Aún estaba mareado,
Neptuno había desatado su ira y con cada puñetazo, una ola gigantesca me había
enrollado, hundido y luego nuevamente sacado a flote entre espumas y burbujas
de un mar enfurecido.
Miré a través del
vidrio que me separaba del mundo. Me quedé acurrucado en el calor de invernadero.
Transpiraba y corría el riesgo de borrar lo que le había costado sangre, sudor
y lágrimas escribir. Letras que dejaban su alma al desnudo en una desesperada
súplica y que por momentos me perforaban por la presión del carbón y la fuga de
una lágrima.
La sal seca sobre el
cristal dificultaba el espectáculo celestial pero cada sacudida, ahora leve, lavaba
los blancos restos de salitre marino. El azul del cielo era imperturbable y
bordado con hilos de oro que al pegar en mi vidrio refractaban y quizás ese
efecto de mensaje enviado con espejo llegase a alguien.
La temperatura se
elevaba y la presión hacía peligrar la posición del corcho que me protegía, que
me tenía a salvo. Como en una burbuja seguí el trayecto durante el resplandor
de la luna llena, el mar en calma me permitió soñar que al pintar el día, la
profundidad disminuiría y el ruido áspero de la mica contra el vidrio debajo de
mí me despertaría.
Pero lo que me
despertó fue un haz de luz que rebotaba contra el agua a mi alrededor, era la respuesta
enviada con un espejo desde una embarcación. Habían visto mi refracción pero no
encontraban restos de un naufragio cerca, solo me vieron a mí flotando en
aquella botella de vodka que Felipe había terminado el día que decidió
enviarme. Papel tenía, se había secado al sol un pedazo, recuperado entre los
restos que flotaban en esa playa desierta, pero carecía de tinta o grafito.
Recurrió a la leña quemada la noche anterior para escribir y firmó con su sangre,
fue como poner su sello en mí. Así fuimos uno, desde ese momento supe que yo
era su salvación.
Una red me despegó
del agua, comencé a elevarme y a ver todo desde arriba, y más precisamente,
luego, desde arriba de un barco. De repente sentí el aire puro que llegaba
hasta mí. Los marineros habían abierto la botella.
Sus ojos me recorrían con
preocupación y determinación. Hacia allá íbamos Felipe. Misión cumplida.
AUTORA: María Alejandra
Civalero Mautino- CLUCELLAS- (Santa Fe- Argentina)
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