-¡Estoy
aburridaaaaa! -Gritó desde su mecedora Hada Madrina. Desde que Cenicienta se casó,
pocas veces tuvo que ayudar a su protegida usando sus poderes. En algunas
ocasiones intervino en la cocina cuando
a la joven se le complicaba la situación
con algún postre o alguna torta. La visitaba
a menudo para tomar el té, pasear por los floridos jardines del palacio y
conversar sobre las cosas de la vida. ¡Pero de cosas de hada, nada!
-¡Estoy
aburridaaaaa! - Exclamó por segunda vez esa
mañana Hada Madrina desde el interior de
su cabaña de troncos, asomada al ventanal, como intentando entregarle su queja
al viento de primavera y tal vez él, tan inquieto y conocedor de lugares,
sabría dónde dejarla. ¡Los lamentos al viento!
-¡Estoy
aburridaaaaa!- vociferó por tercera vez, después del almuerzo, mientras tomaba
un té de tilo con galletitas de miel al mismo tiempo que recordaba con nostalgia
el momento en que convirtió un zapallo en carroza.
Y
a las tres de la tarde, se quedó dormida, de puro aburrida y con la panza
llena. Al rato, un ruido fuerte la
despertó. Un viento agitado había cerrado la ventana de golpe. Se levantó de la
mecedora y con asombro, observó por detrás del vidrio, todo lo que sucedía en un rincón de su patio.
El
viento alborotado soplaba a ras del piso, como que se lo quería comer. Tomando
forma de dedo índice trazó sobre la
tierra surcos perfectamente delineados. Luego dio un giro y se convirtió en una mano
gigante que dejaba caer, cuidadosamente, sobre las hendiduras del terreno, una
lluvia de semillas. Finalmente se elevó
y se transformó en una nube gorda que reventó al instante liberando infinitas
gotitas de agua, que con delicadeza, rociaron toda la superficie. Tras la
última gota, todo se calmó.
Hada
Madrina quedó perpleja. ¿Qué había ocurrido en ese sector del patio? Tomó
coraje y salió afuera. Todo parecía estar normal, salvo esa esquina donde antes
había sólo tierra seca y ahora lucía un manto bordado, húmedo y terroso. El olor a tierra mojada la conectó mágicamente
con ese pequeño universo recién creado.
De
pronto, por entre los árboles que delimitaban la propiedad, una hoja de papel
planeaba cada vez más cerca de Hada Madrina, hasta depositarse finalmente entre
sus manos. Era una nota. La leyó en voz alta:
“Me he llevado
tus lamentos, a cambio te he entregado semillas. Las hay de rabanito, de
espinaca, de zanahoria, de zapallo y de perejil. Ahora no tendrás tiempo de
aburrirte. Usa tu magia. Firma: El viento.”
-¡Al
fin tengo trabajo! – expresó Hada Madrina contemplando el terreno recién
sembrado. – Muy ocurrente el viento, una nueva forma de usar mis poderes –
pensó. Y buscó su varita mágica.
-¡Zarabín
zaraballo, que nazcan los zapallos! ¡Zarabín zarabito, que nazcan los
rabanitos! ¡Zarabín zarabaca, que nazcan las espinacas! ¡Zarabín zaraboria, que
nazcan las zanahorias! ¡Zarabín zarabil, que nazca el perejil! – recitó
convencida, esperando la mágica aparición de las plantas. Pero todo fue un
desencanto.
-Tal
vez necesiten una sola frase encantada – se dijo - Varita en mano, intentó
nuevamente:
-
¡Bidi budi, bidibale, que nazcan los vegetales!
Otro
fracaso. Consultó el libro “La magia y sus poderes”. Lo leyó completo tres veces.
Encontró otras frases mágicas y con ninguna de ellas tuvo éxito para hacer
brotar las plantas.
-Pero
el viento dijo que usara mi magia. ¿Es que acaso he perdido mis poderes? – se
cuestionaba Hada Madrina desilusionada. Y se sentó a llorisquear debajo de un pino.
Repentinamente, un nuevo papel escrito cayó
sobre su falda:
“Usa tu magia,
toda tu magia. Firma: El viento.”
Entonces,
Hada Madrina se dio cuenta que sólo acudía a la magia de los poderes. Pero
había más magia en ella. Y recordó con cariño cómo acompañó a Cenicienta en su
crecimiento, pendiente de sus necesidades y protegiéndola de los peligros. En
ese instante, el sol se abrió paso entre las nubes y bañó con la luz anaranjada
del atardecer todo el paisaje. Con profunda alegría Hada Madrina descubrió que
sobre el suelo el viento le había dejado una misión, la de amadrinar esas
semillas recién plantadas. Y no lo haría
con su varita sino que usaría la magia que tienen todas las personas que hacen
de la huerta (y de los jardines) un lugar encantado.
Y
así lo hizo. Cantaba mientras removía la tierra. Estaba atenta al agua que cada
cultivo requería. Con una sonrisa daba la bienvenida a los primeros brotes de
cada vegetal, cada uno a su tiempo. Hada Madrina disfrutaba diariamente de ese
pequeño universo verde.
La
primera cosecha fue de rabanitos. Se preparó una rica ensalada. También le llevó
algunos a Cenicienta, que nunca había comido semejante hortaliza rica en
vitaminas, minerales y fibras.
A
los tres meses, comenzó a recolectar las espinacas. Cocinaba exquisitas tartas
que luego compartía a las familias numerosas del pueblo.
Con
las zanahorias elaboró deliciosas mermeladas y siempre separaba un montoncito
para los conejitos hambrientos del bosque.
Los
vecinos del lugar venían a buscar condimento para la salsa y Hada Madrina les
tenía ya preparados los ataditos de perejil.
Los
zapallos se lucieron con sus hojas grandes y sus flores amarillas, para después
ofrecer generosamente sus robustos frutos.
Los zapallos eran los preferidos de Hada Madrina, no podía ser de otra manera.
AUTORA: Mónica Armando de Beltramone
Rafaela (Santa Fe- Argentina)
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