De día, la
Reina brilla
como el cobre en las espadas,
de noche se vuelve sombra
entre las sombras hurtada.
El Rey la busca, sereno
sin prisa pero sin pausa,
como la noche anterior
y cada noche que pasa,
entre las horas furtivas
sobre su lecho de acacia,
porque la
Reina es la noche
e igual que la noche aguarda.
No es sólo su piel, el roce
de su felina mirada,
la oscuridad de su vientre,
la negra luz de sus nalgas,
el suave vello que esconde
entre sus piernas delgadas,
el rocío de su cuello
o su voz, grave y alada,
sino el encanto que ronda
la magia de su palabra,
una sapiencia profunda
que trae en su sangre brava.
El Rey la mira, admirado
la escucha, aun si calla,
espera por sus preguntas
que son como perlas raras,
ofrendas de medianoche
manjares de madrugada,
que alegran el entrevero
de los cuerpos en la cama.
Y cuando el Rey le responde
con su magnífica calma,
brilla en sus ojos el fuego
de las panteras de Saba.
No hay amor como el amor
que en el ingenio se ampara,
la inteligencia es un sexo
que en el sexo se derrama.
Cuando ella partió, por fin
a su tierra, tan lejana,
el Rey extrañó esas noches
de juegos y adivinanzas,
mezclados con los fervores
de la alcoba soberana.
Siempre soñó el Rey con ella,
y que ella con él soñaba.
José Luis Najenson
Nacido el 17 de Mayo de
1938, en Saturnino María Laspiur (Pcia. de Córdoba), Argentina.Reside en Jerusalén, Israel, desde 1983.
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