Mezcla de seducción y de mentira,
de
señales esquivas y secretas,
de miradas
que se cruzan, clandestinas,
buscando
una estrategia.
El
juego requiere picardía,
respetando
las reglas,
los
gestos generan el mensaje,
el
naipe llegará como respuesta.
Ya se
mueven los labios en silencio,
ya se
entornan los ojos, ya se encumbran las cejas,
un
rival a cada lado, y el aliado
al
frente de la mesa.
Un halo
de amistad vuela la sala
mientras
sigue la escena,
aunque
haya que plantar duda y engaño,
aunque
haya que ocultar una apariencia.
Ya se
exponen las cartas españolas
y la
batalla comienza,
el trío
de barajas se desarma
a la
orden de una seña.
Con su
orden paternal de turno,
“poné” grita el pie, mientras alienta,
será
fundamental una maniobra
que
asegure la primera.
Ya suena
“envido” desafiando puntos,
los
números vendrán por la derecha,
entonces
se anima la partida,
y el
reto finaliza con las buenas.
Y siguen
las miradas escondidas
porque
la segunda ya se allega,
al
canto de “truco” va la ronda
mientras
las trampas acechan.
Un
cuatro disimula el poderío,
y
planta confusión para la treta,
entre “quiero” y “no quiero” van los puntos,
entre
gritos y jugadas encubiertas.
Se
miden las palabras con cuidado
insinuando
prudencia,
ya
crece la tensión y el titubeo
cuando
el final se acerca.
Se
recita poesía, se provoca,
se
presiona con pasión y con destreza,
será
vencedor el más osado
o el
que porta la seña.
El encuentro no tiene sitio propio,
será la
mesa de cualquier taberna,
o tu
casa, o mi casa,
o
cualquier rincón donde las cartas quepan.
De
fiesta popular va la jornada,
tan
propio como el tango o la chacarera.
La
escuela es la calle, y es cultura,
es
acervo de tradición y herencia.