Tenemos un chimango. Es un pichón que encontró
Virgi en la plaza una tarde; estaba solo y expuesto a cualquier depredador que
pasara por allí. Lo cargó y lo trajo a casa para alimentarlo hasta que pudiera manejarse
por sí mismo. Tenía apenas unas suaves plumas que asomaban con timidez y unos
ojos enormes y saltones. Lo pusimos en un patio-luz donde tiene muy poca
tierra- solamente en un par de macetas sin plantas- y donde puede recibir sol y
aire natural constantemente. Pero no es su hábitat. Siempre desconfiado, cuando
nos acercamos a darle de comer, se oculta detrás de cualquier objeto que pueda
resguardarlo del peligro, y se encoje como escondiéndose en su delicado
plumaje. El hombre es una amenaza para él, se lo dice su instinto natural; nadie
se lo enseñó, pero él lo sabe. Nos ponemos un guante grueso para protegernos de
sus probables picotazos o arañazos y le damos trozos pequeños de carne y agua
con una jeringa. Come y toma pero sospecha; no piensa que sólo queremos
ayudarlo. A veces lanza unos chillidos que nos asusta, pero indica que está
vivo y se puede defender. Las plumas cambian, son más oscuras y ya toman
diferentes marrones. Lo observamos detrás de la ventana, para ver su
comportamiento y decidir si está preparado para salir al mundo. Cuando no nos
ve, camina libremente, pero no lo vemos volar. Igualmente intuimos que debe
hacer algún vuelo corto que le permite pasar de una maceta a otra buscando la
tierra.
De pronto, nos sorprendemos. Virgi se sienta
a atender el celular y él se trepa a sus rodillas. De a poco va tomando
confianza; quizás el hombre no sea tan dañino. Ella le habla con voz suave, lo
acaricia, y él ya no se asusta. Nos invade una sensación muy extraña, nos
llenamos de júbilo. Luego, cada vez que Virgi entra al patio-luz, él se acerca
y se trepa. Su espíritu salvaje va menguando, pero eso no será bueno cuando
tenga que enfrentar su vida cotidiana, en la que no estaremos nosotros.
En pocos días deberemos dejarlo ir, para que
se adapte y se encuentre con sus pares. Tenemos miedo, porque sabemos que
afuera no lo tratarán igual; pero tenemos claro que no podremos quedarnos con
él. Así es la vida.
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