Con motivo del Gran Premio del
Centenario
de la primera carrera organizada
por el Club Atlético de Rafaela
Fue en un mayo otoñal,
hace ya una centena de años,
que un grupo de intrépidos volantes,
en la Perla del Oeste
se alinearon.
Los coches desfilaron con destreza
por terrenos arriesgados,
atreviéndose al
límite del tiempo,
desafiando curvas y badenes,
deslumbrando a los testigos del milagro.
La pista improvisada
irrumpía sin permiso por los campos,
abrazando a un manojo de pueblos
que fundían su pasión en un abrazo.
Rafaela, Lehmann y Ataliva,
Sunchales, Tacurales y Morteros,
Porteña, Luxardo, San Francisco,
Clucellas, Saguier, Susana,
y luego a Rafaela de regreso.
De pronto,
el eco invadía los serenos pastizales
con sonidos mecánicos,
y hechizaba a campesinos y tamberos
que a la sombra natural de una arboleda,
o trepados a los cercos y alambradas,
descubrían un lugar privilegiado.
Pero el estruendo deportivo
espantaba a las manadas y rebaños
que no entendían la hazaña
de aquellos pilotos
domando a los bólidos clásicos.
Los máquinas sonaban extranjeras
Bianchi, Chalmer, Studebaker,
Chevrolet, Dodge, Overland,
y sus huellas quedaban en la historia,
y a su paso fugaz,
deliraban los fieles entusiastas,
haciendo alarde en la victoria.
La aventura cumplió su recorrido
y sobre aquellos hombres valerosos
cayó la bandera a cuadros:
Gallé, Valenti, Colombetti,
Víttori y Cohen,
seguidos por Macchi y Piovano.
Fue en un mayo de la Patria,
de hace un centenar de años,
y hoy los motores vuelven a rugir
en la línea de largada,
y ya se escuchan cercanos,
nuevamente se levanta el polvo del camino,
la pampa gringa se viste de fiesta,
en el mismo entorno centenario.
Y vuelve a bramar la competencia,
y regresa el abrazo,
de aquellos carros que conquistan la memoria
de simpatizantes y fanáticos,
que al costado de la carretera
se envuelven en sonidos veloces y mecánicos.
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