El invierno había pasado más pronto que el año pasado, recorro de
punta a punta la playa con mi perro Servi, el sabe de mi tristeza, será por eso
que me acompaña para que una de esas cometa una locura.
Todas las tardes, lanzo una botella, con una nota diferente, con
palabras diferentes, pero la misma destinataria.
Todas las botellas son lanzadas al agua a la misma hora para que
cuando la recibas sepas al instante que es la tuya y no otra, cayendo en el
error una misiva dirigida a otra persona. Porque estoy seguro que alrededor del
mundo existen románticos igual a mí que prefieren cargar de palabras una hoja
de papel y enviarla en una botella a través del mar.
Ya llevo así, ejecutando la misma rutina, incontables días, noches que
lentamente se fueron transformando en meses y años. Pero la ilusión de recibir
una respuesta me impulsa a que el día siguiente escriba otra y otra.
Se que estás lejos de mí, pero eso no me importa mientras podamos
mantener juntos la magia, yo de escribirte y tú dejándome con el deseo de que
al día siguiente te siga conquistando con otra carta.
Camino por la playa junto a mi fiel amigo, vamos hasta el mismo lugar
donde arrojaré la siguiente botella, espero que se haga la hora exacta, pero
hoy no es como todas las tardes, hoy siento una angustia que me cierra la
garganta, me siento cansado, pero no de escribir, sino el otro cansancio, el de
los años.
Es la hora, intento lanzar pero mi brazo no me responde, me pongo
inquieto, eufórico porque la botella ya tendría que estar en el agua,
ladra Servi como un desaforado, entonces grito el nombre de Amelia y se queda
flotando su nombre en aquel ambiente salitroso, la botella se suelta de mi mano
y cae muy cerca del agua, detrás de ella caigo yo.
Las olas mojan mi cara y mi cabello. Servi me tira de la ropa
intentado que me reincorpore pero él no sabe que he abandonado este mundo
porque por fin contestaste mis cartas donde dices que estás lista para
recibirme.
AUTOR: Emilio Itatí Rodríguez- Resistencia (Chaco)
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