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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

Los encontrarás:
En Rafaela (Santa Fe): en Librerías "EL SABER", "PAIDEIA" y "FABER".
En San Francisco (Córdoba): en Librería "COLLINO"
y en otras librerías del país.

lunes, 30 de noviembre de 2020

"Una dulce mirada" (por Guadalupe Campos Echazú) TALLER VIRTUAL 9


En un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe  vivía una nena llamada Camila con su mamá Olga. Un día cuando estaban mirando televisión vieron la noticia de que unos perros de la calle buscaban dueños. 

 La nena la dijo:    

 ____Ma, porfi ¿Podemos adoptar alguno?    

 ____No hija , no podemos, es mucho trabajo cuidar un perro.  

____Pero Ma, te prometo que voy a cuidarlo.  

____Dejame que lo piense.   

 Pasaron los días y se acercaba el cumpleaños de Camila. Olga pensó en prepararle una sorpresa. Tenía que ser algo que deseara mucho. 

Pensó y pensó.   A la mañana siguiente se levantó muy temprano. 

  Fue a buscar uno de los perritos ofrecidos en la tele.  

Cuando llegó,  el pequeño perrito negro que le gustaba a Camila estaba con  sus amigos. Algunos ya habían marchado con sus nuevos dueños. El pequeño le hacía muchas fiestas, como pidiéndole que lo llevara. Olga se emocionó con tantas muestras de cariño y lo llevó a su casa. 

Camila  todavía dormía cuando llegaron. Al sentir que le lamían la mano que colgaba de la cama, primero se asustó,  pero al ver al recién llegado saltó muy feliz, lo abrazó  y también a su mamá por la hermosa sorpresa.     

AUTORA: Guadalupe Campos Echazú

-10 años -   

Rosario (Santa Fe- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

"El perro azul" (por Mónica Armando de Beltramone) TALLER VIRTUAL 9

Septiembre se paseaba por el patio de la escuela. Los fresnos, poco a poco, se ponían su camisa de flecos verdes. Su sombra era muy preciada para jugar a las bolitas o a las cartas, para leer, conversar, intercambiar figuritas, para comerse esa rosquita gorda que deja bigotes de azúcar en la cara, para estirar los elásticos, girar las sogas y saltar, saltar. El alarido metálico de la campana detenía todo.  Risas,  rumores,  gritos y algunas peleas quedaban  flotando en el aire después de cada recreo.

 Entraron al aula con los cordones desatados, las rodillas sucias, las colitas del pelo desarmadas y los rostros animados. Sin que la maestra se los indique, sacaron toda la información que habían registrado, durante dos semanas, sobre los animales. Que si vuelan, corren, reptan o nadan. Que si nacen de la panza o de huevos. Que si tienen plumas, pelos o escamas.  Que si tienen dos o cuatro patas. Cómo se desplazan.  De qué se alimentan. Cada clase de Ciencias Naturales, en este segundo grado, era zambullirse en un mar de datos y curiosidades. Navegaban preguntas insólitas, hipótesis sorprendentes. Las paredes de la sala hacían su aporte con coloridos y atrapantes afiches.

  Hasta ayer habían trabajado en grupo. Hoy lo harían individualmente. Cada alumno produciría  la ficha personal de su mascota o animal preferido. La seño Analía motivó la actividad mostrándole algunos modelos, pero les dio la libertad para que cada uno organice sus datos como prefiera y diseñe su propia “ficha de presentación”. También podrían incluir anécdotas. En la hora de Plástica, con la señora Marta, confeccionarían un títere de varilla del animal elegido.  

Se había construido un clima de trabajo y entusiasmo. Niñas y niños con sus cabecitas encendidas, cada uno inmerso en su producción. Mientras tanto la maestra recorría los bancos y veía asomar nombres muy particulares: Felpu, Michino, Patitas, Gala, Morenito, Nemo…  Al llegar al lugar de Leo notó que se le había abierto la bolsa de los materiales para Plástica, todo estaba desparramado por el suelo, había muchos  papeles azules.  La ficha de Leo empezaba así:

 

Mi perro

Su nombre: Roco

Su color: Azul

 

A la seño Analía le causó gracia y le generó una gran expectativa de cómo sería ese perro azul.  Juntó los papeles, los colocó sobre el pupitre del niño; lo veía escribir y sonreír, no quiso distraerlo. Luego siguió su camino entre  las filas desordenas. Para el segundo recreo todos habían terminado sus registros.

