Para resolver mi ignorancia sobre la planta investigo en Internet
buscando primero una foto para identificar el tipo de cactus. Hay millares.
Recorro las imágenes hasta que lo encuentro. Su nombre es Cereus Peruvianus. Y de pronto me
sorprendo. Es una de las plantas consideradas con “superpoderes” porque
absorben las radiaciones. ¿Y yo la tengo en el patio? Sigo leyendo: “…originaria de América Central y del Sur, y
comercializada masivamente en Estados Unidos desde mediados de los años 80,
después de que diversos estudios demostrasen su capacidad para corregir las alteraciones en los campos
electromagnéticos causadas por las radiaciones que producen aparatos
eléctricos como, por ejemplo, televisores y ordenadores; …apartan
hasta 15 metros
de sí las llamadas redes de Hartmann ("paredes" verticales de
radiación que surgen de la tierra), a la vez que restablecen las alteraciones del ambiente provocadas por la contaminación
electromagnética”. No lo
puedo creer. Habrá que ponerla cerca de los aparatos dañinos que no sabemos qué
efecto causan en el ser humano.
Igualmente, mi objetivo es la flor, que se abre imperceptiblemente, dura
tan solo unas horas y se vuelve a cerrar, como habiendo cumplido su función. Efímera. Pero necesaria para que la planta
siga su curso natural, y para que nuestros ojos queden embelezados ante su
belleza. Por algo es así su ciclo, la naturaleza no tiene discusión, sino que a
veces, no comprendemos por qué no podemos mantener un poco más esos instantes
que nos colman. Y decido que trataré de no perderme esos momentos plenos, como tantos
otros, mágicos y únicos, que no vuelven. Sólo hay que darse cuenta de eso, que
no vuelven.
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