La niebla rojiza se
extendía por todo el ambiente. La fauna autóctona, estaba aturdida, agotada y
nerviosa por todo lo que se mostraba a sus ojos. Esa niebla, dibujaba todo de
un color rojizo, y hasta las plantas, se teñían de ese color. Aunque, lo peor
no era la niebla en sí, sino lo que ocurría cuando estabas envuelto por ella.
Los animales, salían sin piel, destrozados, con los órganos internos desechos y
magullados, además de la agresividad innata que se imprimía en su carácter. Las
plantas, simplemente, se deshacían al quedar envueltas por ella.
Algunos de los animales
conseguían escapar, pues al ver lo que les ocurría a sus congéneres, salían
gruñendo y con el rabo entre las patas, alejándose de esa niebla rojiza que
todo lo envolvía y destruía a su paso. Con los animales enrabietados en su
interior.
También ocurría otro
fenómeno curioso, algunas de las formas, desaparecían entre esa niebla rojiza
que engullía las formas sin compasión. Se podía ver, con total nitidez, cómo
algunos seres humanos, se quedaban en una mera sombra, que no se movía ni hacía
nada, solo ocupaban su lugar en el espacio.
Con el paso del tiempo,
aprendieron a convivir con esa niebla rojiza. Los animales hicieron sus congregaciones
más pequeñas y alejadas, taimadas, incluso temerosas de que pudiera acceder al
lugar en el que vivían, por ello, se habían transformado en nómadas. Iban de un
lado a otro, sin ningún destino, más que el de evitar caer en esa niebla y
verse sin piel, con los ojos fuera de sus órbitas, o simplemente, el caer hacia
un lado por la acumulación de líquidos en sus cuerpos, y reventar como esferas
llenas de algún tipo de gas inflamable.
Los seres humanos
hicieron lo mismo, sólo que, ellos, trataron de entender el origen de esa
niebla rojiza, que todo lo envolvía y destrozaba a su paso, con la clara
capacidad de tener inteligencia y voluntad propias para saber cuando tenía una
presa a su paso, y cuando debía extenderse. Los seres humanos se dieron cuenta de
que estaban ante un ente inteligente, y por ello, podía tener algún tipo de
debilidad.
Pero no la encontraban.
Cuando le lanzaban disparos, piedras, palos, o algún que otro cañonazo, no
pasaba nada. Por instinto, lo envolvía, y si era algo inerte, quedaba todo
rojizo, sin ningún tipo de daño. Los daños más graves los hacía a los seres
vivos, era lo único que habían sacado en claro.
Por otro lado, la
niebla se extendía cada vez más. Empezó siendo una superficie minúscula, para
luego, extenderse por regiones enteras, moviéndose a la velocidad del rayo, y
destruyendo todo a su paso. La población de animales y de humanos estaba cada
vez más diezmada. Estaban desesperados y desmoralizados, pues no sabían cómo
vencer a semejante enemigo, que cada vez, crecía y crecía más.
Y era curioso, pues con
el paso del tiempo, la niebla, empezó a tomar la forma de lo que engullía sobre
sus fauces. Perros, gatos, pájaros, formas humanas, todo se asemejaba a una
pulpa con las formas vivas que daba la impresión de que luchaban por escapar de
allí.
A pesar de que
estuviera claro que todo lo que representaba esa forma fuera muerte y
destrucción, con las formas de vida esquilmadas en su interior. Y sin embargo,
eso no fue lo único impresionante de esa forma de vida asesina.
Imitaba la forma de
vida que destruía. Los seres humanos, pudieron ver cómo gente que conocían,
tomaba sus formas originales, sus voces, sus maneras de actuar, sus
personalidades y aquella forma, las movía y jugaba con ellas, como si fueran
títeres entre sus hilos. De todos modos, no era del todo igual, pues sus formas
estaban mutiladas, y se asemejaba a un espectáculo de teatro dantesco, en el
que sus actores, eran meras formas imitadoras, de un burdo espectáculo.
Reían, hablaban, y
hasta llamaban a otros humanos en un lenguaje tosco y hostil, con las formas de
la voz y su timbre deformados, en los que parecían hablar un lenguaje
rudimentario y que buscaba el máximo daño para todo aquel que se acercara.
Los animales también
eran imitados. Ladraban, maullaban, graznaban, formas de su interior, que
atrajeron a algún que otro incauto animal, para engullirlo entre gritos
lastimeros y con voracidad para dejarlos sin piel, órganos ni ninguna forma
animal que supusiera alguna belleza anterior.
Con el paso del tiempo,
esa forma, pareció calmarse. Era como si se hubiera saciado y no quisiera
avanzar más. Se quedó paralizada entre los territorios que había destruido, y
lo que quedaba libre para fuente de alimento.
Nadie daba crédito. Los
más arriesgados, hicieron conjeturas de todo tipo, aventuraban que esa niebla
había muerto, o que había topado con algún fenómeno electromagnético que le
impedía avanzar, o incluso, que su tiempo de vida se había acabado, y ya no
podía hacer daño a nadie más.
Pocos eran los que se querían
envalentonar y acercarse a la nube rojiza que se había parado, incluso, la nube
había tomado otro color escarlata, y sin saberlo, daba muestras de debilidad o
de enfermedad. No se movía ni hacía nada más, tan solo, reverberar y encogerse
y alargarse para volver a encogerse.
Sin embargo, la
alegría, duró poco. Los seres humanos y los animales, empezaron a desarrollar
una enfermedad. Les salieron agujeros sangrientos por todo el cuerpo. Como una
erupción sangrante y lacerante que les había hecho enfermar. Los animales
también la tenían, y al rascarse, se les caían las orejas, o se arrancaban
algún que otro miembro.
Tan sólo pudieron sacar
en claro, que aquella nube maldita había envenenado el aire, y al respirarlo,
esa forma ya no necesitó avanzar más para destruir en una guerra química todo
la forma de vida que tenía cerca. No había muerto, tan sólo, estaba infectando
el aire, como un vómito sádico y destructor.
AUTOR:
Juan Herrón González
Madrid
(España)
TALLER VIRTUAL 9
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