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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

Los encontrarás:
En Rafaela (Santa Fe): en Librerías "EL SABER", "PAIDEIA" y "FABER".
En San Francisco (Córdoba): en Librería "COLLINO"
y en otras librerías del país.

jueves, 29 de agosto de 2019

"Tengo prisa"- (de la autora)

Tengo prisa.
Que me urge de un diluvio de violencia,
esta tempestad que aplastó la convivencia
en un pueblo perdido, aletargado.
Siento urgencia de unir lo separado,
de contaminarme con verbos de ternura
que aniquilen todas las locuras
que salpican este mundo atormentado.
Tengo prisa de un aire depurado,
de un cielo sin chantajes ni amenazas,
de árboles libres, niños sanos,
de suelos inmunes a las armas,
de aguas cristalinas, trasparentes,
que espejen la riqueza de su fauna,
de tierras fecundas, promisorias,
sin grietas que lastimen sus entrañas.
Temo que no alcancen los intentos,
que no surjan todas las palabras,
que no basten todas las urgencias,
temo que, como otros, llegue a acostumbrarme.
Y este temor de contagiarme,
me recuerda que aún siento la prisa
de arrancarme esto que me asfixia
porque temo que mañana sea tarde.
No sea cosa que queden las esquirlas,
que ya no encontremos los fragmentos.
Entonces… ya no habrá una razón para mi prisa,
ni habrá un buen final para mi cuento.                 

Basado en  "Tengo prisa" - Publicado en el libro de la autora FOTOGRAFÍAS DEL ALMA- Edición de autor- (Rafaela- 2011)           

domingo, 25 de agosto de 2019

"Acostumbrarse"- (De la autora)

Publicado en "FOTOGRAFÍAS DEL ALMA"- Edición de autor- Talleres Diario "La Opinión"- Rafaela- 2011


