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LIBROS PUBLICADOS POR LA AUTORA
(poesía y narrativa)
"DE LOS HIJOS" (2014)- Ediciones Mis Escritos (Bs. As.)

Rincones y Acuarelas I (Poesía) -2019- La Imprenta digital (Bs. As)

Rincones y Acuarelas II (Narrativa)- 2019- La Imprenta digital (Bs. As.)

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y en otras librerías del país.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ingratitud (por Eduardo Aníbal Solari)

 Primer premio Concurso Lucila Févola de Gente de Letras 2013 (Buenos Aires- Argentina)



Tres mujeres, un camarógrafo, un ministro y seis medialunas lograron que el último sábado de febrero fuera el día más ingrato de mi vida. Fueron partícipes mi prima, su mejor amiga y mi novia. El resto de los involucrados, incluidas las medialunas, contribuyeron, de una u otra manera, a mi desgracia estival.
Desgracia que comenzó con el e-mail que recibí de Carolina, mi prima: “Ricardo Amor: Mi mejor amiga, Julieta Hortensia del Río Miraflores, llega a la Argentina el diez de marzo, en el vuelo 3120 de Iberia, que arriba a Ezeiza a las siete de la mañana. Le dije que la ibas a recoger en el aeropuerto. Gracias, Amor, un beso”.
Tres años, desde que emigró a España, que no la veía a Carolina. No necesitaba verla para advertir que, a pesar de que requería mi presencia en Ezeiza, le molestaba que fuera a recibir a su mejor amiga. De no ser así, mi prima en el e-mail solo hubiera escrito Ricardo. Ella sabía de mi vergüenza por Amor. 
Mi molestia con mi prima habría sido enorme de no haberme avisado con el tiempo suficiente para ponerle cualquier excusa a Margarita, mi novia; y así  brindarle, sin que nadie me moleste, toda mi atención a del Río Miraflores. Con mi novia hace dos años que salimos y, a pesar del esfuerzo que ella hace para sostener el noviazgo, no podemos evitar que nuestra relación sea espasmódica: un mes nos juramos amor eterno y fidelidad absoluta, juramento al que nunca adherí, al siguiente no nos dirigimos la palabra; y así se suceden, sin solución, juramentos y silencios. Margarita tiene tres problemas que realmente me preocupan, ya que en su terapia no los puede resolver: es más alta que yo, es extremadamente celosa y conoce la clave de ingreso a mi correo electrónico. Conocimiento que me llevó, cuando le respondí el e-mail a mi prima para que me diga cómo era Julieta, a pedirle que esa misma noche me llamara por teléfono. El error que cometió mi pasión tornaba peligrosa la comunicación a través de Internet.
Puntuales, como todos los viernes, a las diez de la noche llegaron para jugar al tute cabrero Horacio, Gerardo, Eduardo y Sebastián, con tres pizzas y seis botellas de cerveza. Mis amigos no se interesaron por Julieta, como si para ellos recoger amigas de una prima fueran acontecimientos que suceden todos los días. El sonido del teléfono interrumpió la comida. Seguro que es Carolina, les dije a los muchachos, y atendí.
-¡Hola…!
De pronto, los desinteresados, gritaron como locos: “¡Que te diga cómo vas a reconocer a Julieta!”
-Hola Ricardo, ¿cómo estás? ¿Qué dicen esos atorrantes?
-Me preguntan si sos vos, Margarita.
-No me interesan sus preguntas. Me interesa que hablemos de nuestra relación.
-Mañana desayunamos en el bar de siempre y charlamos tranquilos -le propuse.
-¿Qué pasa, Ricardo? ¿Lo nuestro se terminó?
-No, Margarita, no es así. Sucede…sucede que…
-¿Qué sucede, por favor? Te noto indeciso -me preguntó, sin disimular su angustia.
-Se enfría la pizza, Margarita.

Finalizada la última partida de tute cabrero, acomodé el desorden que dejaron mis amigos y me fui a dormir sin dejar de pensar que en cuestión de horas mi novia, entre medialuna y medialuna, me iba a cantar las cuarenta. El sonido del teléfono interrumpió mi sueño. Miré el reloj y atendí.
-¡Margarita, son las cuatro de la mañana!
-¡Qué Margarita ni otra flor! Soy tu prima. Cambio de planes y de línea aérea. Julieta adelantó el viaje, llega hoy en el vuelo de Aerolíneas Argentinas que arriba a Ezeiza a las ocho de la mañana. Solo te pido un favor: no la trates de vos, tratala de tú, como si estuvieras en España. ¡Ah! Ella te va a reconocer por Amor. Chau. Besos.
Miré otra vez el reloj: cuatro y cinco. En cinco minutos Carolina me pidió que hablara como si estuviera en España, sin reparar que yo estaba en el barrio de Caballito, en el edificio donde todos me conocen por Ricardo; no por Amor.
En el aeropuerto me encontraba mezclado entre la gente que esperaba a los pasajeros que venían de Madrid, sujetando el cartel que escribí con las palabras que la mejor amiga de mi prima iba a reconocer: “JULIETA SOY AMOR”. Carolina me pidió que la tratara de tú.

Después de cuarenta minutos espera, se me acercó un camarógrafo de Crónica TV que, sin dejar de filmarme, me informó que en el vuelo que venía Julieta viajaba el Ministro de Economía de la República de Uganda. Me dijo que no me preocupara, se había demorado la conexión Kampala-Madrid y el avión llegaría cerca de la diez, diez y media a más tardar. Me quedé preocupado. Me imaginé que Margarita en el bar, sobresaltada por la música estridente, no iba a poder evitar ver en el televisor la pantalla roja con las letras blancas que me delataban: “ENAMORADO EN EZEIZA”; y a continuación, mi imagen sosteniendo el cartel.
A las once de la mañana apareció el Ministro, y detrás de él, la madrileña. Cuando vio el cartel, comenzó su carrera enloquecida con los brazos abiertos. No llegó a abrazarme; la policía militar se interpuso entre nosotros. Después de dos horas, las autoridades del aeropuerto entendieron que la redacción del cartel no correspondía a un hombre desesperado por amor; capaz de provocar algún disturbio, aunque mi segundo nombre no me ayudara en lo más mínimo.
Libre de culpa y cargo, volví al hall principal con la esperanza de que la española no se hubiera retirado. Ni rastros de la mejor amiga de Carolina. Ya me iba cuando la vi entrar a mi novia, enfurecida, ciega por la traición. Margarita no vio que me escondí en el primer negocio que encontré. La encargada, al notar mi desesperación, me dijo lo que ocurrió en mi ausencia.
-Amor, si buscás a Julieta, no malgastes tu tiempo, la recogió un remisero -comentó, sin ocultar su sonrisa cargada de malicia.  
Me fui preguntándome si Margarita me seguía queriendo mucho, poquito o nada. Seguro que nada. Cuando la vi llegar al aeropuerto no llevaba ninguna medialuna. Se las comió todas, la ingrata.

EDUARDO ANÍBAL SOLARI
 Haedo- Buenos Aires- Argentina                                                                                                        

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