Lilith tiro el lápiz sobre la mesita de noche junto al
celular, cuando abrió sus ojos pensando en la razón de levantarse a la misma
hora del día anterior. Grabó en su cerebro la imagen del reloj marcando las
3:05 am. Hasta las cuatro de la madrugada dio vueltas en la cama.
Convencida de una advertencia del universo, se preparó para una ducha fría y pensativa se dispuso a humectar sus piernas antes de colocarse el vestido negro.
Es Julio, por esa época su jardín desnudó los mejores pétalos ante la majestuosidad del cielo. Anhelaba centrarse y se preguntó ¿cómo comenzar de nuevo?
Preparó café, observó detenida las aves volando entre edificios, cada vez más cerca de su cantar, picotean, juguetean con sus alas verdes, amarillas y rojas. Esos pájaros volantines son un montón de alegrías y con sus alas atrajeron sus últimas noches de amor, retomando así su afán por escribir.
Esbozó una frase en la hoja, entrecruzando palabras sin sentido; quiere un milagro, una prosa melódica…y nada sucede. En medio de la noche, se detuvo en la luna llena de palidez. Una melodía lejana de un piano inundó sus oídos de recuerdos inolvidables. Con cada sorbo del vino tinto cosecha del ´67, esperó un efecto para sus adentros, una especie de renacimiento de las frases precisas para esconderse de ellas.
Encendió dos cigarrillos a la vez, el humo de sus notas delineó una historia inconclusa. Se intimidó ante su pantalla del ordenador y con el cenicero rebosante de colillas, halló un viejo tratado de cómo escribir una novela de Unamuno, leía “de todo” menos cómo escribirla, lo dejó de lado junto con las cartas de Vargas Llosa. Recordó su caligrafía diferente en las hojas en un libro indescifrable…
Decidió dormir pensando en el mejor modo de ajustar la memoria de todos los escritores leídos y los que jamás leería a la rebeldía de sus dedos. Rogó al cielo, clamó por más tiempo para desentrañar un hechizo, una pócima que bebida por el escritor consiguiera la frase perfecta con cada respiración. Se quedó dormida… «se vio frente a un piano, que sin tocar, y al ritmo de una partitura, hundía las teclas sin su ayuda, anegando sus oídos de tonadas celestiales; a la velocidad de cada nota cada vez más alta y de plano, rechazó echar un vistazo hacia abajo por su pánico a las alturas; con el gris de las nubes se involucró entre relámpagos y truenos que la llevaron a un torrencial infinito de rosas rojas, las que le cubrieron el cuerpo, algunas espinas le aguijonearon emergiendo vino de sus heridas».
Apesadumbrada abrió sus ojos y miró su celular, a las 3:05 am de la madrugada.
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