El día 10 de
abril Manuel Cortés Torres cumplía 45
años de edad y veinte años trabajando en el taller de Asmar.
Había llegado desde Arica a Talcahuano con
la esperanza de surgir y completar sus estudios de ingeniería. Le gustaba mucho
permanecer cerca del mar, era reconocido como ingeniero de máquinas, todo un
profesional. Dueño de un carácter fuerte y obstinado, borraba rápidamente una
sonrisa amable; ese día no era la fecha
oportuna para recibir una carta de su empleador. La cogió
y leía una, dos o tres veces para tratar
de comprender las razones que tenía la empresa para su despido. Una idea fugaz aparecía
en su mente, recordaba que abandonó a su esposa, sus hijos y juzgaba que lo indispusieron con los jefes.
Sin duda, algunos intrusos comentaron que mi pareja era trans….La mente jugaba en esos
instantes a confundirlo. Sentado frente
al televisor fumaba, mordía el cigarrillo, uno tras otro salían de la
cajetilla, los encendía y apagaba hasta deshacerlo en el cenicero. Traspiraba,
se levantaba bruscamente del sillón y su rostro adquiría la forma de una
máscara. Salía a dar una vuelta y fueron dos, tres, o cuatro y llegaba a la
playa. Derrumbándose sobre la arena cerraba los ojos y los abría mirando a las aves en vuelo, los veleros y lanchas iban desapareciendo entre las olas y un
pájaro cantaba en su oído. Recordaba a sus padres y hermanos, a los abuelos
entibiando sus huesos junto al fuego. Quería cantar, no poseía garganta, sólo un grito de angustia atrapado
más allá del pecho.
Pasaban las horas, él dormitaba
sobre la arena, el viento golpeaba
y le volaba el gorro. Ahogado en su
propio bosque, su cabeza lo ubicaba en
el borde del mundo, un paso en falso y caía. Se ponía de pie y sus lágrimas
corrían por su rostro, estaba salvado. Compraría el barco de sus sueños, buscaría en las islas
un tesoro o en el fondo marino, aquellos
que los piratas lanzaban al agua cuando los atosigaban otros barcos. Al día siguiente, leía nuevamente las líneas
perturbadoras de la carta que le
quitaban el sueño. “- ya no requerían
sus servicios por exceso de personal y debía pasar a la
oficina a recoger el pago correspondiente.”
Recibía el cheque con
alegría y sin comentarle a nadie lo que podía hacer con el dinero. Él compraría
un barco pesquero y buscaría una tripulación que lo acompañaría en sus
incursiones. En cuatro meses debería completar todo lo necesario, acorde a las
exigencias para navegar.
Los meses pasaban junto a las estaciones del
año, llegaba la primavera con días
cargados de aromas florales y pájaros
con su cuota de alegría. En el astillero, algunos trabajadores se vieron sorprendidos
al ver un pesquero con bandera chilena y
de nombre Ave Fénix. No resultaba difícil adivinar cuando asomaba el capitán del barco a conversar
con unos estibadores. Carlos dice.- ¡Miren!
Nada más que Manuel Cortés. ¿En qué andará el amigo calladito?
Manuel comenzaba a
vivir el sueño de seguir los pasos de los piratas y descubrir
algún tesoro. Navegaba buscando una isla
y acertaría a descubrir objetos de valor,
de momento su hallazgo estaba en el agua, peces, moluscos, centollas, salmones
y locos. Los obtenía en las islas de
Chiloé, Ancud, Juan Fernández y los vendía a los restaurantes y hoteles. Recorría hasta
la Antártida en busca del “mero”, un pescado que vendía a los Estados Unidos.
Las ganancias caían en sus bolsillos, los pescadores artesanales reclamaban a
las autoridades que los piratas del mar saqueaban moluscos de especies en veda.
Las autoridades notificaban
al capitán del barco Ave Fénix por el transporte ilegal y las denuncias de
los ambientalistas llevaban al Greenpeace y al Rol Lassen a cazarlo. Los pescadores leían en la prensa
chilena que el barco burlaba a la justicia, lo seguían otras naves y escapaba a las Aguas internacionales. Estuvo en los
alrededores de la isla Mocha soñando en conocer a la ballena blanca que se le aparecía en sueños,
alcanzó a permanecer unas horas, lo hostigaron y escapaba nuevamente hasta
llegar a la Antártida y de ahí salía al Océano Atlántico.
El Ave Fénix
comenzaba a ser buscado por la Interpol
por delitos económicos y evasión de impuestos. Este barco pirata cambiaba de
bandera para no ser reconocido. Cada país registraba los barcos y autorizaba un permiso para que permanecieran en sus
puertos. La última bandera del
Ave Fénix fue de África y lo seguía el
Rol Lassen, un barco ambientalista que lo obligaba a salir de la costa de Mauritania. Le dieron alcance y le
comunicaron por radio que lo iban a detener. Estaba prohibido pescar en esas aguas,
abundaban los delfines, y los habitantes de esas playas llevaban a sus
hijos a recrearse con el espectáculo. El pesquero se veía obligado a huir para evitar la detención y escapaba al
océano Atlántico. Por supuesto que andaban otros ocho barcos piratas dando
vueltas alrededor del mundo y de todos, el Ave Fénix se convertía en el barco
pirata más famoso, entraba y salía a perderse en Alta mar.
Dos días después, las
luces de la aurora parecían juegos de artificio y los hombres del Fénix se disponían
a tirar las redes. El barco
ambientalista Roy Lassen aparecía
imprevistamente, se aproximó bloqueándolos y el pesquero los hizo
retroceder. Al día siguiente, ambos capitanes se desafiaron. Los tripulantes del Fénix lanzaron
sus redes y los cazadores del
otro barco, avisaron que las cortarían,
así se hizo y se las llevaron junto con las boyas. Manuel, el capitán, hablaba por radio con el capitán del Roy Lassen y le dijo.- Les doy tres horas
para devolverme las redes y boyas que se llevaron. Las vamos
a recuperar.-
El Ave Fénix navegaba
en el Atlántico. Lo seguían el barco Reina Alegría y el barco Roy Lassen. Los ambientalistas iban muy cerca, Manuel hizo un giro evitando que se aproximaran para obligar al pesquero a detenerse. Los
capitanes de los dos barcos cazadores fueron sorprendidos en el momento que
Manuel Cortés les comunicaba por radio
que, necesitaba apoyo. Había chocado con un barco de menor tamaño y había
heridos. El barco Reina Alegría llegaba primero a auxiliarlos, subieron 15
pasajeros de las islas Fiyi y tres latinos americanos. El Rol Lassen se detuvo y sus tripulantes bajaban a
registrar al Ave Fénix en sus cabinas para requisar documentos, todo permanecía abierto y el fuego salía desde
abajo de los motores, quemándose desde
las máquinas. El capitán Cortés fue el
último en saltar al barco que los auxilió, levantaba la mano en alto con el
puño apretado; el Ave Fénix se hundía. Había terminado la persecución de
cuatro meses, el capitán y tres chilenos
fueron
detenidos en las islas Azores y
posteriormente serían juzgados en Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario