Claroscuros del bosque que
me rodea.
Luna que ilumina
escabulléndose sobre la trama de la frondosa vegetación que lo cubre todo y
solo deja entrever retazos de un cielo negro en la noche.
Sonidos de los búhos y las
lechuzas que anuncian su presencia, avisando que no quieren ser molestados. La
noche es de ellos, como también lo es mía.
La noche es mi mundo. El
bosque es mi lugar. La sabia vegetal corre por mis venas. Soy una con el
bosque, con las plantas, con el agua del pequeño arroyo que corre con suavidad,
que me habla con el susurro de sus aguas, que me dice que éste es mi lugar. Y
que, al ser iluminado por la plateada luz de la luna, refleja mi rostro cual
espejo.
Hace tanto que estoy aquí,
años, muchos años. Al principio me buscaron. Todos me buscaban. Los veía pasar
desde el lugar donde él me había dejado. Quería hablarles, quería tocarlos.
Quería gritar ¡Estoy aquí! Pero no me oían, no me veían…
Después de muchos días de
buscarme dejaron de hacerlo. Ya no me buscaron más. Al verlos irse corrí tras
ellos ¡No me dejen, estoy aquí! Les grité. Pero no pudieron oírme, siguieron su
camino. Aunque luché mucho por seguirlos el bosque no me dejó salir de sus
límites.
Tardé en entender que nunca
saldría del bosque. Que por toda la eternidad mi lugar sería éste y que, en
forma incorpórea estaría siempre junto al arroyo, los árboles, los búhos y las
lechuzas.
Cada año viene él y
deposita una flor en el lugar donde dejó mi cuerpo enterrado.
AUTORA: Claudia Fernández- Balcarce (Buenos Aires- Argentina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario