Hace unos cuantos meses estaba yo caminando por San Francisco, cuando
en una esquina tuve un encuentro inesperado. En realidad, casi nos chocamos. Lo reconocí de inmediato; él no
había cambiado nada, salvo por los rasgos del paso de los años que tornan el pelo más blanco o marcan un poco la piel. “¡Hola!”- me dijo en un tono que me
sorprendió, ya que pensé que no me había reconocido. Allí estaba el Padre
Arturo, acompañado por un bastón, pero enérgico como siempre, con esa voz inconfundible
que reconocería entre miles con los ojos cerrados. “¿Cómo están tus hijos? ¿Y
tu marido?”- mientras le contaba, dudaba si realmente sabía con quién estaba
hablando, ya que había casado a tantas parejas- a nosotros entre muchos- y
había bautizado a tantos niños- a mis dos hijas mayores también- que no podía
creer que me hubiera identificado en un encuentro tan repentino, en una esquina
inesperada. Hacía mucho tiempo que se había ido de Clucellas y yo no lo había
vuelto a ver. ¿Cómo podía recordarme? Su voz particular me conmovió y me retrotrajo en el tiempo al
momento de mi entrada a la Iglesia, con mi vestido blanco, del brazo de mi
padre y al encuentro de Pepe, que ya estaba junto al altar. Lo recuerdo
mientras lo escribo y me emociono, porque hubo una situación muy particular que
mantuvo ajena al resto de los presentes en el templo. Nosotros habíamos tenido
una charla previa en la que no sólo asentamos nuestros datos sino que también conversamos
bastante sobre la ceremonia y el matrimonio. Él bromeaba sobre mi tercer
nombre, y cuando nos íbamos, yo le pedí que cuando nos hiciera la pregunta de
“aceptar por esposo/a” al otro, si era posible, no lo mencionara; no lo creía
necesario. Ya entrando al altar, yo no sabía si él se acordaría de omitirlo. Así, cuando llegó el
momento de la pregunta, me dijo ante todos los invitados atentos, en ese momento
tan especial: “Beatriz… María…” hizo una pausa y me miró sonriendo, como
diciéndome “hasta acá?”. Yo le sonreí y noté que Pepe también lo hacía. Asentí
con un gesto de mi cabeza, y él prosiguió “…aceptas por esposo a José Bautista?”. Fue
tan mágica la situación, tan cómplice entre nosotros tres que por un momento le
dio otro tiente al acostumbrado ritual, y lo transformó en una ceremonia
especial y única. Por eso quiero recordarlo hoy, simplemente porque estamos
cumpliendo 29 años de casados. Y por supuesto Padre Arturo, “acepto”.
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1 comentario:
Felicitaciones por todo lo que escribís. Me apasiona leerte.
Marta Susana
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