Conciente de que mis libros nunca llegarán a manos de los artistas si no
es por mi intermedio, fui al Festival de Cosquín con un objetivo: hacerle
llegar uno a Abel Pintos. Sabía que la cosa no iba a ser fácil; todos quieren
acercarse y esa noche especialmente, la Plaza Próspero Molina estaría colmada
porque él
festejaba los 20 años de su primera actuación en Cosquín, cuando
tenía 14 años. ¿Cómo podría llevar a cabo mi misión? Rondando la Plaza, descubrí la oficina donde se acredita la prensa que puede acceder a los
artistas. Ingresé, como si fuera una periodista más, a ver si veía algún
reportero/ conductor/ corresponsal conocido, y así darle mi encomienda para que
se la entreguen a él o a alguien de su entorno. Pero no. No encontré ninguna
cara que hubiera visto en televisión. Como segundo recurso, me dirigí a las organizadoras que se encontraban en los alrededores, para preguntarle si
había alguna forma de hacerle llegar el libro. Una de ellas me dijo que estaban a cargo de coordinar a las personas que habían comprado su
entrada por Internet, pero no tenían acceso detrás del escenario. Una tercera
opción era escribir un cartel, de esos que tienen una publicidad, que te
ofrecen antes de entrar al Festival, para ver si llamaba su atención con alguna
frase que él pudiera leer desde el escenario, como “Abel, quiero darte un libro
mío”. Fue lo que hice. Ilusa, me senté en mi butaca con el cartel en la mano,
esperando que él mirara hacia allí, y lo leyera
cuando yo lo levantara entre la multitud enfebrecida. ¿Qué esperaba? ¿Que me
llamara al escenario? Ridícula. Así, el espectáculo transcurría y yo aún tenía
el libro “Fotografías del Alma” en el bolso; pero no había perdido la esperanza.
“Lleváselo al escenario”, me dijeron, “se lo das cuando se adelante a cantar”. Era
muy osado. Eso implicaba acercarme al máximo, exponerme a que alguno de
seguridad me sacara de un brazo, y hacerlo delante de los principales fans de
las primeras filas que me mirarían con cara de qué-está-haciendo-esta-mujer.
Decidí que no me importaba. Tomé una lapicera, le escribí la dedicatoria en la
primera página en blanco y me levanté, resuelta a llevar a cabo mi misión. Pasé
por delante de todos los de mi fila, pidiendo el correspondiente permiso y
tratando de no quebrar la emoción de los que estaban concentrados en el recital, y llegué
al pasillo lateral que conducía directamente a un costado del escenario, donde
Abel estaba cantando “Hay una revolución…” con toda su energía y con el público
saltando de sus butacas. Caminé semiagachada, para no llamar la atención y
llegué a la segunda fila, donde me agaché por completo con el libro en la mano,
esperando la oportunidad. Había guardias y policías que miraban, de espaldas al
show, para detener a cualquier
entrometido que osara romper las reglas; de hecho, ya habían sacado a varios. Mientras, yo fingía estar en esa fila que no
me correspondía; me agachaba, me paraba, cantaba un poco siguiendo a la gente.
Hasta que en un momento me decidí, encaré como si volviera a mi lugar en la
primera fila, pase por delante de los guardias, caminé casi hasta el centro y
me acerqué al escenario justo cuando Abel se había alejado hacia otro sector. Mala
suerte. Entonces, arrojé el libro lo más fuerte que pude sobre las tablas,
esperando que él lo recogiera en algún momento. El ejemplar se deslizó hasta
que se acabó el impulso y quedó allí, expuesto a su suerte. Y a la mía. Yo regresé a mi
asiento, volviendo a pasar por delante de los guardias y conciente de que
muchos me habían visto. Nadie me llamó la atención por la maniobra, pero a mí
me latía el corazón como si hubiera cometido una travesura que iba a recibir un
castigo. Ya desde mi lugar, observé el resto del show esperando que Abel se
percatara del libro. Pero no. Le había pasado cerca varias veces, pero
no lo veía. En un momento estaba cantando “Pájaro cantor”, y cuando dice
“…acaso no lo ves?”, me daba la sensación que aludía al libro. Se lo quería
gritar, lo cantaba fuerte con el coro de voces de la plaza, pero nada. Él iba y venía por el escenario Atahualpa
Yupanqui, lo recorría de punta a punta, le volvía a pasar cerca, pero nada. ¿Había
sido mi última oportunidad? Si no lo veía en ese momento, quedaría allí hasta
que alguien encargado de la limpieza lo encontrara, demasiado tarde. Así, llegó
el final de la primera luna coscoína, y cuando cantó su último tema se retiró, con el fervor de la
gente pero sin mi libro. Me paré sobre la butaca para ver si podía verlo, pero
había muchos papelitos desparramados sobre las tablas. “Vamos”, dijeron todos,
y comenzaron a encarar hacia la salida. Pero yo quería sacarme la duda.
Mientras el numeroso público se retiraba, caminé contra la corriente de gente
y me acerqué nuevamente al escenario. Allí estaba mi libro, en el suelo. Sin
pensarlo dos veces, llamé a uno de los organizadores y le pregunté si podía hacerme un favor: “Mirá, yo tiré un libro
arriba del escenario pero Abel no lo vio. ¿Se lo podés alcanzar al camarín
antes de que se vaya?” le dije, mientras le señalaba dónde estaba. El
muchacho se dirigió al lugar, lo levantó, y me dijo que no había problema, que
se lo llevaba enseguida. Y mientras caminaba hacia el
costado del escenario yo lo seguía paralelamente por debajo. “¿Se lo vas a llevar?”,
le pregunté nuevamente, insistiendo, por si no tenía claro que era urgente. Él
me lo mostró y me dijo: “Enseguida”. Y desapareció con mi libro mientras yo lo
seguía con la mirada. Y me alejé, ilusionada y feliz.
NOTA (foto abajo): Imagen extraída de Youtube. El libro, en el suelo, durante el recital.
Festival País '18 - Abel Pintos en el Festival Nacional NOTA (foto abajo): Imagen extraída de Youtube. El libro, en el suelo, durante el recital.
3 comentarios:
No se si finalmente él habrá llegado a las manos de Abel. De lo que puedes estar segura, es que al menos a mi, tu relato logró mantenerme en vilo, hasta conocer cual sería el final del periplo en torno de la la Plaza Próspero Molina, de tu "libro viajero"
Muy bueno tu relato! Estoy segura de que tu libro va a llegar a él como un pájaro, va a detener su vuelo un instante y descansará en su mano. ¡Tener fe es la consigna!
SEguro está en sus manos. Dejaste tu dirección para que se contacte? Me atrapó tu relato.
Maria Cristina Fervier
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