(para Samuel, que construye sus propios caminos)
Se despertó sobresaltado. ¿Qué pasa Sami –preguntó su madre– tuviste una pesadilla? ¡No mami, no te preocupes, estoy de prisa, ¡creo que me voy de viaje! –dijo– y comenzó a sacar cosas de su closet.
Luego de tomar milo de fresa, arrastró la gran caja de herramientas, luego
otras, y regó todos los “legos” sobre el piso. En una de ellas se destacaban
las instrucciones para armar un bote. Comenzó a construir uno grandísimo –su
hermanita le ayudó –y lo nombró: ¡capitán Samu!–. Él armaba la quilla y ella
la popa. Luego de terminada la embarcación le pidió al abuelo un pedazo “muy
grande” de plástico (del rollo que custodiaba para cubrir los muebles y forrar
los colchones, cuando era necesario). Fue acucioso al extenderlo y al poner el
bote encima ideó la manera de fijarlo a las paredes, con los pines de unas
fichas rojas –para volverlo impermeable. Diseñó una torre de vigilancia, con
tres entradas secretas para poder esconderse o huir de los piratas, si se
proponían seguirlos.
Cavilaba sobre el viaje, pero a su edad, ir solo era peligroso y daba miedo, por tal motivo decidió llamar a tres amigos. Acordaron encontrarse por la tarde, luego del almuerzo (esta vez no opuso resistencia para tomar sopa y comerse la ensalada). Se reunieron y juntaron dos palas de plástico, una linterna recargable, cuatro bolsas vacías, cuatro botellas con jugo, cuatro sándwiches y mecato…
Habían caminado un poco, entrando a un bosque de árboles gigantes,
cuando oyeron un gruñido descomunal. Se acurrucaron en un matorral, uno encima
del otro, atemorizados, y se quedaron en silencio –como cuando el profesor
ponía orden en el aula de clase–.
Se oyó una voz aguda que preguntó: ¿quién anda por ahí? Lo repitió
varias veces, hasta que ellos dejaron el temor. ¡Somos nosotros, respondieron:
cuatro niños que vinimos en un buque de legos! La voz, armoniosa, sonrió y les
dijo: ¡no teman, soy un tiranosaurio Rex joven…pero! Y en efecto, era una tiranosauria
Rex.
Samu
recordó, y les narró, la leyenda que había visto en la TV, en el canal Discovery
Kids, la única, se dice– que escapó del antiguo cataclismo, porque en ese
instante estaba agazapada en una cueva, jugando escondidijos. Su madre y
hermanos murieron mientras la buscaban; su padre se había ido, porque era la moda
en esos tiempos. Luego –como estudioso de esa clase de bichos– los calmó
diciéndoles: no le crean, se está mermando la edad, los dinos vivieron hace
millones de años, ésta está muy vieja y no debe ser capaz de correr. Y, en
efecto así era, apenas los miraba y movía la cabeza y gruñía.
El asombro fue enorme al escucharle decir: “Como ven, no puedo moverme; cazando a un tricerátopo resulté coja, al clavarse en mi pata derecha uno de sus cuernos, y luego quedé atrapada entre estos troncos. Cuando se terminó la reserva de carne, para no morir de hambre decidí nutrirme con hierba. Así que no teman, ya no soy carnívora.
Se quedaron haciéndole cosquillas con un palo, durante un rato, y se turnaban. Tiranosau… se revolcaba de risa. Luego, con calma y mucho esfuerzo fueron separando los palos y ramas que la tenían atrapada.
Samu había soñado con el mapa, y la vaguedad del recuerdo le indicaba
una equis cerca a lo que parecía una roca, pero no sabía cómo dar con tal
montículo. ¡Estaba angustiado!, pero su nueva mejor amiga, les dijo: ¡eso, el
tesoro, para mí no tiene interés! Y agradecida les indicó el camino, por el que
sin contratiempos pudieron llegar hasta el sitio.
Al abrir el cofre no encontraron monedas ni joyas, solo paquetacos de galletas y dulces –frescos– elaborados en secreto por el panadero de la cocina de Thor. Una vez saciados regresaron con los bolsillos y las bolsas derramando golosinas; recompensaron a la dina que, satisfecha, movía la cola y musitaba coqueta: mmm. ¡Primera vez que me halagan con chocolatinas!
Remaron toda la noche, ansiosos por regresar y contar su singular historia, y motivar con dulces a los que hicieran corrillo. (En este punto del periplo, el narrador les ayudó, al no atreverse a demorar el tiempo, deteniéndose en los detalles de las peripecias del regreso, que estuvo agitado con nuevos peligros).
La madre de Samu escuchó ruidos (como de agua arañando las rocas) y voces ligeras de niños. Continuó pensativa… y, casi a la hora del tinto, entredormida y trastabillando abrió la puerta del cuarto. Al encontrarlo debajo de la cama, protegiendo el bote y moviendo los brazos –como si remara– exclamó: ¡Sami! ¿Otra vez… huyendo de las pesadillas?
AUTOR: Georges
René Weinstein Velásquez
Medellín (Colombia)
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