Los guantes blancos están
listos, los uniformes y guardapolvos planchados, y los instrumentos
minuciosamente afinados. El sol asoma en un clima de festejo, y se inmiscuye
entre los árboles y edificios de las distintas ciudades y pueblos de mi país
donde hoy se conmemora el Primer Grito de Libertad. La imagen se repite en casi
todos lados.
El desfile al que asisto es, quizás, un reflejo de otros tantos que se
llevan a cabo al mismo tiempo en tantos otros lugares . Puedo ver gente de todas las edades, de
distintas instituciones, clubes y asociaciones, que marchan para festejar. Qué
bueno que se marche para festejar. Las calles se llenan de uniformes coloridos
y sonidos de marchas patrias; de boy scouts vendiendo pastelitos; de Bomberos
Voluntarios con sus carros hidrantes y perros entrenados; de filas de alumnos, portando banderas y estandartes con guantes blancos; de Bandas Lisa (con
instrumentos de percusión y viento) que demuestran su destreza tocando las
marchas más características para la ocasión; de agrupaciones de ex-combatientes
de Malvinas bajo una lluvia de aplausos
y ojos llenos de lágrimas. También puedo ver que cada escuela desfila
con un cartel que ellos mismos elaboraron, y la leyenda de uno de ellos llama
particularmente mi atención: “Un gran
país sólo se logra con un pueblo unido y el compromiso de todos”. Qué bueno, pienso, que a los alumnos se los
adoctrine de esta manera, sin compromiso político, sin rencor evidente, sin
discurso agresivo. Me voy del desfile con el corazón pleno y la sensación de
que no todo está perdido. Y por un corto instante siento que todos vamos hacia el mismo lado.
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