     Con el apuro, había dejado el barbijo sobre la mesa de la cocina. Lo recordó mientras venía caminando por la avenida central de lo que, hasta hace poco, era una ciudad llena de movimiento, con gente que iba y venía del trabajo, con vendedores de bagatelas en todas las esquinas, con paseadores de perros que aprovechaban el fresco de la mañana en la plaza central, con los que salían a correr por las sendas aledañas. Vida normal en una ciudad normal. Eso ya no existía. Sólo en su memoria y en la de los pocos transeúntes que aún quedaban y que deambulaban perdidos con la mirada absorta y buscando explicaciones de cómo habían llegado hasta ese punto. Ya no había vuelta atrás, y eso era lo más triste.
     Si no se apuraba llegaría tarde. Había comenzado a llover. Pensó en sus hijos que, otra vez, se quedarían sin salir a la calle. Siempre habría alguna causa, un día los incendios, otro día la lluvia. Lluvia ácida, la llamaban. Al fin conocía en carne y hueso lo que era. Lo que había visto en alguna película de ficción era ahora su realidad y la de su familia, que no volverían a tener la vida de antes, al menos no en un corto tiempo, o quizás más largo de lo que pensaba, si es que alguna vez volverían a tenerla. Si todos se hubieran dado cuenta antes.  No quería olvidar los tiempos felices, pero de ahora en más sólo debería pensar en sobrevivir. Ni siquiera podía preguntarse por qué le había tocado a él ya que todos, sin distinciones, estaban afectados.
     Y allí se encontraba ahora, por las calles semidesiertas de la ciudad, en su rutina diaria de buscar agua.  Algo tan simple y que antes parecía tan sencillo, ahora se había transformado en una odisea cotidiana. Agua tratada y purificada. La que el municipio extraía, limpiaba  y distribuía cada día para abastecer a la población que no había almacenado anteriormente. Y los que llegaban tarde al reparto tendrían que rebuscársela de otra forma, porque nunca alcanzaba para todos.
     Mientras iba caminando en un paso apresurado, pensaba qué podía encontrar de positivo. Bueno, al menos la lluvia extinguiría los focos de incendio que quedaban, que habían arrasado con las pocas pasturas de los alrededores y de los que todavía se podía ver el humo en las afueras de la ciudad. No sabía qué era mejor, que lloviera o que no, porque el fuego se apagaba pero el aire no se limpiaba con el agua que caía, que lo quemaba todo, aunque de otra manera. Una manera silenciosa y traicionera. De a poco y sin que uno se diera cuenta. El fuego quemaba, el agua quemaba, el aire quemaba. Todo quemaba. La piel, los pulmones, los ojos.
     No quería olvidar. Ahora todo era desolación. La mayoría de los alimentos también estaban contaminados, como el agua y el aire. Y las personas que no habían muerto, estaban padeciendo enfermedades a causa de la desesperante situación. Sabía que estaba respirando ácido sulfúrico y ácido nítrico, porque lo había escuchado en la televisión montones de veces. Sabía que, este aire enfermo, entraba lentamente a su cuerpo por donde pudiera, invadiéndolo,  destruyendo lo que encontraba a su paso, dentro y fuera de él. Últimamente, le ardían demasiado las fosas nasales y los ojos. Y para colmo se había olvidado el barbijo. Los informativos recomendaban usarlo siempre y ya era difícil conseguirlos. De pronto, recordó que tenía un pañuelo en el bolsillo y lo sacó para protegerse un poco del aire contaminado.
     Miró su reloj y apuró la marcha aún más. A pesar de la lluvia, el calor era agobiante. Llevaba dos bidones vacíos y algo de dinero para comprar, si encontraba, algunos alimentos envasados.  Para que la precipitación ácida no lo alcanzara se resguardó debajo del toldo de un viejo hotel abandonado, que un tiempo antes, había estado lleno de turistas. Leyó el cartel corroído que anunciaba las comodidades del alojamiento: desayuno y habitaciones con aire acondicionado. Miró a través del vidrio sucio de la puerta principal y pudo ver el pasillo vacío que conducía a los ascensores. Todo estaba lleno de tierra, como esperando que lo limpiaran para recibir a los viajeros. Pero los viajeros no volverían. Cerró los ojos para imaginárselo lleno de gente, como antes, pero la imagen duró muy poco, demasiado poco. De eso vivían, de imágenes del pasado, de un pasado que paulatinamente se iría desvaneciendo de sus mentes. Y él hacía todo lo posible para no olvidar. Diariamente ejercitaba su imaginación con los recuerdos más frescos que aún podía llenar de colores, de sabores y de olores. Tenía miedo de perder todo eso. Y se alimentaba de esa forma, era como una terapia personal. Ejercicio mental constante, para no decaer.
      Seguía lloviendo. Una lluvia oscura, pesada, densa e irrespirable, que mientras caía levantaba vapor del pavimento siempre caliente, dificultando aún más la visibilidad. Vio un local de provisiones abierto y se detuvo para comprar dos latas de verduras envasadas y dos de carne, todo lo que pudo conseguir para ese día. Siguió caminando por la vereda, de toldo en toldo y de techo en techo para mojarse lo menos posible, hasta llegar al dispensario del municipio donde repartían el agua. Había cola, como todos los días. La gente con bidones y botellas, con caras largas y miradas perdidas, estaban esperando el turno para cargar el preciado tesoro. Ojala que no se agotara la ración de hoy tan pronto. Alguien del municipio estaba repartiendo barbijos a los que no tenían. Cuando llegó su turno, llenó los envases y emprendió el camino de regreso a casa, con su barbijo puesto.  Los bidones, ahora llenos, le pesaban y tenía demasiado calor. La lluvia lo lavaba, o lo ensuciaba, lo enfermaba como a todos, cada vez un poco más.
