Voy escuchando las noticias en la radio mientras ando en el auto por
el pueblo, haciendo las compras. Debo detenerme en un negocio, pero antes,
quiero escuchar el informe del periodista. Un veterano de guerra de Malvinas
recibirá su casco que fuera entregado por un marine inglés en la embajada
argentina en Londres, luego de 37 años. Ambos se habían enfrentado en el Monte
Harriet, el 11 de junio de 1982, en una cruel batalla que dejó herido
gravemente al argentino Héctor Pereyra. Andy Damstag lo tomó prisionero primero
y luego lo protegió con su casco para que no fuera alcanzado por la artillería
argentina. Luego lo llevó a un
hospital donde los médicos británicos le
salvaron la vida. Los dos marinos tenían 18 años en ese momento y según relata
el argentino, su “enemigo” inglés le comentó que no tenía idea de la existencia
de las islas. También hablaron de fútbol; Andy le mencionó a Ardiles, que en
ese momento estaba jugando en el Tottenham de Inglaterra. En esos momentos de
confusión donde no se sabe bien qué están haciendo en una guerra de otros, esos
chicos trataban de llevar adelante la situación hablando de temas que los sacaran
del lugar. 37 años después, Andy lo contactó por las redes sociales y acordó
devolverle el casco que tuviera su nombre y DNI. En el acto que se realizó en
la embajada de nuestro país en Gran Bretaña, Andy besó el casco antes de
entregarlo, lo que emocionó profundamente a los presentes.
No puedo dejar de pensar en
la situación. Una guerra, cruel, devastadora, feroz. Con tantas víctimas. Pero
aún así, aparecen ciertos actos de nobleza que engrandecen a las personas. Y me
entristece compararlo con la actualidad, donde encontramos diariamente un grado
de enemistad dentro de nuestro país, como si estuviéramos viviendo una guerra.
Y aunque busco, no encuentro un solo acto de nobleza que engrandezca a nadie. Todos
somos enemigos.
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