   La hora de Plástica con la  señora Marta era la siguiente.  La seño Analía se quedó en la sala de al lado, que por la tarde estaba desocupada, leyendo los trabajos recién elaborados.  Sus alumnos le habían pedido “¡porfi!” que no aparezca por el aula mientras fabricaban sus títeres, querían darle una sorpresa con sus obras terminadas.

 ¡Y vaya si se la dieron! Cuando faltaban cinco minutos para que toque la  campana entró al aula. La saludaron, agitando sus siluetas e improvisando un coro desafinado, gatos, perros, canarios, conejos, peces, hasta un hámster. 

En un momento, la sonrisa de la seño Analía comenzó a desdibujarse. Se acercó  a Leo que  no mostraba nada y se veía triste.

- ¿Y Roco, no quiere salir? Trajiste tantos papeles para hacerlo, quiero conocerlo - le susurró  en cuclillas junto a su banco como para animarlo.

 Desde un primer momento ella había sentido una particular atracción hacia la propuesta de Leo con su “perro azul”. Pero él no le contestaba, además, era muy introvertido.

Entonces la señora Marta intervino: 

-¡Dale Leo, presentá tu mascota, es un hermoso perrito!

Leo seguía con la vista baja, inmóvil.

- Está bien Leo, me parece que Roco está muy cómodo en su cucha - dijo suavemente Analía. – Cuando tenga ganas, va a salir.

          De pronto, muy tímidamente, el niño dejó ver su títere: un perro marrón con manchas blancas.

-          ¡Es precioso y muy simpático! – reaccionó rápidamente Analía – pero me parece que acá hubo una confusión - Y le entregó a la señora Marta la ficha de presentación que había redactado Leo sobre su mascota. Marta la leyó en voz alta para todo el grado.

 

Mi perro

Su nombre: Roco

Su color: Azul

Su tamaño: mediano pero está gordo porque se come todo el balanceado y lo que yo le paso por debajo de la mesa.

Nació de la panza de su mamá. Eran cinco hermanitos, dos machitos y tres hembritas.

Su cola: parece un plumero

Se mueve así: camina, corre  pero  cuando me ve salta muy alto

Anécdota más divertida: cuando mi papá estaba pintando mi dormitorio y  se cayó adentro del tarro de pintura azul. ¡Mi papá se enojó pero yo me moría de la risa!

 

Durante la lectura se había producido un silencio tan grande que los abrazaba a todos. Le siguió un sinfín de miradas que se entrecruzaban. La más grande y necesaria,  la de la señora Marta hacia Leo.

Por suerte quedaban  tiempo y ganas. Todos se unieron a la causa. Ignoraron el último y breve recreo. Quince minutos antes del toque de la campana de salida, Roco, azul y feliz, se balanceaba en  la mano de Leo.

A la semana siguiente, presentaron la obra de títeres. Transcurría en la sala de espera de una veterinaria. La señora Marta trajo, para decorar el retablo, un sol brillante y verde,  que según ella quedó así de tanto contemplar los fresnos.  En el telón de fondo colgaba un gran cartel: VETERINARIA “EL PERRO AZUL”.

 

Y colorín coloreando

me pinto alas azules

y me voy soñando…


AUTORA: Mónica Armando de Beltramone

Rafaela (Santa Fe- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

"Yo tengo una vaca..." (por Heloisa Soriano Ávila) TALLER VIRTUAL 9


 

Se llama Vaquita Mu.

¡La quiero tanto!

Viaja conmigo

y duerme conmigo.

 

No importa que sea de peluche,

todos los días al despertarme

ella me mira con una sonrisa.

 

¡Es mi mascota fiel!

¡La quiero tanto!

 

AUTORA: Heloisa Soriano Ávila

-8 años-

Avellaneda (Buenos Aires- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

"La gran noche" (por Mirta Susana Maluenda) TALLER VIRTUAL 9

¡¡¡Está por comenzar, es la gran noche !!!!

anuncia el locutor, y todos

al escenario 

para su gran

 actuación.

El negro ronronea preparando su garganta

 su amigo el papagayo

en su lomo se

agiganta.

El conejo saltarín quiere ser bailarín.

las ratitas con sus trajes

en puntitas

y en patín

El pequeño Felipe luce su traje negro,

ladra a su compañero

el perro del

 cocinero.

Pluto dirige la batuta apenas abre el telón.

en su lomo el trapecista  el

incomparable

camaleón.

El gran dorado y Peter practican natación

en la bañera, para actuar

con elegancia y

destreza en

su cristalina

 pecera

Mientras el gato Juan se lame

con mucha simpatía

 mira a sus amigos

en esa gran noche

de artistas.