     Habían prohibido la circulación de vehículos y controlaban la emanación de gases de las fábricas que aún quedaban, pero eso estaba muy lejos de resolverles el problema. Y sabía que era una medida ridícula y tardía, como echar un balde de agua para apagar un incendio en un bosque en llamas. Si se hubieran dado cuenta antes. Ridículo. Todo le parecía ridículo y patético.
      Se sentía amenazado de muerte. Como en una guerra, pero sin armas de fuego y con un enemigo invisible y constante al que no sabían cómo atacar. Nadie sabía. Nadie nunca había sabido, aunque les hacían creer que sí. Tantos simposios climáticos y congresos ambientales, ¿para qué?  Siguió caminando evitando pensar tanto, para que su mente no se enfermara tan rápido como su cuerpo. Sin embargo, un alud de palabras lo acosaban como clavándole alfileres que dolían: industrialización, efecto invernadero, calentamiento global, agujero de ozono, errores humanos. Errores. Errores fatales. Cuántas veces había escuchado tratar sobre estos temas en los informativos, alertando a la población. Cuántos intereses de gente muy poderosa habían llevado a esta situación irreversible e insoportable. Intereses, siempre intereses.
      Le dolían sus hijos, el futuro de su familia. Le dolía recordar la vida normal y rutinaria de la que antes se quejaba por simple y repetitiva y que ahora valoraba más que nunca: las mañanas de sol radiante y las lluvias normales de verano, con ese aroma a tierra mojada que traían los campos cercanos llenos de pasturas y sembrados, la luz y el olor de la naturaleza sana… eso ya no existía. Estaban rodeados de bosques arrasados y ríos llenos de peces muertos. La naturaleza rebelde, enojada… No quería olvidar. Pero a cada paso había algo que le recalcaba que estaba transitando en un mundo sin futuro, y ya casi sin presente. Sólo el pasado rondando su mente, un pasado cada vez más lejano e impalpable. Y este presente lo hostigaba demasiado: los edificios y monumentos corroídos, los escasos árboles en la plaza central de los que sólo quedaba el esqueleto, algún que otro perro muerto que se le iba apareciendo en el camino, los negocios cerrados. Gente anónima corriendo con barbijos y pañuelos tapando su cara, gente buscando. Casi una ciudad fantasma. Un mundo fantasma, porque en otros lados era igualmente desolador. No había donde ir, sólo sobrevivir. Sobrevivir diariamente.
          Se detuvo debajo de una parada de colectivo inutilizada porque se sentía cansado y los ojos le ardían y le llorisqueaban. Ya no sabía si era por el ardor o por la impotencia, pero los ojos le lloraban. Las lágrimas se confundían y lo confundían, e iban quemando sus mejillas. A su alrededor, la gente pasaba corriendo, cargando con alguna provisión para el día y resguardándose donde podían. Dejó los bidones y la bolsa con los alimentos  a un costado y se sentó en el banco de la parada para descansar un poco. Sacó el pañuelo de su bolsillo y se secó los ojos. Se dio cuenta que no podía respirar bien y que se le había nublado la vista. Mantuvo el pañuelo un rato sobre los párpados cerrados para ver si le pasaba ese efecto desagradable. Y así, a oscuras, lo invadieron sensaciones que antes nunca habían pasado por su mente. Quizás sería mejor olvidar, pensó. Y acostumbrarse. A los barbijos, los bidones y la lluvia. Al cielo denso, siempre opaco. A la ciudad desierta, llena de despojos humanos, vacía de vida. A correr y buscar. Siempre correr y buscar. A esqueletos en las calles, de árboles, de animales y quizás muy pronto, de seres humanos.
    De repente, un ruido lo despertó de su estado aletargado y quitando el pañuelo de su cara, que sentía sucia y mojada, volvió a abrir los ojos. Los bidones y la bolsa habían desaparecido.  Miró con desesperación a su alrededor  y vio que un hombre  se los llevaba corriendo por el centro de la calle. Salió detrás de él y en vano intentó alcanzarlo porque el ladronzuelo se confundió con la multitud desorientada. Corrió hasta que lo perdió de vista y se detuvo porque le faltaba el aire y ya no podía controlar el llanto. Las lágrimas, de impotencia, de dolor eran cada vez más abundantes, se confundían con la lluvia y lastimaban, dejaban marcas profundas.
        Siguió caminando con la respiración entrecortada y la mente ausente y cada vez un poco más enferma. Algo había cambiado en él en ese preciso instante. No sabía precisar qué era exactamente, pero se sentía distinto.  Sí, sería mejor acostumbrarse. Todos se acostumbrarían, al final. Él, sólo caminaba, ahora con las manos vacías. Su mirada había cambiado, las lágrimas se habían detenido de repente. Caminaba, con su barbijo siempre puesto, mirando a ambos lados, minuciosamente, buscando, tratando de encontrar a algún distraído que, como él, dejara un bidón con agua al alcance de su mano. Sí, decidió que seguramente lo encontraría… antes de llegar a su casa. 

