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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

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lunes, 28 de septiembre de 2020

"Recuerdos" (por Nélida Baros Fritis) TALLER VIRTUAL 7

     Una foto de dos cestas con verduras me volvía a revivir en la vejez una hermosa infancia en casa de la abuela Rosita y el abuelo  René. Ellos tenían una pequeña granja en el Pueblo de San Fernando, eran personas alegres y trabajadoras. Se dedicaban a cultivar  hortalizas y  verduras. Sentían un gran amor por la tierra, asimismo  criaban aves, un caballo, una pareja de toros y dos vacas. Lo que más nos encantaba  a nosotros era ir a columpiarnos y trepar en los árboles frutales, comer fruta cogida por nosotros mismos. Eran los años sesenta, Copiapó siendo el gran productor de minerales tenía pocos adelantos y el tren acomodaba muy bien a los habitantes que debían recorrer largas distancias. La novedad para todos, encontrarnos en el camino al valle con las vendedoras de dulces, el té  en  botellas, el pollo dorado, el pan amasado.

Crecíamos y vacacionábamos en esa casa de campo familiar, nos levantábamos a las seis de la mañana los sábados a tomar el tren y regresábamos los domingos a las seis de la tarde, cansados y somnolientos a nuestra casa de Copiapó.

Pasaron los años, y los dos hermanos de mamá  que vivían al Sur del mundo, por primera  vez  llegaban a Copiapó,  se extrañaban de ver una casa con tantos árboles frutales y campo. Yo me sorprendía de  lo que veía en esa mesa el día domingo. La abuela  había puesto bajo un frondoso árbol  la mesa larga. No me explicaba en qué momento ella había  recogido y adornado dos cestas grandes con una variedad de verduras muy similar a las fotos que veía en una revista. Qué hermoso el zapallo, los tomates y morrones, las zanahorias, etc. No faltaba el melón, las uvas y el pan amasado como complemento.

Todos admiraban los frutos de la granja del abuelo y él, con su enigmática sonrisa, aplaudía a la abuela por su buen gusto para festejar a los invitados. Recuerdo que el almuerzo de gallinas de campo y asado no podía faltar, el recitado de mis tíos con el acento del patagón nos ponía un poco melancólico. La abuela con sus poemas dedicados a los nietos de cuando éramos pequeños  alegraba la convivencia.

Dos veces  vinieron los  tíos con  sus hijos  a visitar a los abuelos y se regresaron. Esos momentos, todos nosotros, tíos y primos con su acento patagónico y sus canciones  estremecían el corazón ya que ellos las escribían contando sus penas y alegrías. La guitarra llenaba el aire con sus trinos y una de las primas cantaba con una voz  que dejaba temblando.

El abuelo, de un día a otro iba doblándose,  como la rama de un árbol mortificado por el viento, comenzaba a envejecer de la noche a la mañana. La artrosis consumía sus huesos; disimulando mi tristeza me sentaba a la orilla de la cama a leerle las noticias, los cuentos de “Las mil y una  noches”, para sacar una sonrisa de sus labios. Mi abuelo tenía sueños grandes de lugares que había conocido en la cordillera,  llevando ganado a pastar en las veranadas, y  decía que cuando se levantara más repuesto iríamos a caballo para que yo conociera. Esa noche que entraba el invierno, comenzaba a llover intensamente, algo desconocido en nuestra ciudad. El abuelo despertaba con sus dolores, la abuela sentada en la silla, cubierta con un chal  le daba las medicinas. Llegaba yo a reemplazarla y  él revivía, me decía -hijo trae lápiz y papel, anota.- Tengo el aroma de la madre tierra pegado  en mis manos, las semillas revientan en los surcos, yo ruego a mi dios que haga el milagro. Le estoy pidiendo que el  bondadoso sol, ilumine los brotes  y que mi amada tierra modele  las verduras.

Que los árboles frutales sonrían a la vida, para que los niños con sus gritos de alegría puedan saborear los frutos, y yo estaré ahí dándoles  una mirada.

Eso fue todo lo que escribía dictado por el abuelo, en tanto él iba quedándose dormido. Lo abrigaba con delicadeza, él respiraba lento, toda la noche estuve repasando mi vida y  al día siguiente, con Alfonso, le mandaba un mensaje a mi madre para que viniera a visitarlo. Ya teníamos un sol hermoso y el barro estaba secándose. El abuelo René se levantaba y caminaba despacito, lo llevábamos al comedor de diario y lo sentamos en la silla alta frente a la ventana, desde ahí  podía  tener una visión amplia del campo. Hablaba con mi madre y le daba instrucciones, a mi hermanos les contaba chistes, ellos reían, después de unos minutos se ponían tristones.

La abuela llegaba con los remedios  y él decía, para qué tanto remedio Rosita, si la tierra me está llamando. Almorzábamos todos juntos, el abuelo preguntaba.-¿A qué se debe este silencio?.- Yo no he muerto, y si esto sucede tienen que alegrase porque descansará este viejo cuerpo y preocúpense de estudiar y cuidar a la abuela. No vendan el campo, es todo para Rosario y ustedes. Esa noche el abuelo se dormía para siempre.

AUTORA: Nélida  Baros Fritis

Copiapó (Región de Atacama- Chile)

TALLER VIRTUAL 7

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