Era costumbre tuya de noche, cuando todos
estábamos en cama,
venir muy suavemente
a arreglarnos las colchas y las sábanas
para que así tuviéramos
bien abrigadas las espaldas;
luego en puntas de pie te ibas ya más tranquila
a descansar¡si hay madres que descansan!
Ahora, cuántas
noches,
de estas insomnes noches desoladas
tengo la sensación de que te acercas
como en aquellas noches de mi infancia,
a arropar con
tus manos bondadosas
mis espaldas.
Después tu
sombra, tu suave y leve sombra
perderse como un Ángel Custodio por la casa.
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