Hace tiempo que quería escribir mi propia historia y aquí, pues, ha
llegado el momento.
Para presentarme debo decirles que soy Julio Sarich, apellido que llevo con
orgullo por esta familia que me da tanto amor. Soy moreno, barbucho, esbelto y
sobre todo muy feliz.
Mi casa es grande, cómoda, y cuando hace mucho frío, mami me permite dormir en
la cocina al calor de los leños.
Pero… siempre hay un pero. Lo que más me molesta, es cuando ella le hace mimos
a ese pajarraco verde, que un día llegó a casa y me obligó a compartir su
cariño.
Aquí hay mucho trabajo, tengo que estar siempre alerta por los perros
vagabundos que se meten en el jardín, a comer lo que me pertenece.
Por otra parte, ¡tengo que soportar a Canela!_ que me acosa todo el tiempo con
sus insinuaciones amorosas. Es bonita, tiene ojos claros, pero todavía no sé si
la quiero.
También está Chispi, que a pesar de ser mi vecino y amigo, es un grandulote
torpe que me tiene miedo. Muchas veces me hago el malo a propósito, para
ver cómo se amilana y se hace chiquito.
El festín más grande para mí, es avisarle a “mami” cuando los ratones se pasean
en lo alto del tinglado. -¡Habrase visto, semejante osadía!- Parece que se
burlaran de mí porque no puedo subir a atraparlos.
Los otros canes del barrio –especialmente los de la esquina- son unos
ignorantes. Salen en patota y cuando se arma alguna gresca, que tanto puede ser
por un hueso o por una perrita que anda con la lívido encendida, mi
instinto de lucha es el disparador para intervenir; aunque casi siempre
salgo lesionado, porque esos brutos se ensañan con quien les habla, que a pesar
de ser muy valiente, soy uno contra todos. Es ahí, cuando vuelvo a
casa rengueando y dolorido, a refugiarme en el lugar más seguro, hasta
recuperarme de la paliza.
Algo
que me ayuda en esas horas de dolor, son las caricias de “mami” en las orejas,
y los suaves masajes que me hace en la columna. ¡Qué placer!
Por las mañanas, el ruidito de la llave girando en la puerta hace que
salte del sillón donde paso cómodamente mis noches, sobre la colcha verde
que me designaron para que descanse mejor.
Tras la vuelta obligada para verificar que todo esté en orden, vuelvo a
la cocina, es hora de desayunar.
Yo, que
me creo un can inteligente, sé de memoria dónde está la lata de las
galletitas, y también sé que después del _¡Hola, Chuli!_ de cada día, como me
dice ella con su voz angelical, me premiará con las masitas de miel que tanto
me gustan; y si no hay, me conformo con un pedazo de pizza que sobró de la
noche.
Escuché decir por ahí que la dieta debe ser variada, por eso como papas y
calabaza hervida, helados y en raras ocasiones alguna fruta.
Ni hablar cuando hay asado. Ese olorcito tan tentador hace que me ubique como
un soldado cerca de la parrilla, a esperar que me premien con una costillita.
Volviendo al tema del pajarraco, ese don nadie que me tiene a mal traer, cualquiera se dará cuenta que dicho intruso es un loro -llamado Vito- y dañino como el que más. Es muy astuto, y cada vez que baja de su trono de hierro me desafía.
De
inmediato, consigue ponerme nervioso –reconozco que soy cabrón- y me
vienen unas ganas enormes de hacerlo boleta, pero el grito a tiempo de
mami hace que desista de mi propósito, hasta que un día no sé lo que
puede llegar a pasar.
En fin… A pesar de que lo detesto, siempre colaboro en su búsqueda cuando
se pone el sol. El “señor” sabe que es hora de bajar; no obstante, se oculta
entre la copa de los fresnos que bordean la calle.
De nada sirven los ofrecimientos que van, desde la “papa” hasta las deliciosas
semillitas de girasol que son su alimento preferido, él hace la suya. Haciendo
oídos sordos reparte sus noches en el árbol que eligió, para soñar con alguna
cotorrita enamoradiza o en el patio cubierto que mira al Este. Así es mi vida,
simple y entretenida.
Para terminar, hoy 29 de abril, quiero desearle a todos los seres de
cuatro patas de mi barrio y del mundo entero, un:
¡FELIZ DIA DEL ANIMAL!!
¡GUAU-GUAU!!!
AUTORA: Margarita Filiputti
Armstrong- (Santa Fe- Argentina)
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