Nos levantamos temprano, más que lo habitual, para ir a Rafaela.
Cuando uno viaja del pueblo a las ciudades cercanas, siempre “acumula” varias
cosas para hacer: trámites, compras, etc. Mientras estamos llegando, mi hija
averigua por teléfono por algo que yo debo comprar en un negocio donde ella
tiene un conocido, y le dicen que “mirá, hoy no, porque está cerrado por el Día
del Empleado de Comercio”. Nuestras caras cambian por completo; igual seguimos.
Algo estará abierto, pensamos, un supermercado, algún negocio. Pero no, todo
herméticamente cerrado; algunos locales hasta con persianas y rejas. Bueno, la
dejo a ella que tiene una reunión y voy al centro a ver qué puedo hacer.
Igualmente me traje un libro; en la plaza me podré sentar a leer. Estaciono, y
antes de bajarme le mando un mensaje a Claudia, que vive acá, por si tiene
tiempo de tomar un café. En seguida me contesta que “lástima, estoy saliendo
para una reunión”. Me sugiere un super Chino que “puede estar abierto”. Me bajo
del auto y camino hacia el centro. Me cruzo con Julián Ratti. Claro, él no me
conoce, pero yo lo escucho siempre en la propaladora de mi pueblo. Los lugares
donde debo ir están cerrados; ya lo comprobé. El Chino también. Igualmente me
consuela que no soy la única; una pareja está leyendo el cartel y comentando
que no sabían. Sigo caminando, el día está precioso y la primavera se palpita
en el aire. Miro las vidrieras que no tienen las persianas cerradas; tengo
tiempo de ver todas las novedades y leer todos los carteles, pero me aburre; no vine a mirar vidrieras. Me
cruzo en la vereda con un empleado del Correo Argentino en bicicleta que está
repartiendo la correspondencia en los negocios cerrados; claro, no tiene
problema porque las veredas están vacías. Veo un local abierto y me alegro,
pero es de quiniela. Yo ni siquiera juego; podría empezar hoy, pienso. Llego
hasta el cine y cruzo la calle. Del otro lado me vuelvo a encontrar con el
empleado del Correo. Llego a un café,
entro y me siento en una mesa que da a la
calle, así tengo luz para escribir mientras tomo algo; hay varias mesas
ocupadas. Escucho una canción de Abel Pintos que me alegra la mañana, siempre
es bueno escucharlo. Cuando llega la camarera le pido un café y busco en mi
cartera algo dónde escribir y una lapicera. El cuaderno que tenía adentro lo
dejé en casa, y los lentes quedaron en el auto. No importa. Una servilleta va a
ser muy chica. Revolviendo, encuentro un viejo presupuesto arrugado en el fondo de la
cartera, que me puede servir; la parte de atrás está en blanco. Escribo igual, sin lentes y en el
papel desprolijo. Levanto la vista cada tanto para mirar las noticias en el
televisor; la vista me va a pasar factura, seguro. Por la ventana veo que pasan
algunas personas caminando. Pocas. Busco en Internet por la fecha del día del Empleado
de Comercio, porque tengo mucha duda. ¿Cómo no escuchamos nada? Encuentro
información que me confunde aún más:
“El
26 de septiembre, los/as empleados/as de comercio de todo el país celebramos
nuestro día, conforme con la ley 26.541, sancionada el 11 de noviembre de 2009;
ratificando lo establecido por el artículo 76 de nuestro Convenio Colectivo de
Trabajo 130/75. Para este 2019, se ha resuelto, trasladar el feriado para el lunes 23, con el objetivo que todos los
trabajadores y trabajadoras puedan gozar de su día de descanso.”
¿26 de septiembre? ¿23 de septiembre? Hoy es
25 de septiembre. Bueno, festejemos los 3 días. Siempre hay lugar para un
feriado más.
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