En el barco de
los piratas, los hombres eran muy rudos. La tripulación era de diez marineros.
El capitán en esta importante expedición, había llevado con ellos a Felipe, su
hijo de 9 años, y a su perro.
La mamá se quedó
esperando en el pueblo costero porque
estaba por nacer un hermanito. La abuela se ocuparía de todo, pero no tenía tiempo
para el niño.
Después de diez
días de navegación, los piratas debían llegar a una isla, donde el abuelo del
capitán había enterrado un gran tesoro. Según se contaba, oro y joyas traídos
de un reino que ya no estaba en los mapas.
El capitán
dormía unas horas, vigilado por su hombre de confianza y de noche estaba
despierto para que los demás piratas no le roben el antiguo mapa de papel
amarillento.
Felipe jugaba en
la proa con Ovillo, su perrito.
A mitad de
camino debieron parar a causa de otro barco pirata que los abordó, debiendo
trabarse en lucha con ellos.
Felipe y Ovillo
se escondieron en un gran rollo de sogas. En el fragor de la lucha, no se escucharon
los quejidos y llantos de los dos amigos.
Los piratas
enemigos se fueron, llevándose espadas, arcabuces y algunas provisiones.
En las horas
siguientes, además de curar a los heridos, vieron para cuántos días de
navegación les quedaban víveres.
El pirata Pata
de Palo quiso deshacerse de Felipe y su perro, porque eran dos bocas menos para
alimentar. El capitán lo hizo atar a un poste para bajarlo en la siguiente
parada.
En una isla
poblada pudieron reabastecerse y dejar a Pata de Palo.
Luego de siete días,
llegaron a la isla señalada. Felipe y Ovillo bajaron con el grupo de piratas.
La isla era muy
pequeña, por lo que fue sencillo encontrar el lugar indicado en el mapa.
Ovillo se escapó
y Felipe corrió tras él.
Los piratas y el
capitán, en el sitio señalado, solo hallaron un pozo profundo. El tesoro había
sido robado quién sabe cuándo.
Los piratas,
enojados, querían matar al capitán. En la discusión, nadie se dio cuenta que
faltaba Felipe.
Ovillo seguía un
rastro. Había olfateado el mapa del papá de Felipe, y el pozo y un rastro,
buscaba con afán.
Cerca de una
cascada que parecía de plata se sentó emitiendo un gemido.
Felipe les robó
una pala a los piratas, que no lo vieron, y se puso a cavar hasta chocar con
algo duro. Un poco asustado por una calavera que brillaba en la oscuridad,
gritó, llamando a su padre.
Apareció el
conjunto de los navegantes con el capitán a la cabeza. Los piratas más fuertes
cavaron bien hondo para lograr sacar un gran cofre allí enterrado.
La codicia se
apoderó de toda esa gentuza. Cuando lograron abrir el baúl, se dieron cuenta
que era de oro forrado en cuero, pero adentro sólo había muchos bonitos
vestidos de seda ajados por el tiempo.
Los hombres se
amotinaron, tirando todo el contenido,
llevándose sólo el cofre al barco.
Dejaron al capitán,
al contramaestre, a Felipe y Ovillo en tierra.
Los abandonados
recorrieron la isla y juntaron frutas. Mientras comían, revisaron la ropa y
encontraron, en cada prenda, bolsillos ocultos llenos de joyas y monedas de
oro. Ese era el verdadero tesoro.
Luego de dos
días en la costa, vieron acercarse un barco con bandera francesa. Escondiendo
el tesoro entre sus pertenencias, pidieron auxilio.
Al ver al niño y
al perro, los marinos franceses no desconfiaron de ellos y los llevaron a tierra firme.
Ya en el pueblo
costero, llegaron a su casa, donde conocieron a Vera, la nueva hermanita de
Felipe
Con ese tesoro
encontrado no pasarían nunca más hambre ni frío.
Y si quieren
saber qué pasó con los piratas malvados, terminaron sus días pobres, en la
cárcel, porque trataron de vender el cofre que era de oro falso.
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