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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

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jueves, 20 de mayo de 2021

Homenaje y despedida a Alberto Feldman.










Un texto de Alberto, que nos dejó ayer...

                                              23 de diciembre de 2013                         

 MACHETES EN EL ASFALTO 

Hace sólo un momento que acabo de llegar a casa, pero no pude evitar sentarme inmediatamente en la computadora y escribir esto que estás leyendo.

   Cada verano  me fui poniendo más viejo, y son muchos veranos. Me  fui olvidando poco a poco de  esos aires de Navidad que comenzaban a primeros de diciembre, cuando terminaban las clases,  entre el olor de los jazmines y los duraznos, los chicos jugando bajo un sol de fuego y la mirada vigilante y protectora de nuestros padres.

    Insensiblemente nos deslizábamos hacia el próximo año,  con esa parada tan emotiva  en el encuentro  familiar de Nochebuena,  donde todo prometía ser bueno y feliz  para siempre. Luego,  verano tras verano me fue ganando el desencanto.

     Pero hace un rato, no más de una hora, volví a recuperar el significado del 24 de diciembre, y volveré a sentirlo mañana como cuando era un niño de diez, hace  ya más de sesenta años.

   Pero basta de cháchara,  que aquí va la explicación.

    Vengo del dentista, donde desde hace casi  un mes voy dos veces por semana por un largo tratamiento.  Viajo desde Belgrano hasta Villa Pueyrredón, y de regreso tomo el ómnibus107 ó el 114 en la esquina de las avenidas Mosconi y de los Constituyentes hasta Cabildo.

   Mosconi es una ancha avenida de una sola mano, y esperando por primera vez el ómnibus, hace casi un mes, observé a un muchacho de rasgos aindiados, de no más de diecisiete o dieciocho años, que como tantos otros en esta época de necesidades insatisfechas,  trata de sobrevivir mostrando a su público,  en su mayoría automovilistas indiferentes, lo que sabe hacer, lo que muchas veces es, por suerte, merecedor  tanto de un aplauso como de una aprobación en metálico.

Me dejó paralizado de asombro. Dejé pasar varios colectivos y repetía su número cada corte de semáforo, una vez  tras otra.

   Su número era de circo,  de los mejores circos. Hacía prestidigitación no con pelotitas ni clavas de madera, sino con  tres machetes de gran tamaño, que golpeaba cada tanto, para probar su legitimidad con su pesado sonido metálico.

    Los arrojaba a gran altura, girando, y los recogía  con seguridad por el mango, cada tanto se desplazaba un poco y tomaba uno de ellos de su espalda,  por supuesto sin mirar, y lo volvía a la ronda con los otros dos machetes. Lo mismo hacía levantando una pierna y pasándolo  por debajo de la rodilla, e incorporándolo luego sincronizadamente al  ciclo de los otros dos elementos. Todo a gran velocidad.

   En un momento, colocó un machete por el mango sobre su nariz, y caminó varios metros teniéndolo en equilibrio mientras arrojaba los otros al aire, siempre girando, recogiéndolos y volviéndolos a tirar, caminando, y con  el otro siempre en su nariz, hasta que con un impulso de su cabeza lo incluyó otra vez en el trío de machetes voladores.

 Nunca perdió el control sobre sus filosos instrumentos ni fue ninguno a parar al suelo. Quien tiene un dominio neuromuscular semejante, es un fenómeno.

    No había visto nunca nada igual. Mientras esperaba  el cambio de luces para exhibir su número, el muchacho se acercó a la parada de ómnibus, lo que aproveché para  felicitarlo con admiración.

  Lo volví a ver cuatro o cinco veces sucesivas, coincidiendo con  la espera del ómnibus después de cada consulta  odontológica.

 Le pregunté  donde había aprendido su destreza y si sabía que lo suyo era un espectáculo circense de mucha calidad; también le dije que debía hacerse conocer por medio de la televisión; a lo que contestó que  varias personas  le habían dicho antes lo mismo.

Aseguró que lo que sabía, lo había aprendido en la calle, de otra gente que como él, vivía también en la calle, que no quería obligaciones ni horarios,  era libre y ganaba lo suficiente, moneda a moneda, haciendo lo que le gustaba.

Lo decía todo en un castellano perfectamente claro pero con un acento  cantarino  que denunciaba su origen guaraní.

La firmeza con que decía esto y sus ojos brillantes parecían un canto a la libertad, por un momento casi me convenció  de que era un ser libre y feliz.  Meditando sobre esto en  mi casa,  llegué a la conclusión de que  un gran dolor y una gran resistencia al mismo,  podían juntarse en una persona y hacer soportable la soledad de la calle,  Uno Solo entre una multitud ajena.

   El  viernes  lo vi  trabajando más rápido que de costumbre. En los quince minutos que estuve esperando el ómnibus, no descansó.

   Cuando cambiaba la luz y terminaba su acto en Mosconí, volaba a  Constituyentes y así alternó su número sin descanso entre las dos avenidas. No sé cuantas veces lo habrá hecho ni cuántos horas al día, pero hoy 23 de diciembre, terminé con el dentista y  me extrañó no ver a mi joven fenómeno luciéndose en  el cruce de las dos avenidas con sus machetes.

     Me acerqué al puesto de diarios de la esquina y le pregunté al  hombre si sabía algo de él.-Si señor, me dijo- algo sí…   Andrés vino a Buenos Aires hace cinco años a buscar a su padre, pero no lo encontró.   Ayer completó el dinero para el pasaje para volver a Corpus Christi, Misiones, a pasar  la Navidad con su  madre, ¡Hace  cinco años que no la ve!

     Me sentí muy feliz de haber sido testigo  secundario de este episodio.

 Mañana, Nochebuena,  brindaré  junto a los míos por Andrés y por los suyos.

   Y hoy diciembre volvió a oler a jazmines y a duraznos.

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A Alberto, yo lo conocía virtualmente, por haber estado premiados en algunos concursos literarios. Hasta que dos Concursos en San Genaro nos hicieron coincidir (en uno como premiados ambos, y en el otro, yo estaba como jurado). Luego seguimos en contacto, me mandaba textos, yo le mandaba los míos. Sus historias profundas de relatos cotidianos – en los que se involucraba- nos trasladan muy vívidamente a través de sus emociones.  Le pedí a otro amigo literario- Daniel Alonso- que me pasara más información sobre él, porque ellos tenían otro contacto más cercano. Transcribo los datos y algunas apreciaciones de Daniel sobre Alberto.

 ALBERTO FELDMAN (por Daniel Alonso): Alberto fue colectivero y de origen Judío. Estuvo en la Guerra de los 7 días. Comenzó su actividad literaria de grande pero ya venía con talento. Un amigo del tango y la música. Amaba su barrio de Saavedra. Conoció a Goyeneche y a algunos otros. Su literatura trata del barrio y su gente. Tenía un sentido profundo del sentir popular y de lo intrínseco de las personas. Buceaba en el alma y rescataba valores. No era de ninguna forma agresivo en sus comentarios y poseía un romanticismo tierno. Amó la música y el Jazz.


Alberto y Daniel

Hasta siempre, Alberto... quedarás, eterno, en tus palabras...

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