El sol estaba en su cenit y producía un calor intenso. Aún en malla, estaba
transpirada y molesta. Se levantó de la arena de la extraordinaria playa que
encontró en un pueblecito perdido e ignoto donde estaba pasando sus vacaciones.
De pronto una ola le besó los pies y le acercó algo brillante, que flotaba a
los tumbos y atrajo su mirada. Se agachó y recogió una hermosa botella
verde…¡tapada!. La puso a contraluz y descubrió el contenido. Con mucho
esfuerzo retiró el tapón y con mucho cuidado extrajo un rectángulo de
papel ajado, que tenía escrito el siguiente mensaje: “Papá Fabián: Vení a
buscarme. Oscarcito”. Se fijó en la letra insegura de un niño ¿de unos ocho
años, más o menos?
Tardó unos minutos en recomponerse, impactada por la misiva, imaginando
distintas situaciones, con la mirada perdida en el horizonte marino. Luego se
calzó la bata, se puso las ojotas, recogió presurosamente la loneta y su bolso
con los accesorios personales, se aseguró el sombrero y partió hacia el cuarto
que le servía de hotel en aquel paraje.
Le salió al encuentro el locador, preguntándole si había disfrutado de la
mañana, pero no atinó a responderle cuando de sus labios salió la
pregunta:¿Conoce a un hombre llamado Fabián? El viejo respondió con otra
pregunta: ¿Alguien la molestó en la playa? Negó con la cabeza y se introdujo en
el cuarto, asombrada de su reacción.
Luego de ducharse y vestirse con ropa de calle, partió hacia el viejo y pequeño
bar que tenía pretensiones de restaurante. Pidió una comida rápida y cuando se
la trajeron se sorprendió a sí misma preguntándole al improvisado mozo: ¿Quién
se llama Fabián en este pueblo? La negativa le produjo cierta desazón.
A la mañana siguiente se instaló con sus bártulos en la pequeña pero
encantadora playita. Se acercó a darle los buenos días el playero, que también
cumplía el oficio de rescatista. Entablaron una conversación sin pretensiones y
de nuevo le surgió la pregunta: ¿Usted conoce algún hombre llamado Fabián?
El muchacho recorrió con la mirada a los pocos bañistas que estaban allí
a esa hora.-No me refiero a un turista, sino a alguien que vive aquí- le dijo.
El joven le respondió con un gesto negativo y como todo pueblerino quiso saber
el motivo del interrogante. Se hizo la desentendida y colocó los
auriculares, dándole a entender con la actitud que se disponía a escuchar
música.
En los días siguientes pasó lista a los hombres del entorno. Se permitió el
juego de ponerle imaginariamente el nombre “Fabián” en la frente, pero no
resultaba. -Tiene que ser del villorio o de algún paraje vecino- dedujo.
El viernes había algunos nubarrones en el cielo, pero el viejito que le
alquilaba el cuarto se apresuró a tranquilizarla: -No son nubes de lluvia,
Dentro de un rato sale el sol- Lo saludó y marchó lentamente hacia el mar. Se
tendió cuan larga era y dejó que la brisa la acariciara. Al rato salió
débilmente el sol y le aportó tibieza. Pero tenía una sensación extraña, un
desasosiego. Se sentó para alcanzar la radio y tropezó con unos ojos que la
miraban con insistencia. Repasó su vestuario y no halló nada llamativo. Hizo
caso omiso y buscó en el dial su onda favorita. Cuando sintonizó, nuevamente
los ojos del caballero estaban prendidos en ella. No recordaba haberlo visto en
los días anteriores. Su coquetería femenina le hizo pensar que había hecho una
conquista. Siguió disfrutando de sus vacaciones, desentendiéndose del asunto.
Cuando la mañana concluía se preparó para partir. El joven seguía en el mismo
lugar, sin perderla de vista. Lo miró con fijeza y se acobardó cuando lo vio
venir hacia ella.
-Usted busca a un hombre llamado Fabián?-
Afirmó con la cabeza y le disparó: -¿Tiene usted un hijo llamado Oscarcito?-
Las lágrimas en sus ojos se lo corroboraron. En silencio le extendió la cartita
y le explicó cómo había llegado a sus manos.
Con la parquedad de la gente sencilla le aseguró: -Estoy con problemas con su
madre, pero estoy arrepentido de mi actitud. Le prometo que iré a buscarlo.
AUTORA: Griselda Isaida Morand- Villa Ángela (Chaco- Argentina)
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