El ratón Pérez con trajecito negro y

bigote engominado, en

primera fila parado 

muy emocionado

Y colorín colorado en este gran escenario  

un intervalo por favor

anuncia el locutor

una  foto a los

artistas  para

esta gran

 ocasión. 

 

AUTORA: Mirta Susana Maluenda

Manuel Ocampo (Buenos Aires- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

sábado, 28 de noviembre de 2020

"La zorra" (por Beatriz Chiabrera De Marchisone) TALLER VIRTUAL 9


      Esta es la historia de una zorra, que trajeron, hace un tiempo, del campo al pueblo y no tardó en adaptarse como parte de nuestra comunidad. Se instaló en un sector que, podríamos decir, es donde hay más movimiento y la entrada obligada para todo el que llega a Clucellas, un pequeño pueblito agrícolo-ganadero de la provincia de Santa Fe, en Argentina. Comenzamos a llamarla “La Zorri”.

     En seguida se ganó la simpatía de todos los vecinos, incluso de las sociedades canina y felina que habitaban el barrio y que la tomaron como un entretenimiento diferente, ya que frecuentemente se la veía jugar con integrantes de estos dos grupos. Era común verla transitar por patios y jardines o frentes de casas, cuyos dueños trataban de no hacer ruido para no espantarla, y mantenerla un ratito más, como si fuera su mascota. Nadie sabía bien donde dormía porque siempre “aparecía” y todos le daban de comer. Cuando veía que alguien le traía comida, se acercaba lentamente, calculando la distancia, y esperaba que la persona se alejara para recién tomar su ración. A veces, se alimentaba de los balanceados de los perros y gatos que robaba con mucha astucia, mientras el verdadero dueño de la comida estaba distraído.

     Formaba parte, también, de las reuniones sociales, durante el transcurso de las cuales comía de las sobras que “caían” al suelo. Era habitué, por ejemplo, de un club del barrio donde semanalmente un grupo de amigos se reunían a comer y donde ella era también protagonista, pasaba casi desapercibida alrededor de la mesa, sin acercarse demasiado, hasta que alguien le tiraba algún pedacito y entonces salía a gran velocidad con el preciado trofeo. Por las mañanas, asistía al izamiento de la bandera en la escuela primaria, lo que distraía la atención de los alumnos que cantaban “Aurora” parados en la fila. Y por las tardes concurría al “campito” donde los chicos se juntaban a jugar al fútbol, ella los provocaba e intentaba quitarles la pelota sin ninguna intención de atacarlos o se quedaba en un extremo de la canchita observándolos mientras jugaba con algo que había encontrado.

     Para los extranjeros era una novedad y un atractivo pintoresco del pueblo. La radio y el cable local hicieron un informe especial que luego transmitieron a localidades vecinas, informando sobre nuestro simpático individuo. También fue motivo de fotos para quienes queríamos tener un testimonio de que lo salvaje puede convivir en armonía con lo doméstico y cotidiano. 

     Solitaria, distante y observadora, siempre midiendo las distancias, no se dejaba tocar, como sabiendo que estaba en un lugar que no le correspondía. Pero rondaba libremente las calles del pueblo y ya todos sabíamos que formaría parte de la historia de Clucellas, por eso, la cuidábamos. Cuando pasaba un auto o cualquier vehículo por esa zona, el conductor reducía la velocidad si veía que la zorra estaba cruzando. Y cuando hacía unos días que no aparecía todos preguntábamos por ella y sólo nos quedábamos tranquilos cuando alguien afirmaba con seguridad “yo la vi ayer” o “estaba jugando en tal o cual esquina”. 

     De a poco y no sabemos por qué, se fue cambiando de barrio. Y algunos decían que la habían visto peleando con otros perros, varios de ellos acostumbrados a cazar. Muy rara vez se asomaba por el centro del pueblo y su habitual ausencia ya nos preocupaba.

     Un día pasó lo imprevisible, o quizás lo previsible. La zorra volvió al barrio, herida. Se recluyó en el rincón de un patio y casi no se movía. Fue en esos instantes cuando permitió que se le acercaran y la tocaran, acaso en señal de agradecimiento por todo lo que habían hecho por ella los humanos. Un agradecimiento silencioso y profundo, reflejado en su mirada, que poco tenía de salvaje. Había invadido un espacio equivocado, el de los animales domésticos, y la naturaleza, sabia y perfecta, se lo reclamó. A lo mejor, llamó demasiado la atención de los hombres para que los otros animales soportaran su presencia. Celos, lo llaman algunos, competencia, le dicen otros, la supervivencia al fin.

     Ni siquiera el veterinario la pudo salvar, las heridas ya habían hecho lo suyo, en ella… y en nosotros.


