Proyección de luz
enneblinada,
el bosque
impenetrable que fue nuestro.
Ceniza humedecida,
nuestra fronda.
Los árboles estiran
su talle hacia la luz
definiendo los años
que plantamos.
La sombra es firme,
define las esencias.
No es mala esa oscuridad
que permite
reconocer el rumbo entre la niebla.
Como cuando cerramos
los ojos en la noche
para delinear la
imagen de los sueños.
No nos hemos
perdido. Nos alejamos del sendero
para contemplar el
claro del agua estacionada.
En la copa de lo
vivido se estrechan los ramajes.
Inmovilidad de
brazos que se buscan sin buscarse
en el lienzo gris de
la tristeza.
Hojarasca quieta de
lo que fuimos.
Los ojos se pierden
en un suelo sin relojes.
Allí empalidecen las
flores vencidas
por la boca del
tiempo que sopló nuestro amor.
Algunas se empeñan
en flotar sobre las aguas;
otras, agonizan su
blancor en nuestra orilla.
Atrás de la
presencia recortada, se esfuman los otros,
que también
crecieron con nosotros,
atestiguando el
ciclo fértil de los días.
Aún podemos vernos
aunque nos alejemos
en la mudez
crepuscular del tiempo.
El recuerdo es ese
charco vivo, esa laguna
con destino de
espejo, a pesar del lodo.
A ella me asomo por
buscarme.
Y te encuentro,
copiado en mi costado
como en el cuadro de
aquel oscuro bosque.
AUTORA: Mari Betti Pereyra- La Carlota (Córdoba- Argentina)
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