viernes, 23 de agosto de 2019

"Mañana, no sé... (De la autora)



Mañana, no sé,
pero hoy tengo ante mis ojos
un mundo en agonía,
la lluvia que moja, lluvia enferma,
son lágrimas que queman mis mejillas,
nos hemos gastado el aire puro,
andamos por bosques descartables,
con trajes de muerte, mostrando las heridas,
con grietas que sangran ríos en terapia
y flores de metal en sus orillas.
Mañana, no sé,
hoy huelo una tierra hipotecada,
hilvanada en fragmentos en su geografía,
alzando una plegaria silenciosa,
echando un manotazo hacia la vida,
con gemidos de montes devastados,
de hielos usurpados
convertidos en cenizas.
Mañana, no sé,
quizás juntemos los escombros
de aquella tierra que latía,
tal vez guardemos en museos
al oso polar, al panda y al gorila,
y sigamos andando, así, como si nada,
entre cielos manchados, disfrazando las llagas,  
vestidos de caos y de hipocresía.      

sábado, 17 de agosto de 2019

Antología "CLUCELLAS, SU GENTE Y SUS INSTITUCIONES A TRAVÉS DE LAS LETRAS"- Comuna de Clucellas- Compilado por María Alejandra Civalero

"Al llegar septiembre, una vez más se palpitaban los preparativos de las fiestas patronales en Clucellas. Desde la Comuna local surgió la iniciativa de convocar a "escritores clucellenses", término que nos honra pero que nos queda un poco grande, para que expusiéramos nuestras producciones en el Paseo Cultural del Boulevard. Beatriz Chiabrera de Marchisone, María Alejandra Civalero, Omar Vietto y Agustina Paredes respondimos con entusiasmo. ... El armado de esta antología es el producto final, a modo de cierre, de lo recopilado y expuesto en el evento mencionado y no una muestra acabada de escritos literarios e históricos existentes sobre Clucellas." (De la introducción de la Antología)

Esta antología también incluye escritos y vivencias de personas que aún viven, vivieron o pasaron por Clucellas, lo que permite al lector construir una visión general sobre distintos aspectos de nuestro pueblo.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Crítica a "Sentate que te cuento" y "Fotografías del alma"- Por C.Pablo Lorenzo

     C.Pablo Lorenzo (escritor de Río Gallegos- Santa Cruz) publicó dichas críticas en "El diablo en la biblioteca", donde hace una recopilación de "textos generados por otros textos",- como él mismo lo dice en el prólogo. "Aclaro que no me considero un crítico pero sí un lector onmívoro que anotaba en una libreta, o mentalmente, las impresiones de las obras que iba leyendo, las que deseaba compartir mi visión, y darles una devolución a los autores."
     Yo le había enviado mis libros, luego de haber participado con alguna de mis obras en "Papirando", revista digital que él dirigía. Con sorpresa me encontré con devoluciones minuciosas, que él escribió luego de leerlos. Y que ahora comparto. 


NARRADORA DE LO COTIDIANO
© C. Pablo Lorenzo

Crítica a “SENTATE QUE TE CUENTO” de Beatriz Chiabrera de Marchisone
Ejercitar la lectura es una tarea que requiere tiempo, momentos robados a otras actividades, es al principio una imposición voluntaria, luego se transforma en placer, la retribución es grande. Probablemente lo que leemos hoy recién en unos años podamos encuadrarlo o cruzarlo con otras lecturas o situaciones vivénciales, dar con puntos de luz y algunos tibios eurekas, aunque siempre es más fácil quedarse en el tiempo hueco de la televisión o la charla insustancial.
Con el libro de Beatriz, me atrevo a ser confianzudo por que ya lleva varias colaboraciones para Papirando, me encontré con una charla profunda, ahondé en el valor de la sencillez que puede ocultar profundas reflexiones, me senté y escuché lo que tenía que decir.
En unos de sus primero textos “Casi como un hijo” se observa el oficio de narradora, se vislumbra la cocina literaria, la rara unión del pensamiento y el sentimiento del escritor.
Hay ciertos lugares que parecen comunes pero se transforman, por ejemplo empieza con un vidrio empañado donde se escribe un nombre y termina con “…y en ese papel descuidado, // el triste recuerdo de una mancha.” La imagen de lo borroso y el adjetivo anterior tienen un peso que excede a las palabras aisladas al poner toda la figura en su sentido semántico más profundo.
Los pequeños detalles cotidianos de la observación directa son entonces elementos sencillos trastocados,
agrandados por una gran sensibilidad.
Como ya he dicho los seguidores de la revista ya han podido leer algunos poemas y relatos de Beatriz, este
número no es la excepción, dos textos de la autora que forman parte de este libro - enviado en formato pdf- el cual, al leerlo, fue como un bálsamo de sencillez y sentimiento por el despliegue de buenas intenciones de la autora. Del mundo materno, que lo torna nada aburrido, hay un abanico de sentimientos bien descriptos, poéticamente figurados, con imágenes validas por una pureza de mirada sin falsas premisas.
Si, puede caer en el lugar común, pero esos lugares tienen un carácter didáctico, enseñan desde el ejemplo de la situación como obrar sin extorsionar, con una buena leche de madre que no castra sino que potencia.
Con los pies bien puesto sobre la tierra parte su mirada nostálgica hacía el pasado para reinterpretar un presente no ajeno de pasiones futboleras, denota preocupación y orgullo de pertenecer, de ser memoria y parte de activa de su pueblo describiendo y participando en homenajes a lugares públicos que son cobijo para la imagen grupal de personas reunidas con un mismo fin y con una línea temporal que los hermana.
No hay figuras extrañas y no usa el simbolismo sino que apela al sentimiento que provoca la memoria nostálgica pura, a la contemplación signada por ojos optimistas. Los elementos son los comunes, los cotidianos, un mundo distinguible sin retórica ni términos rebuscados.
Como lector parcial me gustó más su narrativa, tendiente más a historias verídicas que a lo ficcional, pues parece ser un testimonio de su época, pretende, como casi todos los escritores, dejar una huella, una marca de su paso por este mundo y de alguna manera con “Sentate que te cuento” lo ha logrado desde esa supuesta charla informal pero cuidadosa en sus formas, un libro para lanzar al mundo para
que las miradas vuelvan a un lugar de origen muy especifico.