                         AUTORA:  Beatriz Chiabrera De Marchisone

                            Clucellas (Santa Fe- Argentina)

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"Jack" (por María Cristina Gioffreda) TALLER VIRTUAL 9

Ese no era un día más, era el día de la madre y yo entraba a esa casa que luego sería la mía, por primera vez, y lo hacía como novia oficial, los abuelos y tíos solteros que habitaban la misma me esperaban ansiosos, al llegar cada uno me dio la bienvenida con palabras cariñosas.

Luego de almorzar fuimos al patio, él estaba ahí resguardado a la sombra del limonero y no vino a mi encuentro, ni al llamado de su dueño; aún empequeñecido por la posición adoptada,  lo descubrí  imponente, el hocico saliente, las orejas tiradas hacia adelante, alertas y puntudas, los ojos muy oscuros, y el pelaje  canela y negro hacían de él, un animal majestuoso.  Jack  fue llamado varias veces, haciendo caso omiso,  me miraba con el rabo del  ojo  inquisidor y molesto por los celos; ese día concluyó así, no quise acariciarlo porque una suerte de temor me lo impedía, y  también sentía  de mi parte algo parecido a los celos.

Con el correr de los días, Jack y yo fuimos reconociéndonos, era un cachorro juguetón y activo, el único que podía dejar mis zapatos en esas condiciones, los sacaba de mis pies y mordisqueaba hasta dejarlos inutilizados. Escurridizo y gracioso, como demostración de alegría, enganchaba mis vestidos y ensuciaba mis remeras y pantalones, todo le estaba permitido.

Una de esas tardes de primavera hice con ese pequeño gigante un pacto tácito, yo jamás lo apartaría de ese reinado al cual lo habían confinado, y él no me destronaría de ese lugar que más adelante yo habitaría junto a esos abuelos y tíos solteros, al convertirme en la señora más joven de la casa.  

Nos habíamos hecho entrañables, tanto que yo me había convertido en su única dueña, aunque atrevido y retozón al impartirle órdenes, no siempre obedecía, el mejor momento del día era el que compartíamos en la plaza, ahí disfrutábamos de juegos y ternura excesiva.

De a poco, el paso de los años fue cambiando los escenarios de la vida. El primero en irse fue el tío Juan José, debido a tanta tristeza, al poco tiempo nos dejó la abuela, para ese entonces Jack había dejado su hábitat en la terraza y disfrutaba de su cucha debajo del limonero; la casa se volvió triste al ser habitada por solo tres personas. También Jack comenzó a cambiar, su hocico se cubrió de nieve, y su pelaje se fue volviendo claro y sin vida, pero aún así se lo veía como el animal bello y cariñoso que otrora había sido.

Pasaron algunos años y llegó el día en que nos dejó el abuelo, y con su partida la casa se afianzó en su melancolía.

Jack había superado su tercer lustro, estaba casi ciego y sus patas traseras carecían de movimiento ya que padecía una enfermedad en la cadera, displasia diagnosticaron los médicos, le habíamos acondicionado un carrito para poder llevarlo a la plaza, que aunque ya viejo, todavía disfrutaba de ese paseo, dejó de adoptar el limonero como sombra protectora para ocupar la alfombra ubicada a los pies de nuestra cama.

Una noche me miró con sus grandes ojos oscuros, y supe de su cansancio y sufrimiento, calenté leche con miel, se la di a beber y, mientras acariciaba su lomo maltrecho por la enfermedad y los años, le relataba en voz alta  pasajes de nuestra historia, le hablé de los primeros encuentros, de sus celos y los míos, de sus bondades, de pequeños enojos, de nuestros juegos y nuestras tristezas. Supe que me entendía, lo subí a la cama, lo arropé y acaricié mientras se  quedaba dormido, a la mañana siguiente volví a arroparlo, aunque ya era tarde.

Ahora descansa a la sombra de ese limonero verde y frondoso, testigo y cómplice de sus travesuras, que lo cobijará debajo de nuestro pequeño cielo para siempre.

AUTORA: María Cristina Gioffreda

C.A.B.A. (Buenos Aires- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

"Scrooge" (por Juan Herrón González) TALLER VIRTUAL 9

La niebla rojiza se extendía por todo el ambiente. La fauna autóctona, estaba aturdida, agotada y nerviosa por todo lo que se mostraba a sus ojos. Esa niebla, dibujaba todo de un color rojizo, y hasta las plantas, se teñían de ese color. Aunque, lo peor no era la niebla en sí, sino lo que ocurría cuando estabas envuelto por ella. Los animales, salían sin piel, destrozados, con los órganos internos desechos y magullados, además de la agresividad innata que se imprimía en su carácter. Las plantas, simplemente, se deshacían al quedar envueltas por ella.

