)
Publicado en el libro "SENTATE QUE TE CUENTO". Editorial de los Cuatro Viento- Bs. As. 2009
1ª Mención en Narrativa Antología "La magia en tus palabras"- Ed. Andrónico. Bs. As. (2007)
1 comentario:
Me ha gustado la historia de la caja roja. A mi también me cuesta prescindir de objetos o cosas que me han acompañado durante una parte de mi vida, y a los se unen gratos recuerdo, llega un momento en que es necesario sustituirlos o simplemente deshacerte, entonces tienes que trabajarte los apegos, pero su recuerdo nos sigue acompañando.
Graziela Ugarte
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