UN POCO DE TODO
Lectura de “Fotografías del alma” de Beatriz Chiabrera de Marchisone
Por C. Pablo Lorenzo

Lo que más me llamó la atención del libro fue el sesudo prólogo que permite hacer una interpretación de ese nexo delicado entre el escritor, el texto, el lector y la interpretación que se puede asumir desde la empatía o la entropía. Un buen ensayo de quien está inmersa en la actualidad de la información que proviene de varios causes, entre ellos internet. Sucede que además de ser una escritora primeramente local, logra en “Fotografías del alma”, universalizarse y volverse internacional con la propuesta y las temáticas, también es una mujer de su época, no ajena a los avances y pensamientos que se modifican con la catarata de datos que poseemos hoy. Debemos tener cuidado con esto de saturarnos con información, pero como ya he dicho antes, nuestra colaboradora tiene los pies bien puestos en la tierra, y se permite hacer uso de los medios a su alcance para difundir su obra sin ánimo de lucrar con ello. Ya es difícil ponerse a escribir como para también tener que dedicarse al merchandaising de su propia obra, algo que nos vemos obligado a hacer porque sin la distribución y la publicidad editorial nos encontramos solos en el desierto con nuestro librito bajo el brazo. Existen pues las ediciones de autor, las cadenas informales de difusión internacional como Papirando y el pequeño eco que podemos conseguir a nivel local. En todo el país, en otros países, es lo mismo, hay millones de escritores que se las apañan como pueden. Lo bueno es que no hay necesidad de manejarse bajo unos parámetros de adoctrinamiento y similitud que poseen las ediciones de editorial.
Le dí el libro a Roberto Silvi, un poeta local para que dejara su impresión ya que la visión de un poeta siempre es muy valiosa a la hora de analizar versos, y sus impresiones seguirán a continuación de estos pareceres.
Por mi parte creo que la obra es un poco de todo, un viaje mental hacia diferentes temas donde uno puede descansar la vista en donde más le interesa, es un poco de todo, piezas o fotografías que son parte de la vida y que se congelan en flashes o escritos para poder reflexionar, un libro que se lee en esos viajes largos de colectivo y que a veces te deja mirando la ventana por los ecos que produce en nuestro propio lago mental. La piedra la lanzó Beatriz, las ondas son nuestras.



Lectura de “Fotografías del alma” de Beatriz Chiabrera de Marchisone
Por Roberto Silvi
Primero antes de realizar los comentarios de las poesías, me presento: Me llamo Roberto Silvi, vivo en Río Gallegos, Santa Cruz desde el año 1974, tengo actualmente 42 años y este año me anoté en un taller de literatura a cargo del escritor Pablo Lorenzo donde comenzamos con un taller de novela.
Bueno, ahora sí quiero comentar “Fotografías del alma”, (poesía y narrativa) donde primeramente me pareció una gran combinación de tapa y contratapa con las poesías del interior. También es importante mencionar la investigación que hace la autora en el estudio de la fotografía donde compara el destello de luz por un destello de palabras.
En cuanto a la forma de verso libre se detiene en cada detalle de lo diario y lo cotidiano y lo actual del mundo en el que vivimos en “Olas”, pasando por “Vidrieras” con una forma de simbolismo poético agradable. En “Vagones y Campos” veo una forma directa y sencilla de llegar a percibir la angustiosa vida del gueto judío con las marcas insignias que aun perduran hasta en su propia bandera.