Algunos de los animales conseguían escapar, pues al ver lo que les ocurría a sus congéneres, salían gruñendo y con el rabo entre las patas, alejándose de esa niebla rojiza que todo lo envolvía y destruía a su paso. Con los animales enrabietados en su interior.

También ocurría otro fenómeno curioso, algunas de las formas, desaparecían entre esa niebla rojiza que engullía las formas sin compasión. Se podía ver, con total nitidez, cómo algunos seres humanos, se quedaban en una mera sombra, que no se movía ni hacía nada, solo ocupaban su lugar en el espacio.

Con el paso del tiempo, aprendieron a convivir con esa niebla rojiza. Los animales hicieron sus congregaciones más pequeñas y alejadas, taimadas, incluso temerosas de que pudiera acceder al lugar en el que vivían, por ello, se habían transformado en nómadas. Iban de un lado a otro, sin ningún destino, más que el de evitar caer en esa niebla y verse sin piel, con los ojos fuera de sus órbitas, o simplemente, el caer hacia un lado por la acumulación de líquidos en sus cuerpos, y reventar como esferas llenas de algún tipo de gas inflamable.

Los seres humanos hicieron lo mismo, sólo que, ellos, trataron de entender el origen de esa niebla rojiza, que todo lo envolvía y destrozaba a su paso, con la clara capacidad de tener inteligencia y voluntad propias para saber cuando tenía una presa a su paso, y cuando debía extenderse. Los seres humanos se dieron cuenta de que estaban ante un ente inteligente, y por ello, podía tener algún tipo de debilidad.

Pero no la encontraban. Cuando le lanzaban disparos, piedras, palos, o algún que otro cañonazo, no pasaba nada. Por instinto, lo envolvía, y si era algo inerte, quedaba todo rojizo, sin ningún tipo de daño. Los daños más graves los hacía a los seres vivos, era lo único que habían sacado en claro.

Por otro lado, la niebla se extendía cada vez más. Empezó siendo una superficie minúscula, para luego, extenderse por regiones enteras, moviéndose a la velocidad del rayo, y destruyendo todo a su paso. La población de animales y de humanos estaba cada vez más diezmada. Estaban desesperados y desmoralizados, pues no sabían cómo vencer a semejante enemigo, que cada vez, crecía y crecía más.

Y era curioso, pues con el paso del tiempo, la niebla, empezó a tomar la forma de lo que engullía sobre sus fauces. Perros, gatos, pájaros, formas humanas, todo se asemejaba a una pulpa con las formas vivas que daba la impresión de que luchaban por escapar de allí.

A pesar de que estuviera claro que todo lo que representaba esa forma fuera muerte y destrucción, con las formas de vida esquilmadas en su interior. Y sin embargo, eso no fue lo único impresionante de esa forma de vida asesina.

Imitaba la forma de vida que destruía. Los seres humanos, pudieron ver cómo gente que conocían, tomaba sus formas originales, sus voces, sus maneras de actuar, sus personalidades y aquella forma, las movía y jugaba con ellas, como si fueran títeres entre sus hilos. De todos modos, no era del todo igual, pues sus formas estaban mutiladas, y se asemejaba a un espectáculo de teatro dantesco, en el que sus actores, eran meras formas imitadoras, de un burdo espectáculo.

Reían, hablaban, y hasta llamaban a otros humanos en un lenguaje tosco y hostil, con las formas de la voz y su timbre deformados, en los que parecían hablar un lenguaje rudimentario y que buscaba el máximo daño para todo aquel que se acercara.

Los animales también eran imitados. Ladraban, maullaban, graznaban, formas de su interior, que atrajeron a algún que otro incauto animal, para engullirlo entre gritos lastimeros y con voracidad para dejarlos sin piel, órganos ni ninguna forma animal que supusiera alguna belleza anterior.

Con el paso del tiempo, esa forma, pareció calmarse. Era como si se hubiera saciado y no quisiera avanzar más. Se quedó paralizada entre los territorios que había destruido, y lo que quedaba libre para fuente de alimento.

Nadie daba crédito. Los más arriesgados, hicieron conjeturas de todo tipo, aventuraban que esa niebla había muerto, o que había topado con algún fenómeno electromagnético que le impedía avanzar, o incluso, que su tiempo de vida se había acabado, y ya no podía hacer daño a nadie más.

