Niño, deja ya de joder con la pelota... -- Joan Manuel Serrat
A Valentino
El niño lloraba a amargamente. El abuelo lo subió sobre las rodillas y sonrió.
--Que te ha pasado, hijo. ¿Es para llorar así?
El niño frunció los labios y contestó, hipando:
– Ayer se cortó el hilo y perdí mi barrilete –.Hoy –las lágrimas resbalaron por los pómulos formando un trenzado continuo y transparente.--. ¡Hoy... el ...diente..que...se me movía...La pelota rebotó y...y me lo arrancó!
--Te dije que tuvieras cuidado con esa pelota. Es demasiado pesada para un niño de tu edad. Pero ya pasó. Ya está terminado. Se te cayó el diente y listo. Ese diente, no te dará ni un minuto más de molestias.
El niño dejó de hipar lentamente; hasta que pudo hablar:
--Es mi primer diente y yo quería conservarlo para que el ratón Pérez dejara mi recompensa debajo de la almohada.
--¿Y?
--No lo encontré.
--Te lo habrás tragado.
--No; no me lo tragué.
El abuelo lo bajó de las rodillas. Después, se puso de pie.
--Biennn.. ¿En dónde pasó el accidente?
El niño señaló una pared pintada con cal.
--Ahí mismo, abuelo.
--Ven...Tratemos de buscar ese importante diente. No hay razón para desesperar. --. Lo tomó de una mano y caminaron.
Sobre las baldosas cuadriculadas, había algunas hojas apenas verdes, casi amarillas. Los rayos de sol traspasaban las hojas del limonero, y golpeaban sobre el suelo como señales de un tiempo limitado, que no era el de la criatura.
-- ¡Ahí¡ --dijo el niño--. ¡Por ese lugar se perdió!
--¿Ahí mismo?
--Sí; estoy seguro.
--Agáchate y empieza a levantar las hojas. Seguro que, entre ellas, está el diente.
El niño empezó a separarlas con prolijidad.
--¡No voy a encontrarlo, abuelo! ¡Ese diente es muy chiquito!
--Insiste, hijo; lo encontrarás.
El niño cambió de lugar, empujó las hojas del otoño y, de repente, se enderezó. El abuelo vio brillar el diente entre los pequeños dedos.
--¿Has visto? --se rió, complacido--. ¡Nunca hay que perder la esperanza!
----------- Ese día --cerca de medianoche--, el abuelo dejó de leer, apoyó el libro de cuentos de Horacio Quiroga sobre la mesa de luz y caminó en dirección del baño. Estuvo ahí largos minutos.
Al regresar, se movió lentamente hasta la habitación en donde estaba la cama. Se acercó a la ventana y observó la luna menguante que acariciaba el jardín. Debajo del cuerno, una nube larga y fina, le recordó la cola del barrilete que el niño había perdido.
”Estoy muy cansado hoy”, pensó y corrió las cortinas. Antes de meterse bajo las cobijas, abrió la mano derecha: entre los dedos relucían sus prótesis dentales. Levantó la almohada y las apoyó suavemente sobre la sábana. Enseguida, las cubrió con la almohada y sonrió al pensar que era una idea fantástica.
AUTOR: Edmundo Kulino
C.A.B.A. (Buenos Aires- Argentina)
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