Destruyó todo cuanto se había puesto en su camino.
Hundió carracas, carabelas, galeras, galeones, navíos, goletas, corbetas, e
incluso, fragatas. Nada se le resistía a su paso. Era el ladrón de los mares y
océanos más temido. El capitán y pirata HeadofBones, era el pirata número uno
por antonomasia. Le conocían a lo largo y ancho de los mares de los peces; de
los ríos y afluentes de las tribus reductoras de cabezas; de los bosques
perdidos de la luz del sol y sus afluentes en forma de lagos vidriosos; en las
islas de los esqueletos andantes; en la zona de los árboles muertos y el gran
árbol carbonizado. Era una leyenda viviente a lo largo y ancho de los mares y
océanos; se decía, que incluso pudo pescar peces mágicos más allá de la isla de
los reductores de cabezas; allí donde los peces tenían poderes y concedían
deseos a los que eran capaces de pescarlos. Y que había estado en las montañas
heladas del paso angosto.
Sin embargo, estaba tan cerca y tan lejos de querer
conseguir lo que más deseaba: un cuerpo. Había tomado contacto con los
esqueletos asesinos de la isla del hueso, y aunque los había sometido a todos
ellos, ninguno supo darle con la fórmula mágica, ni hechizo ni conjuro, que les
permitiera devolverle la carne a los huesos ¡Lo que tanto deseaba a lo largo y
ancho del mundo! Sentir el peso de la carne, los músculos, tendones y articulaciones
que le dieran un cuerpo para cubrir ese armazón de hueso que era ahora.
Pensó en consultar a algunos hechiceros y brujos de
la zona, pero según decían, en la isla madre, la isla más grande y que eran los
límites del mundo, y que contenían a las demás islas, era un bulo, una mentira
construida para dar esperanzas a los más desamparados y conferir un halo de
gracia y de magia a los que quisieran creer en ellos.
Nadie había visto jamás a uno. Como nadie había
escapado a la conquista de HeadofBones, pues había conseguido conquistar la
isla madre y todas las demás, con la ayuda de su ingenio, astucia y pericia,
además del arrojo y valentía de sus hombres; que dicho sea de paso, eran
hombres bajo el influjo y la valentía de su capitán, que les había impresionado
tanto y entusiasmado a partes iguales, que decidieron seguirle y ponerse bajo sus
órdenes, además del claro botín que se llevarían por ello.
El barco de HeadofBones, no se quedaba atrás. Era un
impresionante buque de guerra, que se decía, que era inmune a los disparos de
cañones y otras armas arrojadizas; que era un barco como los huesos de su dueño,
que aunque le infligieras cualquier tipo de daño, este era reparado al
instante, como fruto de un halo místico con la mismísima muerte. Atracado en
uno de los puertos de la isla madre, HeadofBones, se había decantado por
encontrar a algunos de esos monjes místicos, que tal vez, con sus oscuras y
raras artes, serían capaces de devolverle un cuerpo. Había matado alguno de sus
hombres y lo había arrojado al mar, en momentos de frustración, lo que le hacía
todavía más temido entre su tripulación. No obstante, HeadofBones sabía que la
respuesta tenía que estar en alguna parte, aunque los peces mágicos que hubiera
pescado en aquella isla mágica, sólo hubiera servido para aumentar su
escepticismo. Y no hubiera monjes.
Sin embargo, él sabía que tenía contacto con una
deidad superior a él. Sus hombres lo habían visto también, y era, precisamente,
lo que él estaba buscando: saber si ese ente superior sería capaz de devolverle
su cuerpo, de dárselo sin concesiones.
Había veces en las que había querido mover una mano
de hueso, y no podía; otras, la mano se le movía sola, al igual que el brazo, y
después, la brújula del barco se volvía loca, deambulando de un lado para otro,
sin un rumbo fijo. También había comprobado que le aparecían unos números
encima de su cabeza, sobre todo cuando había explorado zonas nuevas en la isla
madre, como la isla de los esqueletos de hueso, o la zona de los reductores de
cabezas, la de los árboles escondidos, o la zona del árbol muerto; también en
la isla de los peces mágicos; cuando hacía algo subían los números, y cuando
recibía algún tipo de daño, el que fuera, los números, bajaban. No sabía el
porqué era esto, pero era una ley inmutable. Se había propuesto averiguarlo, y
para ello, trataba de resistirse a los deseos de esa fuerza superior, para ver,
si de alguna manera y al resistirse, conseguía llamar su atención.
Pero había sido en vano. Incluso cuando había
recibido los daños más graves, cuando algún hueso se había salido de su sitio,
se había roto y regenerado al instante, sólo tenía constancia de que esos
puntos decrecían, no de nada más. También estaba la fuerza a que se resistía
cuando le movía alguna extremidad del cuerpo sin que él quisiera, que era la
mayor parte del tiempo.
Tenía que tomar contacto con aquella fuerza superior,
y no sabía cómo, a no ser que fuera con artes oscuras de las que él no disponía
ni la instrucción ni el saber necesario para ello. Sus hombres también se
habían quedado de piedra al verle actuar como si estuviera poseído por otro
ente; y se santiguaban y recitaban letanías en otras lenguas y la suya propia
al ver este fenómeno. Todos se habían preguntado por esos números en la cabeza
y por los extraños poderes que estaban alrededor de él y de su barco. En los
combates más encarnizados estaba patente este hecho, en varios de los océanos
que había conquistado en la isla madre, los daños se reparaban al instante,
mientras que esos números decrecían rápidamente, además de subir cuando había
daño a otro barco enemigo, lo abordada y lo conquistaba.
Sus hombres le habían dado forma a una enorme
estatuilla de cerámica con la forma del ladrón de los mares, HeadofBones, que
llevaba en la popa del barco, en una inmensa forma de él con sus números en la
cabeza. Porque, sus hombres, estaban convencidos de que él había sido elegido,
y esa forma de estatuilla enorme en la popa del barco, les traería suerte y les
protegería de cualquier desgracia o infortunio.
Estaba la carpa de una feria, en ella, había un niño
jugando al videojuego, HeadofBones, el señor de los mares y océanos, a punto de
batir el récord de otro jugador anterior, mientras el muñeco de HeadofBones,
buscaba su cuerpo a lo largo y ancho de la isla madre, a medida que la madre
del chico, le decía que ya era tarde, que mañana volvería a jugar. Y otros
jugadores nuevos, intentaban encontrar el cuerpo de HeadofBones, el ladrón de
los mares, el esqueleto sin carne más temido, y como su forma, se movía de
manera muy viva, con cada jugador. ¡Parece que está vivo!, se decían entre
ellos.
Madrid (ESPAÑA)
No hay comentarios:
Publicar un comentario