Pocos eran los que se querían envalentonar y acercarse a la nube rojiza que se había parado, incluso, la nube había tomado otro color escarlata, y sin saberlo, daba muestras de debilidad o de enfermedad. No se movía ni hacía nada más, tan solo, reverberar y encogerse y alargarse para volver a encogerse.

Sin embargo, la alegría, duró poco. Los seres humanos y los animales, empezaron a desarrollar una enfermedad. Les salieron agujeros sangrientos por todo el cuerpo. Como una erupción sangrante y lacerante que les había hecho enfermar. Los animales también la tenían, y al rascarse, se les caían las orejas, o se arrancaban algún que otro miembro.

Tan sólo pudieron sacar en claro, que aquella nube maldita había envenenado el aire, y al respirarlo, esa forma ya no necesitó avanzar más para destruir en una guerra química todo la forma de vida que tenía cerca. No había muerto, tan sólo, estaba infectando el aire, como un vómito sádico y destructor.

AUTOR: Juan Herrón González

Madrid (España)

TALLER VIRTUAL 9

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

"Walter- una historia real-" (por Rosario Buncuga) TALLER VIRTUAL 9

En todos los lugares del mundo hay perros abandonados y, personalmente, creo que muchas veces,  si no los hay, es porque los exterminan.

Pero en los pueblos, como en el mío, Peyrano,  los perros de la calle, los callejeritos,  andan deambulando por todos los rincones. Los podés encontrar en la plaza, en la puerta de los negocios, en los horarios de entrada de las escuelas, en las fiestas, cruzándose por los escenarios, o lo que es peor, abandonados en el basural del pueblo. A menudo se los ve tristes, escuálidos, con las costillas a la vista y con ojos que denotan tristeza, mendigando una caricia o un mendrugo para sus estómagos vacíos, o reaccionando con agresión instintiva o miedo ante la proximidad humana, conductas propias de la falta de contención y cariño. Y no son pocos, a menudo son perras con crías numerosas.

El problema radica en la irresponsabilidad humana. ¡Si! Es de humanos y no de perros, pero está y es muy triste.

…………………………………………………..

Él era Walter un habitante más, había nacido en Peyrano  y desde hace unos años, de regreso a su pueblo, dedicaba su vida a dar contención  a estos animalitos. A diario caminaba hacia el basural llevando alimento, rescatando tanto cachorros como adultos y vinculándose con asociaciones proteccionistas y con  gente común que colaboraba con su obra y lograba posibilitarles  atención veterinaria y alimento. No era fácil. Llegar a tener alrededor de veinte perros en una casa con un patio no demasiado grande, no lo es para nadie. Pero allí estaban contenidos, mientras les buscaba un hogar de tránsito o una adopción responsable. ¡Afortunadamente muchos de ellos fueron encontrando una familia! Pero al mismo tiempo nuevos abandonos se sumaban.

Él era Walter … ayudado por los amantes de los perros y criticado por muchos…

Él  era Walter …  un tipo común, un alma caritativa para algunos y un loco para otros.

Él era Walter… estaba enfermo, aunque eran muchos los que no lo sabíamos. El domingo partió  hacia un cielo de perros seguramente, repentinamente, siendo joven. Su gran corazón esta vez le jugó una mala pasada.

Y en la casa, cerrados, aguardando su llegada quedaron ellos, sus peluditos, cachorros, galgos, mestizos… Eran Nerón, Tito, Simón, Dana, Filo, Pepe, Capitán, Shariff, Mora, Juana, Rosita, Chicha, Princesa, Marroc y otros… porque sumaban  diecisiete…

Lo siguieron esperando cada uno a su manera, con inapetencia, con aullidos, con agresión, con sed.

Leí alguna vez que todas las almitas de perros queridos muertos elevan las almas humanas al cielo. No sé quien lo dijo… no se enojen las religiones, pero quiero creerlo. Walter se lo merece.

Hoy a dos días de ese domingo 22 de noviembre tan triste y gracias a todas esas personas que trabajan por los animales, ellos, sus peluditos,  están ubicados. No es un cuento, no tiene la magia de un cuento, es una realidad, triste para algunos, banal para otros y con un final “casi” feliz.

Él era Walter… y hoy, desde algún lugar escucha sus ladridos y sonríe.

AUTORA: Rosario Buncuga

Peyrano (Santa Fe- Argentina)

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"Destrezas" (por María Rosa Rzepka) TALLER VIRTUAL 9

Si acaso fuera un perro, alertas las orejas,

los ojos vigilantes, como al pasar

 reflejan, cumplir con el mandato

“ser el amigo fiel, disimular ofensas”.

Tal vez si fuera un gato encontraría abiertas

 las puertas y ventanas; acceso a las veredas.

Me subiría a los techos cuando la luna es llena.

Imaginado  ovillo para jugar con ella.

En cambio, si tortuga, el destino me quisiera

estiraría el cuello hasta otear las fronteras.

Sabría, aunque muy lento, con esfuerzo se llega.

Siendo un ave alzaría en vuelo las esperas.

De rama en rama acaso, mis gorjeos pudieran

alegrar las mañanas; aletargar las siestas.

Más, soy un ser humano. El rey de la cadena.

Emulándolos creo igualar sus destrezas.

Ladro cuando me gana la furia que me encierra.

Maúllo por dar pena, sin pudor ni vergüenza.

Guardo mis sentimientos en caparazones ciegas.

Y estas alas cansadas apenas si me elevan

cuando encierro en palabras alegrías y penas.


AUTORA: María Rosa Rzepka

Florencio Varela (Buenos Aires- Argentina)

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martes, 24 de noviembre de 2020

"El chimango" (por Beatriz Chiabrera de Marchisone) TALLER VIRTUAL 9

I

     Tenemos un chimango. Es un pichón que encontró Virgi en la plaza una tarde; estaba solo y expuesto a cualquier depredador que pasara por allí. Lo cargó y lo trajo a casa para alimentarlo hasta que pudiera manejarse por sí mismo. Tenía apenas unas suaves plumas que asomaban con timidez y unos ojos enormes y saltones. Lo pusimos en un patio luz donde tiene muy poca tierra- solamente en un par de macetas sin plantas- y donde puede recibir sol y aire natural constantemente. Pero no es su hábitat. Siempre desconfiado, cuando nos acercamos a darle de comer, se oculta detrás de cualquier objeto que pueda resguardarlo del peligro, y se encoje como escondiéndose en su delicado plumaje. El hombre es una amenaza para él, se lo dice su instinto natural; nadie se lo enseñó, pero él lo sabe. Nos ponemos un guante grueso para protegernos de sus probables picotazos o arañazos y le damos trozos pequeños de carne y agua con una jeringa. Come y toma pero sospecha; no piensa que sólo queremos ayudarlo. A veces lanza unos chillidos que nos asusta, pero indica que está vivo y se puede defender. Las plumas cambian, son más oscuras y ya toman diferentes marrones. Lo observamos detrás de la ventana, para ver su comportamiento y decidir si está preparado para salir al mundo. Cuando no nos ve, camina libremente, pero no lo vemos volar. Igualmente intuimos que debe hacer algún vuelo corto que le permite pasar de una maceta a otra buscando la tierra.

De pronto, nos sorprendemos. Virgi se sienta a atender el celular y él se trepa a sus rodillas. De a poco va tomando confianza; quizás el hombre no sea tan dañino. Ella le habla con voz suave, lo acaricia, y él ya no se asusta. Nos invade una sensación muy extraña, nos llenamos de júbilo. Luego, cada vez que Virgi entra al patio luz, él se acerca y se trepa. Su espíritu salvaje va menguando, pero eso no será bueno cuando tenga que enfrentar su vida cotidiana, en la que no estaremos nosotros.

En pocos días deberemos dejarlo ir, para que se adapte y se encuentre con sus pares. Tenemos miedo, porque sabemos que afuera no lo tratarán igual; pero tenemos claro que no podremos quedarnos con él. Así es la vida.

II

     Y un día Piki se fue. Así llamamos al chimango que había encontrado Virgi en la plaza, para año nuevo. Ya lo habíamos sacado al patio unos días antes para que se fuera acostumbrando a la libertad. Lo pusimos sobre una planta de mandarinas y allí se quedó todo el tiempo, pasando con cuidado a otras ramas, probando equilibrio sobre terreno que no conocía. Exploraba, observaba, descubría. Pero no se iba. Lo dejamos un rato para ver si remontaba vuelo, pero no lo hizo. Entonces, Virgi lo tomó nuevamente y lo llevó al patio luz. Aún teníamos miedo de que algún animal doméstico se adueñara de su vida. Unos días después, encontramos que se había trepado a las chapas abiertas del techo. Desde allí, miraba hacia abajo, al patio, y nos observaba con indecisión; quizás no se sentía preparado todavía, pero su instinto le decía que ese no era su lugar.  Quedó un buen rato allí, y luego se fue, casi sin avisar, porque no lo vimos alejarse. Nos quedamos con la congoja de su partida y con la duda de su destino. Salimos al patio, miramos al cielo, sobre los árboles y los techos vecinos, pero no estaba. Piki se había ido; debíamos acostumbrarnos a la idea. Pero al día siguiente apareció sobre el techo otra vez. Había regresado. Virgi se subió para darle de comer y él se aproximó con la confianza y la seguridad que da el cariño recibido. Quizás no había encontrado comida; tal vez se sentía solo. La cuestión es que decidió volver. Estuvo un tiempo dando vueltas del techo a un árbol; lo observábamos, nos observaba. Y volvió a partir. Pero al otro día, casi a la misma hora, apareció nuevamente. Y esta vez entró al patio luz a comer, se quedó casi toda la tarde allí, donde había pasado sus primeros días, y a la tardecita se fue. Quizás vuelva, quizás no, pero será su decisión. Porque nunca fue prisionero de nuestros deseos. Seguramente aún vacila sobre su rol de mascota.  Y si decide volver, allí estaremos.    

