Te elijo cada día, y me pregunto
cómo fue que nos hemos encontrado,
si es cierto que existe algún Cupido
que trenza hebras perdidas,
causante final del entramado.
Te elijo un domingo, y un febrero,
pero también un jueves,
y un abril lluvioso
de la mano caminando en Buenos
Aires,
donde andamos, impávidos y anónimos.
Te elijo en el fragor y en el
silencio,
en los sitios de serenidad y de
locura,
y entre mis cosas más fundamentales,
y en nuestras nueve lunas.
Y esto de elegirte
una y otra vez, cuando despierto,
me conmueve, y me alimenta,
y tu presencia,
al final de la jornada,
me sorprende
cuando cierro los ojos,
custodiando mi sueño.
Y esto de extrañarte
en tus pequeñas ausencias
cotidianas,
sustenta los instantes plenos,
e inunda de frescura
todos los rincones de la casa.
Y hasta que el azar, o el destino lo
decida,
quiero compartir contigo todos los
ocasos,
una copa de vino,
y una taza de café a media tarde,
algún dulce en el cine, y un paraguas,
cuando el cielo amenace.
Hoy te elijo una vez más, y brindo,
por el milagro de este amor ileso,
que perdura, que palpita,
que es tan nuestro.
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