El
camino que llevaba a la escuela estaba a merced de la neblina que con su
paleta de colores, todo lo pintaba:
El
lago era un espejo de color gris azulado que se oscurecía por el reflejo
de los árboles, el suelo era un tapete de hojas otoñales con una que otra flor
silvestre y, entre la arboleda una bruma de tonos grisáceos se desplazaba
como un bostezo lento y profundo.
Las
gotas que dejó la lluvia al caer de una hoja a otra orquestaban un suave plic
plic, y cuando se estrellaban sobre el centro de una flor o en sus
pétalos se escuchaba un sutil ploc, ploc.
Maú,
con su capa amarilla, al entrar en ese ambiente, iluminó todo
a su paso.
La mamá de Maú se
detuvo para coger unas flores silvestres, pero al intentar
liberar su mano de la de su hija descubrió que Maú no quería
caminar sola.
En un nuevo
intento por separarse sintió como la mano pequeña y húmeda, se aferró
de su dedo gordo. Entonces para infundirle fuerza a su hija
le dijo:
— ¡Ánimo! princesa, recuerda: ¡Que la
meta es aprender la ruta del colegio!
¿Quién quita que pronto vayas solita?
Maú al escuchar la
emoción con la que su madre hablaba y al sentir el apretón
de mano, deseó decirle que sí, que algún día iría sola a la escuela
pero, el valor se le escapó al escuchar un graznido. Y ya iba a
gritar que no, pero al ver los ojos iluminados de su madre, enmarcados en
tan bello rostro, escondió su miedo tras la cara de puchero aguado y sin hacer
pataleta dijo:
— ¡Ah! no, olita Maú, no…
— ¡Ven! ¡Te llevo con los ojos tapados! — dijo la mamá.
Este era uno de los juegos favoritos de Maú
cuando caminaban por la arboleda. Pero Maú no aceptó, ni este ni otros juegos.
— Bueno y que tal si tú caminas adelante y yo
camino detrás de ti.
Y antes de que Maú
respondiera, la mamá la soltó y retrocedió dos pasos.
La pequeña la miró
con cara de angustia, pero con una sonrisa la mamá la alentó para
que avanzara.
A Maú no le
quedó otra alternativa, entonces dio un paso, luego otro y otro. A medida que
caminaba sus cinco sentidos se agudizaron, tanto que al escuchar el
rumor del viento, sus oídos no lo sintieron, como siempre, arrullador.
Ahora el sonido que escuchaba era semejante al silbido prolongado de una
enorme serpiente.
Y, mientras
comprimía la boca y tragaba saliva, recordó a su compañero Juan
Carlos, que al ver el mapa de la ruta que ella recorría todos
los días para llegar al colegio le había dicho burlón: ¡Esa es la ruta de la
culebra!
También recordó
cuando Tomás sacó la lengua, llevó las manos hasta las mejillas, y mientras
agitaba los dedos en el aire, se le acercó retador, simulando que era una
enorme culebra.
Fue tal el susto de
Maú al ver las muecas que hacía Tomás que corrió despavorida a refugiarse entre
las piernas de la profesora.
La mamá que iba unos
seis pasos atrás decidió esconderse tras un árbol.
Maú, aterrada por
esos recuerdos, al escuchar el desplazamiento rápido detrás de ella con
chasquido de ramas húmedas, volteó y al no ver a su mamá,
sintió que la mandíbula se le caía, que las manos se desprendían y se
juntaban con los pies que inmóviles se anclaban en el suelo pantanoso.
Angustiada, deseo gritar con todas sus fuerzas, pero el
corazón desbocado redobló contra su pecho y el aire se atoró en la garganta.
La mamá al ver la
reacción salió del escondite de un salto y mientras abría las manos
exclamó:
— ¿Dónde estoy? ¡Aquí estoy!
Maú al verla,
recobró las fuerzas y se abalanzó cayendo entre sus brazos y
mientras la agarraba por el cuello murmuró entre sollozos:
— ¡No ejes!, ¡No ejes unca!
— ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! repetía la
mamá mientras la abrigaba.
AUTORA: Sonia Emilce García Sánchez- Itagui (Antioquía- Colombia)
2 comentarios:
Simplemente hermoso, que bien escribes 👏
Muy chévere. Mantiene el interés desde el comienzo y suscita sensaciones. Me gustó.
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