AUTORA: Beatriz Chiabrera de Marchisone
Clucellas (Santa Fe- Argentina)

TALLER VIRTUAL 9

lunes, 23 de noviembre de 2020

"Entre animales" (por Isabel Cismondi) TALLER VIRTUAL 9

Desde mi infancia viví rodeada de animales. Mi papá criaba aves, tenía varios jaulones, grandes, donde los pajaritos, aunque no eran totalmente libres, podían volar, aparearse y formar sus nidos.

Había loritas australianas de variados colores, corbatitas, diamante mandarín, jilgueros, zorzales, amarillitos, y por el patio siempre encontrabas un tero chillón, patos, garzas, etc.

En aquella época se acostumbraba salir a cazar, todo lo que se cazaba se comía, liebres, perdices, patos, y si alguno quedaba herido, lo traían, lo cuidaban y lo teníamos en el patio.

Así tuvimos una garza blanca desde pequeña que entraba a la cocina, estaba un rato con nosotras y luego seguía su paseo. Dormía arriba de los árboles y cuando pasaba un gorrión estiraba su cuello y se lo engullía.

También nos regalaron cinco gallinetas muy chiquitas, mi papá las crió con mucha paciencia y se acostumbraron a estar entre nosotros. Cuando comíamos bajo la pérgola, ellas venían a la mesa y se devoraban las migas, luego se posaban sobre nuestro hombro y ahí las acariciábamos. Mi hermano, después que pasaba el regador por la calle de tierra, veía que se posaban las mariposas, entonces iba con una red, las cazaba y se las daba a las gallinetas. Las llamaba Biri biri, ellas venían corriendo, porque sabían que llegaba el manjar preferido, las mariposas.

A pesar de todo lo que viví, yo nunca fui muy amante de los animales, prefería las plantas, como mi mamá.

A mi esposo les gustaban los perros y siempre tenía uno o dos atrás de él, y mis hijos heredaron del padre y del abuelo el amor por los animales.

Lo más triste de esta historia, y por lo que he pasado muchas veces, es que los animales tienen una vida limitada, más corta que la nuestra y tenemos que lamentar su pérdida. Cuando se los quiere como de la familia, la pérdida es muy dolorosa.

Actualmente mi hijo tenía dos perritos, Tom y Mateo. Tom, un perro de la calle que pasó por mil penurias y siempre salió adelante, caradura, insistente, vivísimo, podría decir casi inteligente. Mateo, un perrito faldero, cariñoso, como de juguete, todo el día atrás de mi hijo, con un amor incondicional.

Un trágico día, un auto atropelló a Mateo y no lo pudieron salvar.

No puedo llegar a explicar el dolor por el que pasamos todos. Mi hijo llorando, le cavó un lugarcito en el patio y ahí lo puso, como si estuviera durmiendo. Estuvimos velándolo hasta que llegaran mis nietos.

En un momento llegó Tom, que venía de la calle, husmeó hasta que llegó adonde estaba Mateo y vio a su amigo de toda la vida ahí acostado en la tierra, con los ojos abiertos y sin moverse…Entonces comenzó a gruñirle, a torearlo como hacían cuando jugaban juntos y como diciéndole - ¡Qué hacés ahí, vení, vamos a correr! Movía su cola con insistencia y le gruñía. Nosotros mirábamos enmudecidos ante la reacción animal hacia un amigo animal que se le había ido.

Cuando mi hijo comenzó a echar la tierra para taparlo Tom le sacaba la mano, se interponía, no se lo permitía, claro no entendía por qué tapaban a su amigo.

El llanto nos atravesó a todos, viendo la reacción del compañero animal.

Durante varios días posteriores lo veíamos a Tom descansando junto a la tumba de su amigo Mateo, como esperándolo.

 

AUTORA: Isabel Cismondi

Armstrong (Santa Fe- Argentina)

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